Sáb May 18, 2024
18 mayo, 2024

No es un avance del fascismo lo que está ocurriendo en el Brasil

“¡Caza fantasmas: la amenaza fascista!”, ese es el título que me gustaría dar a este artículo. En los últimos años, pero particularmente desde el impedimento de Dilma Rousseff y las manifestaciones contra su gobierno, se alardeó en el Brasil el discurso de la amenaza fascista. En realidad, este tema tiene otro precedente de más larga data: la completa banalización del concepto de fascismo en los movimientos de izquierda. Fascismo se volvió un insulto, un mero adjetivo usado para descalificar acciones represivas y posiciones conservadoras de todos los tipos.

Por: Gustavo Lopes Machado

Pero, en el escenario actual, esa banalización arriba descrita quedó en el pasado, el fascismo dejó de ser pura y simplemente un adjetivo peyorativo. El término aparece como una especie de fuerza inmaterial manifiesta, por veces, pero no siempre, en ciertos individuos. Un fantasma que asusta por todos lados sin que nadie sepa exactamente donde está. Sin ningún referente en una organización fascista bien determinada, todo pasa a ser atribuido al fascismo (o al golpe): los asesinatos en las villas de emergencia (favelas), la represión a las manifestaciones de trabajadores, el quite de derechos, los preconceptos de todo tipo. El fascismo se convierte, así, de un insulto en una especie de sujeto inmaterial que, a la manera de los demonios, es el agente oculto por detrás de todos los males sociales y políticos.

Aún así, en el actual contexto brasileño, sería de gran ingenuidad creer que la cuestión se resume a un mal uso de un concepto considerando su contenido histórico y social. Esa banalización del concepto de fascismo tiene como telón de fondo intereses políticos precisos. Al final, ¿quién sería el blanco de ese movimiento fascista emergente en el país? Evidentemente, el partido que hace poco fue apartado del poder: el PT. Si la democracia burguesa está amenazada, si el fascismo marcha en el horizonte, entonces urge un frente único del conjunto de la izquierda con el petismo, teniendo en vista derrotar la amenaza fascista. De ahí se multiplican, en el seno de la supuesta oposición de izquierda al petismo, las justificativas en la ya cansadora forma adversativa: “No soy petista, el gobierno del PT no defendió a los trabajadores, el PT no es socialista… PERO…”.

Todo pasa como si el capitalismo, y la democracia burguesa que le corresponde, promoviese siempre más derechos, más garantías, más seguridad, más humanidad; si no fuese, claro, el fascismo y el golpe.

El fascismo es, de hecho, en cuanto a su contenido más amplio, un movimiento conservador, aunque con relación a su forma y discursos esté planteado para el futuro. Pero conservadorismo y fascismo no se identifican de modo alguno. Aun cuando las clases dominantes en todas las épocas y lugares fuesen siempre defensoras, en alguna medida, de las instituciones políticas tradicionales, solamente frente a un movimiento revolucionario organizado emergieron organizaciones conservadoras construidas con la intención de mantener las instituciones políticas y los valores tradicionales con el uso de la fuerza y de la represión, si fuera necesario. Este movimiento existe, por lo menos, desde la Revolución Francesa. El fascismo, por su parte, es un fenómeno que solo se desarrolló en el siglo XX.

La defensa del uso de la represión policial y militar también está lejos de caracterizar el fascismo. Al final, en todo y cualquier régimen, ¿para qué sirve el aparato de represión del Estado sino para reprimir toda y cualquier amenaza? Tampoco el anticomunismo puede especificar un movimiento como fascista. En definitiva, liberales, conservadores y cualquier posición que defienda el capitalismo bajo esa o aquella perspectiva, son, evidentemente, anticomunistas.

A diferencia de la máxima conservadora y liberal de defensa de las instituciones oficiales, el fascismo se caracteriza por una organización que perdió toda confianza en tales aparatos, incluso en el aparato militar oficial, adquiriendo una forma paramilitar, fuertemente centralizada y apoyada en un movimiento de masas. El fascismo no se caracteriza, por lo tanto, por acciones aisladas verificadas aquí y allá, sino por una acción organizada y dirigida por un partido. Por un lado, se trata de destruir directamente y por la fuerza el movimiento socialista; por otro, se trata de buscar una mejor posición para el país en cuestión en el sistema internacional de Estados, en el contexto de la dominación imperialista.

Por ese motivo, la necesidad de organizar un frente único contra el fascismo, defendida, por ejemplo, por León Trotsky en los años ’30, nunca se basó en la necesidad de tal frente para combatir esa o aquella posición ideológica, ni incluso en la necesidad de combatir un supuesto mal mayor. En la medida en que el fascismo existe como un partido permanente que, por medios paramilitares, intenta destruir directamente y por la fuerza el movimiento obrero y sus organizaciones, se hace necesario, incluso hasta para la sobrevivencia, unir a todas las fuerzas disponibles para combatir y derrotar ese enemigo personificado en una organización bien determinada: una organización fascista, como fue el caso de las Centurias Negras en Rusia, de los fascios de Mussolini, del Partido Nazista, de la Falange española, y así sucesivamente. Aún así, se trata de un frente cuyo objetivo es derrotar el fascismo en las calles y en combate. No se trata, por lo tanto, de una unidad programática, como es el caso de un frente de defensa de la democracia (burguesa) y una nueva política económica para el capitalismo. Ora, si la necesidad de tal frente está planteada en el Brasil en los días de hoy, ¿quiénes son los enemigos fascistas a ser derrotados?

Por repugnantes que sean las posiciones de Jair Bolsonaro, y lo son… por ejemplo, ¿qué clase de fascista es este que ni siquiera posee una organización, que es portavoz del aparato militar oficial, un “nacionalista” que idolatra a Donald Trump y defiende una política económica liberal con Estado mínimo? ¿Sería el MBL [Movimiento Brasil Libre] este movimiento fascista cuyas principales consignas son “libertad económica, separación de poderes, elecciones libres e idóneas, y fin de los subsidios directos e indirectos para dictaduras” asentado en el ideal de ciudadanía? No sin razón, los dichos frentes antifascistas, encabezados por el PT, cuando salen a las calles, no encuentran enfrente hordas fascistas prontas para el combate, sino un océano de propaganda petista bajo la forma de defensa del mandato de Dilma, repudio a la posible prisión de Lula, todo eso adornado con astros de la MPB [Música Popular del Brasil].

Muchos argumentan que aún no existe un movimiento fascista conformado, sino los gérmenes de su origen diseminados por toda la sociedad. Es curioso que tal argumento sea fundamentado en una supuesta ola conservadora, pues históricamente el fascismo se desarrolló como contrapartida de un movimiento obrero fuerte y en ascenso. No por casualidad, en las primeras décadas del siglo XX, Italia y Alemania poseían los más fuertes movimientos comunistas de Europa occidental. Sea como fuere, aunque tal movimiento surja en el futuro, hasta allá, el frente antifascista combatirá fantasmas o, entonces, servirá de chivo expiatorio de los intereses petistas. La amenaza fascista, en este caso, no pasa de un puente argumentativo para que se diga: “Nosotros no somos petistas, no defendemos el PT, no aprobamos sus 14 años de gobierno, PERO, frente a la amenaza fascista del golpe y de la ola conservadora, ¡VIVA el PT! ¡VIVA el eterno presidente Lula! ¡VIVA los 14 años de gobierno petista!”.

Artículo publicado en www.pstu.org.br, Nacional, 2/4/2018.-

Traducción: Natalia Estrada.

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