Dom May 19, 2024
19 mayo, 2024

Marxismo y anarquismo – 2° parte

La economía anarquista

En el primer artículo de esta serie, publicado en la edición N.° 471 [de Opinión Socialista], expusimos las ideas fundamentales del anarquismo y las criticamos desde el punto de vista marxista.


Al adelantar los temas de los próximos artículos, dijimos que, desde el punto de vista de la economía, la realización del ideal anarquista representaría un retroceso en todo el desarrollo humano y social, en comparación con el capitalismo. Tal afirmación causó una enorme indignación entre algunos anarquistas. En el presente artículo intentaremos probar esta asustadora declaración.

La economía capitalista y el marxismo
 
La Edad Media fe un período de atraso e ignorancia. Los pueblos estaban divididos en pequeñas unidades político-económicas llamadas feudos. Cada feudo tenía su príncipe, sus leyes, sus unidades de peso y medida, su moneda y su ejército. La economía era de subsistencia y el comercio entre feudos era esporádico, resumiéndose a unos pocos ítems que sobraban al final de cada zafra. La burguesía nació, creció y se fortaleció como clase revolucionaria en el seno de esa sociedad agraria atrasada. El ímpetu comercial de la burguesía rompió esa arcaica estructura social: vinieron las grandes navegaciones, el renacimiento de las ciudades, de las artes y de las ciencias, y con ella el comercio mundial. La vieja sociedad no soportó el choque, y los antiguos feudos se unificaron en las grandes naciones y pueblos que conocemos hoy. El Estado nacional burgués, la economía nacional burguesa y la nación burguesa fueron gigantescos pasos progresivos en la historia de la humanidad. Pero la burguesía no paró por allí en su cruzada revolucionaria: creó también la producción mundial y con eso unificó económicamente el planeta entero.

Marx consideraba la mundialización de la producción como un fenómeno esencialmente progresivo, como la verdadera base material de la sociedad comunista, pero alertaba sobre el hecho de que ese paso adelante en la capacidad productiva humana había encontrado un nuevo límite histórico en la propiedad privada, en el caos del mercado y en las fronteras de los Estados nacionales. Y eran justamente esos límites los que precisaban ser superados. O sea, el marxismo parte de las conquistas progresivas del capitalismo y busca superarlas positivamente, creando así una sociedad superior.

¿Y el anarquismo? ¿Qué propone en términos de economía?

La economía anarquista
 
Hay distintas visiones dentro del anarquismo sobre cómo debería funcionar la economía del período pos revolucionario. Pero algunos trazos comunes pueden ser delineados.

La idea anarquista de la oposición a cualquier tipo de poder centralizado se refleja también en su visión económica. A diferencia del marxismo, que propone la nacionalización de toda la propiedad burguesa y el control racional de toda la economía por medio del Estado proletario, el anarquismo propone que cada empresa sea controlada por sus propios trabajadores. Y por nadie más. Los trabajadores de la General Motors (GM) controlarían la GM; los trabajadores de la Petrobras controlarían la Petrobras, y así todos.

Aquí comienzan los problemas: ahora, bajo el capitalismo, el control obrero de la producción (cada grupo de trabajadores controlando su empresa) es una reivindicación revolucionaria, pues se choca con la propiedad privada burguesa. El patrón dice: “hagan eso”, y los obreros hacen otra cosa; el patrón dice: “produzcan tal cantidad”, y los trabajadores producen otra. Esto, bajo el capitalismo, es fantástico. Por eso la burguesía tiene tanto miedo de las comisiones de fábrica y de las organizaciones por lugar de trabajo. No es un verdadero marxista aquel que no defiende, con todas sus fuerzas, el control obrero como una importante bandera de lucha contra los capitalistas.

Pero, como todo en la vida, algo que es bueno bajo ciertas condiciones puede ser malo bajo otras. En una sociedad que haya destruido la propiedad burguesa, en la que no haya más capitalistas, el control obrero por empresa deja de ser algo progresivo y pasa a ser regresivo. Cuando se destruye a la burguesía, la única medida realmente progresiva en términos económicos es la planificación económica nacional, no el control obrero por empresa.

Eso es así, justamente por lo que decíamos antes: la nacionalización, y después la mundialización de la economía, llevadas a cabo por la burguesía en su época revolucionaria, son una grandiosa conquista, de la cual el proletariado no puede deshacerse bajo pena de construir una sociedad que, al atomizar sus fuerzas, acabe siendo inferior al capitalismo.

Además, ¿sería realmente justo, por ejemplo, una vez expropiada la burguesía, que los trabajadores de la GM controlasen la GM? Ahora, un automóvil de la GM también es fruto del trabajo de los trabajadores de las autopartes, de la industria del caucho, de la industria del vidrio, de la industria química, de la industria electrónica y un largo etcétera. En verdad, todas las riquezas producidas en el país son fruto de un trabajo tan profundamente colectivo que sería imposible decir qué trabajadores de cuales empresas contribuyeron en esta o aquella producción. La realidad es sólo una: todos los trabajadores de todas las empresas contribuyen con toda la producción nacional. Punto. Y es por eso que es nacionalmente, nunca localmente, que la producción debe ser controlada. El anarquismo quiere tornar a los trabajadores de una empresa dada en señores de aquella producción; el marxismo quiere tornar a toda la clase trabajadora, señora de toda la economía.

Por eso decimos que la propuesta anarquista de fragmentación de los trabajadores en empresas aisladas es un retroceso en relación con el capitalismo, que es centralizado, concentrado, mundial y, justamente por eso, altamente productivo.

La “libertad” según el anarquismo
 
“¡Calumnia! ¡Ningún anarquista jamás negó la necesidad de que las empresas-comunas establecieran relaciones entre sí!”, dirán los anarquistas. Y es verdad. Muchos teóricos anarquistas reconocieron esa necesidad y hablaron sobre ella. Pero, ¿cuáles relaciones, exactamente, según los anarquistas, deberían establecer esas empresas-comunas? Ciertamente no serán relaciones decididas en algún centro de comando, por ejemplo, un “Congreso Nacional de Consejos Obreros” que venga a instalarse después de la revolución, pues esto equivaldría a un poder estatal centralizador, lo que va contra los principios del anarquismo. “Lo fundamental es que sean relaciones libres, decididas por los propios colectivos que controlan esas empresas”, dirán. Pero, ¿cómo sería eso en la práctica?

En su obra Idea general sobre la revolución en el siglo 19, Pierre-Joseph Proudhon, considerado el padre del anarquismo, aclaró el tema con la idea de “contrato”: “Déjenos preguntar: ¿qué necesidad tenemos nosotros de gobierno cuando hicimos un acuerdo? ¿El Banco Nacional y sus varias filiales no garantizan centralización y unidad? ¿El acuerdo entre terratenientes para compensación, comercio y renta de las propiedades rurales no crean unidad? Partiendo de otro punto de vista, ¿las asociaciones industriales para administrar la gran producción no crean unidad? (…) La idea de contrato excluye la idea de gobierno”.
 
Y más adelante, en el mismo libro: “En lugar de las leyes, pondremos contratos: no habrá más leyes votadas por la mayoría ni aun por unanimidad. Cada ciudadano, cada ciudad, cada sindicato hará sus propias leyes. En lugar del poder político, pondremos fuerzas económicas”.
 
Muy bien, ahora déjenos preguntar a los anarquistas: ¿qué diferencia hay entre esas ideas y las del liberalismo clásico, según el cual la mano invisible del mercado regula perfectamente todas las relaciones sociales sin necesidad de cualquier intervención por parte del Estado? ¿Qué diferencia hay entre las ideas de Proudhon y aquella idea bien conocida, según la cual las empresas, al comercializar libremente sus productos, contribuyen para el “bien común” de toda la sociedad?

Sí, el pensamiento de Proudhon es coherente: si no hay control consciente por parte del Estado, la única forma de regular las relaciones entre las empresas es, de hecho, el libre comercio. Pero eso es capitalismo y no socialismo. Para Proudhon, así como para el liberalismo clásico, la idea de libertad es inseparable de la idea de libre comercio: “Suprimir la competencia significa suprimir la propia libertad”.
 
Proudhon quiere acabar con las leyes y sustituirlas por los “libres contratos”. Pero, ¿no será la venta de la fuerza de trabajo del trabajador también para el capitalista un “libre contrato”? Seguramente, sí. Y, por acaso, ¿no luchamos todos nosotros contra la propuesta de ACE (Acuerdo Colectivo Especial) del gobierno y de la CUT [Central Única de Trabajadores – Brasil), que pretende sustituir la CLT [Consolidación de las Leyes del Trabajo] por los “acuerdos” entre empresas y trabajadores? Con seguridad, luchamos. Y lo hacemos porque sabemos que entre desiguales nunca habrá “libre acuerdo”. Las relaciones entre partes desiguales precisan ser reguladas, siempre, en interés de la parte más frágil, o del todo al cual ambas partes se subordinan. Justamente para eso servirán el Estado proletario y las leyes proletarias. El comunismo no será construido como la prolongación de desigualdades por medio de “contratos”, sino con la erradicación consciente de esta desigualdad a través de mecanismos económicos y políticos.
 
Cada trecho de los escritos del padre del anarquismo es, verdaderamente, una justificación de izquierda del pensamiento liberal. Pero no golpearemos demasiado en esta herida tan dolorosa para los anarquistas. Afirmamos apenas que nosotros, marxistas, pensamos lo contrario: en el lugar del poder ciego y alienado de las fuerzas económicas, que destruyen a los más débiles y elevan a los más fuertes, pondremos leyes que disminuyan conscientemente las desigualdades, que reparen los crímenes económicos y la disparidad de condiciones. Defenderemos la intervención consciente, centralizada, nacional (¡y después internacional!) de toda la clase trabajadora sobre la economía. “¡Acción e intervención conscientes!”, y no ”¡libre contrato!”: he aquí, para el marxismo, la verdadera definición de libertad.

El carácter utópico del anarquismo
 
El socialismo anterior a Marx entró a la historia con el nombre de “utópico” porque se resumía a especulaciones sobre las características de una sociedad futura imaginada como perfecta. Ya el marxismo es llamado también como “socialismo científico” porque fue Marx quien expuso, por primera vez, no sólo los males de la sociedad capitalista sino la condición concreta para la liberación de la humanidad (la extinción de la propiedad privada) y el sujeto de esa transformación (la clase trabajadora).

Diferente del socialismo utópico, el anarquismo tuvo el mérito de ver en la revolución social y en la clase trabajadora las claves para la transformación del mundo. Pero en todos los otros aspectos, su pensamiento permaneció utópico. Al recusarse a extender cualquier puente entre la sociedad presente y el futuro, el anarquismo permanece atado al viejo espíritu de Saint-Simon, Fourier, Owen y otros filósofos utópicos que dedicaron sus vidas a pensar un mundo mejor pero que jamás realizaron ninguna transformación real. Las experiencias cooperativas de los socialistas utópicos del siglo 19 nunca pasaron de minúsculas islas en el inmenso océano capitalista. Ya la Comuna de París y el Estado soviético hicieron maravillas en el poco tiempo que tuvieron, y por eso son nuestros ejemplos y jamás serán olvidados.

Los anarquistas son, en su abrumadora mayoría, revolucionarios sinceros. Pero por más que no quieran y no lo admitan, son los herederos indirectos de la escuela utópica, los últimos románticos. Y en la dura lucha de clases, en la guerra sangrienta contra el capital, en el violento puerto que dará a luz un nuevo mundo, el romanticismo puede ser noble y bello, pero ciertamente no es útil. A él oponemos la [frase] fría y seca, sin embargo verdadera y cortante, escrita por Lenin, y con ella terminamos este artículo:

“No somos utopistas. Nunca ‘soñamos’ poder dispensar bruscamente, de un día para otro, toda y cualquier administración, toda y cualquier subordinación; esos son sueños anarquistas resultantes de la incomprensión del papel de la dictadura proletaria, sueños que nada tienen en común con el marxismo y que en la realidad no sirven sino para postergar la revolución socialista hasta que los hombres sean de otra esencia. No, nosotros queremos la revolución socialista con los hombres tales como son hoy” (El Estado y la revolución).

Secretaría Nacional de Formación – PSTU Brasil
Publicado en Opinión Socialista N.° 473 – diciembre de 2013

Traducción: Natalia Estrada

Más contenido relacionado:

Artículos más leídos: