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El Bosón de Higgs y el socialismo

julio 19, 2012
"¿Por qué deberíamos subsidiar la curiosidad intelectual?"
Ronald Reagan, presidente americano, discurso de campaña electoral, 1980.


"Nada es más digno de nuestro patrocinio que el fomento de la ciencia y de la literatura. El conocimiento es, en todo y cualquier país, la base más segura de la felicidad pública"
George Washington, presidente americano, discurso ante el Congreso, 1790.

En el día en que se conmemora la independencia norteamericana, día en que, Estados Unidos escogió para decir, para sí mismo y para el mundo, cómo ellos son una gran nación, la vieja Europa, sumergida en crisis, pero heredera de una gloriosa tradición intelectual, anunció lo que puede ser el mayor hecho científico desde el descubrimiento del ADN, en 1953.

El “bosón de Higgs”, partícula fundamental que proporciona masa a todas las otras partículas y que, por lo tanto, es responsable por formar, simplemente, toda la materia del universo, está pronto a ser encontrado. El pasado día 4 de julio, experimentos realizados en el Centro Europeo de Física Nuclear (CERN), mostraron fuertes indicios de la existencia del bosón. Aunque muchos cálculos y nuevos experimentos aún precisan realizarse, es innegable que nos aproximamos cada vez más a la última frontera que nos permitirá entender el origen de la materia, y con ella, el origen del propio universo. Pero, las lecciones de ese hecho no se reducen al mundo de la ciencia y a los suplementos dominicales de los periódicos burgueses. Todo obrero consciente debe conocer esa discusión y saber sacar las conclusiones necesarias.

El increíble mundo subatómico

Como todos aprendemos en la escuela, la materia que nos rodea está compuesta por átomos. Pero, los propios átomos, que antes se creían unos e indivisibles, son apenas una combinación específica de otras partículas aún menores: los protones, neutrones y electrones. Los protones y neutrones se agrupan en el núcleo del átomo, en un número específico, dando origen a un determinado elemento químico: hidrógeno, oxígeno, carbono, etc. Los electrones, por su parte, orbitan ese núcleo.

Frecuentemente, para representar un átomo, diseñamos una pequeña esfera, con los electrones girando a su alrededor. Eso es así sólo en parte. La idea central es correcta, pero si fuésemos a tomar en consideración la escala de las cosas, el diseño sería muy diferente. Si el núcleo del átomo fuese del tamaño de un limón, por ejemplo, los electrones estarían girando a cerca de 3 kilómetros de distancia de ese “limón” (núcleo). Quiere decir, el espacio entre la órbita de los electrones y el núcleo atómico es inmensamente “grande” (en términos subatómicos, obviamente). De ahí sacamos una primera conclusión, como mínimo impresionante: la mayor parte de la materia que vemos, de las cosas y personas que tocamos y sentimos, está compuesta de… vacío.

Así, al estudiar el mundo subatómico, los científicos comenzaron a descubrir cosas fantásticas. Pero, lo más importante: comenzaron a percibir que las leyes tradicionales de la física, la llamada “física newtoniana” (en referencia a Isaac Newton, formulador de las leyes de la mecánica clásica), simplemente no se aplicaban al mundo subatómico. Por ejemplo, en la física clásica, cualquier objeto, para dar una vuelta completa entorno de sí mismo, tiene que girar 360 grados. Así ocurre, por ejemplo, con la Tierra o con una pareja que baila. Ya, en el mundo subatómico, existe toda una clase de partículas que, para dar una vuelta completa entorno de su propio eje, tiene que girar… 540 grados, o sea, una vuelta y media. Eso parece muy extraño, pero es así.

Esos extraños fenómenos observados por los científicos dieron origen a una nueva mecánica, la mecánica del mundo subatómico, completamente diferente de la mecánica clásica de nuestro mundo visible: la llamada mecánica cuántica.

El “modelo patrón”

Estudiar el mundo subatómico es algo muy complicado. No se puede abrir un átomo y ver lo que tiene allí dentro. Lo que se sabe sobre su estructura interna proviene, fundamentalmente, de experimentos que “reflejan” esa estructura y, obviamente, de muchos cálculos matemáticos. Así, a lo largo del tiempo, fue estableciéndose un determinado “modelo” de cómo sería esa estructura interna, sus componentes, su comportamiento, etc. Eso no significa que los científicos hagan “especulaciones” sobre el mundo subatómico. Muchas cosas se demostraron con precisión a través de experimentos absolutamente irrefutables, verificados exhaustivamente por todo el mundo científico. Otra parte del “modelo” no fue aún demostrada. Pero, incluso, lo que no fue aún demostrado o descubierto, fue previsto matemáticamente. O sea, los científicos no detectaron aún algunas partículas subatómicas, pero ellos saben que ellas deben estar allá, sólo pueden estar allá, porque todo el modelo sólo tiene sentido si ellas existieran y estuvieran allá.

{module Propaganda 30 anos – MULHER}El “modelo patrón” es, por lo tanto, un enorme (o minúsculo) quebradero de cabeza que viene siendo montado a lo largo de varias décadas, a través de los esfuerzos conjuntos de diferentes generaciones de científicos de diversos países.

La última parte de ese quebradero de cabeza es el “bosón de Higgs”, cuyos indicios fueron encontrados el día 4 de julio en Ginebra, Suiza.

El “bosón de Higgs” y el LHC

La parte faltante en el quebradero de cabeza del modelo patrón señala, respecto a lo siguiente: ¿cómo se forman las partículas subatómicas? ¿Cómo ellas adquieren masa, o sea, cómo se convierten en materia?

En 1964, el físico británico Peter Higgs, propuso la hipótesis de que existiría una partícula específica en el mundo subatómico cuya función sería, justamente, proporcionar masa a todas las otras partículas. Esa partícula, por los cálculos de Higgs, habría surgido después del Big Bang, hace cerca de 15 mil millones de años atrás, dando origen a los primeros átomos y a la materia tal cual nosotros la conocemos.

Sin embargo, la hipótesis de Higgs permaneció apenas en un modelo matemático, porque no había condiciones técnicas de poner a prueba su teoría.

Solamente en el 2008, con la inauguración del LHC (Large Hadron Colider, o “Gran Colisionador de Hadrones”), un inmenso acelerador de partículas de 27 kilómetros de circunferencia enterrado en la frontera entre Suiza y Francia, fue posible dar inicio a los experimentos que deberían demostrar la existencia del bosón de Higgs.

¿Qué hace un acelerador de partículas? Básicamente, consiste en dos tubos circulares, dentro de los cuales se inyectan dos “nubes” de protones eléctricamente cargados. Esas “nubes” van siendo aceleradas en direcciones contrarias, por medio de un sistema de imanes colocados a lo largo de los tubos. Cuando las dos nubes llegan al 99,99% de la velocidad de la luz, los dos tubos son “conectados”, uno al otro (como en los desvíos de trenes), haciendo que las dos “nubes”, que giraban en direcciones opuestas, se choquen violentamente. La colisión es tan poderosa, que la energía liberada puede ser comparada (proporcionalmente, está claro) al propio Big Bang. Los protones, literalmente, “se quiebran”, dando origen a partículas menores, o sea, demostrando de que son hechos. Cuanto mayor es el choque, menor la partícula generada y más a fondo, la estructura subatómica es revelada.

Fue, básicamente, ese experimento el que detectó fuertes indicios del bosón de Higgs el día 4, en Ginebra. Si no lo capturamos aún, por los menos estamos en sus huellas…

¿Qué cambia con el bosón de Higgs?

Una cosa muy importante: la percepción del hombre sobre el universo y la materia. Si el bosón de Higgs fuera encontrado, quedará definitivamente probado que la materia puede surgir de la nada.

Eso estremecería, profundamente, los cimientos de las distintas religiones, pues varias de ellas, después que aceptaran, muy a disgusto, la idea del Big Bang, siguen pulsando en la tecla de que la materia del universo no podría haber surgido “de la nada”. El bosón de Higgs comprobaría, justamente, que la materia no sólo surgió de la nada, como aún hoy surge constantemente de la nada y se transforma constantemente en nada. Aceptar esa idea es difícil para cualquier persona normal, exactamente porque se trata de un fenómeno cuántico, o sea, regido por otras leyes que no son las de la física clásica. Parece ilógico, absurdo, irracional, pero de acuerdo con las leyes de la física cuántica, es un fenómeno tan banal, como la caída de una manzana o la frenada de un carro.

¿“Partícula de Dios”?

El bosón de Higgs es, frecuentemente, llamado por la prensa, “partícula de Dios”. La connotación ideológica del apelativo es evidente: tratar de atribuir a Dios la existencia de la partícula, manteniendo así una visión mística del universo.

Sin embargo, hay dos problemas con ese apelativo: el primero, es que él no pasa de un mal entendido. En 1993, el premio Nobel de física, León Lederman, escribió un libro sobre el bosón de Higgs, cuyo título en inglés es “The goddamn particle” (literalmente, “La partícula maldita”), en referencia a las dificultades que se enfrentaban para encontrarla. Poer, la editora de Lederman encontró al título muy agresivo y cambio el título a “The God particle” (La partícula de Dios), para no alejar al público religioso. El infeliz apelativo acabó pegando y la pobre partícula es llamada así hasta hoy.

El segundo problema es que el bosón de Higgs, justamente, aleja aún más la idea de un dios creador del universo. De la misma manera que Darwin demostró que el hombre no necesitó ser creado, pues había evolucionado de especies anteriores, así también el bosón de Higgs demostra simplemente que la materia del universo (o sea, ¡todo!) no necesitó de un dios para ser formada. Se formó y se organizó por sí misma.

Sobre eso, es bueno que se esclarezca: ningún descubrimiento científico jamás probará la inexistencia de dios, como desafían los religiosos. Eso es así por una cuestión lógica. Sólo se puede probar que algo “existe”. No se puede probar que algo “no existe”. Justamente por eso, el peso de la prueba recae, siempre, sobre aquel que quiere demostrar la existencia de algo. Pero, cada descubrimiento científico prueba, eso sí, que dios no es necesario. Con el tiempo y con el avance de la ciencia, así esperamos, la hipótesis de un ser creador del cielo y la tierra quedará cada vez más insustentable y las personas abandonarán esa idea de manera más o menos natural.

Las conclusiones políticas

La discusión sobre el bosón de Higgs nos remite, también a otras, más políticas. En primero lugar, quedó definitivamente comprobada la importancia decisiva del financiamiento estatal a las investigaciones científicas. El LHC costó cerca de 3 mil millones de euros (US$ 3,68 mil millones). Cuando comenzaron las discusiones sobre su construcción, muchos políticos y medios de comunicación criticaron el proyecto como que era un “juguetito” para científicos vanidosos jugando a ser Dios. Obviamente, ninguna empresa privada quería invertir tanto dinero en algo de lo que no se tenía ninguna certeza que iría a ser cierto. Se llegó a especular que los experimentos con las nubes de protones generarían un agujero negro que se tragaría a todo el planeta, etc. Tamaño oscurantismo de ciertos medios reaccionarios…

Pues, el LHC no sólo fue construido con dinero estatal, en un consorcio entre diversos países, como funciona de manera extremamente democrática: los datos obtenidos en todos los experimentos son compartidos libremente con miles de científicos en el mundo entero. Quedó probado, también, por lo tanto, que las actuales leyes que rigen la propiedad intelectual, en la mayoría de los países, protegen sólo a las grandes corporaciones, siendo absolutamente nefastas para el desarrollo de la ciencia. Es necesario garantizar el libre compartido de toda y cualquier información, sea ella científica, cultural, política o de cualquier otra naturaleza. Las nuevas leyes, que están siendo votadas en varios países, sobre todo en EE.UU. y Europa, y que regulan el uso de internet y criminalizan compartir la información, bajo el justificativo de la “protección” de los autores, va a contramano de la historia. Empuja a la humanidad hacia atrás.

El espíritu de la ciencia y el socialismo

¿Qué buscan los científicos del CERN, cuando envían los datos de sus experimentos a colegas del mundo entero? La respuesta es simple: buscan críticas a su trabajo. Quieren que otros científicos encuentren los errores que ellos no encontraron. Tal es el espíritu de la verdadera ciencia: la verdadera ciencia es movida por grandes pasiones e hipótesis visionarias, pero es rígidamente controlada por el pensamiento escéptico. La ciencia no busca respuestas fáciles y fábulas reconfortantes. La ciencia busca la verdad. Sólo la verdad le interesa, por dura, incómoda o vulgar que sea.

El socialismo, al liberar a la sociedad de las amarras de la propiedad privada y del lucro, dará a la ciencia un impulso nunca visto. La ciencia verdadera, sinónimo de libertad y humildad, será enseñada en las escuelas, en internet, en los programas de TV (u otras tecnologías que vayan a ser creadas), de manera profunda e interesante, y sustituirá a las actividades fútiles y alienantes que conoce hoy la infancia de nuestros hijos. La población será científicamente culta. De esa población culta y consciente, se destacarán, en número increíble, para nuestros patrones actuales, los nuevos genios del mundo comunista. Las más fantásticas obras de la ficción científica serán realidad en nuestro cotidiano y el ciudadano común tendrá acceso no sólo al fruto de la ciencia, o sea, a la tecnología, como es hoy, sino que conocerá el propio proceso científico. Será más consciente de sí mismo y del mundo a su alrededor. La simple curiosidad, característica de los mamíferos superiores (y no debemos olvidar nunca que somos apenas una entre las varias especies de mamíferos) llevó al hombre hasta aquí. En el futuro, conducirá a la humanidad mucho más allá, hasta fronteras jamás soñadas.

Traducción: Laura Sánchez

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