Jue Mar 28, 2024
28 marzo, 2024

China, mito y realidad

En el interior de las corrientes marxistas existe un interesante debate sobre el carácter del actual del Estado chino. Hay diferentes puntos de vista al respecto. Sin embargo, la opinión mayoritaria considera que, en China, si bien se han hecho profundas reformas procapitalistas, a dife­rencia de la ex URSS, no se ha restaurado el capitalismo.

Por: Martín Hernández, miembro del Comité Ejecutivo de la LIT-CI

Ligado a esta cuestión, hay otro tema que merece ser debatido: el futuro de China. Los diferentes analistas, sean de izquierda o de derecha (o como mínimo la amplia mayoría de ellos), no tienen dudas en prever un futuro floreciente para China. Se habla de que este país se convertiría en una de las grandes potencias del mundo y no son pocos los que auguran para China el título de “principal potencia del siglo XXI”.

Resulta difícil coincidir con estas dos opiniones que despiertan tanta unanimidad. Por un lado, es evidente que en China, al igual que en la ex URSS, desde hace tiempo se ha restablecido una economía de mercado y, por el otro lado, es altamente improbable que China, siguiendo su actual curso, pueda llegar a transformarse en una de las grandes potencias, y mucho menos que esté llamada a ser la “gran potencia” del siglo XXI.

Las empresas estatales y el carácter de clase del Estado

La dirección del Partido Comunista Chino, al igual que todas las direcciones de los ex Estados obreros[1], ha restaurado el capitalismo agi­tando las banderas del socialismo. Esto es, evidentemente, una contradicción que la dirección del Partido Comunista chino intenta superar diciendo que en China no hay ni una economía socialista ni una economía de mercado. Lo que habría es un “socialismo de merca­do”. Es decir que, en plena etapa imperialista del capitalismo y más aún en su actual fase “globalizada”, el país más poblado del planeta sería un Estado híbrido.

Ligado al argumento anterior, y para justificar que en China no se ha restaurado el capitalismo, tanto la dirección china como sus seguidores argumentan que si bien hay muchas empresas privadas, el grueso continúa en manos del Estado. Es cierto que la mayoría de las empresas continúan siendo estatales lo que quiere decir que en ese país conviven diferentes formas de propiedad y de relaciones de producción. Sin embargo, eso no le confiere al Estado chino un carácter híbrido.

Las fórmulas puras solo existen en la teoría, pero en la realidad no existe ningún Estado en donde no convivan diferentes for­mas de propiedad. Sin embargo, la cantidad de empresas estatales y privadas no determinan, ni nunca determinaron, el carácter de clase de un Estado.

En los Estados obreros (tanto en su fase revolucionaria como burocrática) y en los Es­tados capitalistas han convivido y conviven diferentes formas de propiedad. En la URSS, en la época de la NEP (Nueva Política Económica), junto con la propiedad estatal de los medios de producción, existió un considerable número de empresas privadas. En Polonia, a pesar de haberse expropiado a la burguesía, la amplia mayoría de la tierra nunca llegó a ser de propiedad estatal. Por el contrario, en la Italia de Mussolini, la mayoría de las empresas fueron expropiadas y pasaron a ser estatales. Sin ir tan lejos, hasta hace muy poco tiempo, en Venezuela, un típico país ca­pitalista, más de 60% del PIB surgía de las empresas estatales.

Esta realidad (de alto número de empresas estatales en Estados capitalistas y de empresas privadas en Estados obreros) ha generado muchísimas confusiones a la hora de analizar el carácter social de esos Estados. Así, sectores importantes de la socialdemocracia (Kautsky y Otto Bauer, entre ellos) saludaron la NEP en la ex URSS (ideada por Trotsky y dirigida por Lenin) porque entendían que con ella se estaba restaurando el capitalismo. Por otra parte, a nivel del marxismo revolucionario, no fueron pocos los que, a partir de las expropiaciones de Mussolini, colocaron un signo igual entre la Italia fascista y la URSS estalinista.

Sería propio de un análisis mecánico grosero pensar que el Estado en el cual predominan las empresas capitalistas es un Es­tado capitalista, el Estado en el que predominan las empresas estatales es un Estado obrero (o no capitalista), y el Estado en donde conviven con cierta paridad las dos formas de propiedad [es] un Estado híbrido.

Trotsky, que fue uno de los marxistas que más examinó la cuestión de clase de los Estados, afirmaba que, en última instancia, esta cuestión estaba determinada “…por las formas de propiedad y de las relaciones de producción que el Estado en cuestión pro­tege y defiende”[2]. Si abordamos la discusión con este criterio, es fácil ver que la Italia de Mussolini no tenía nada que ver con un Esta­do obrero, por más que se expropiara, coyunturalmente, a la burguesía, de la misma forma que la URSS de Lenin no tenía nada que ver con un Estado capitalista por más que, por un período, se viese obligado a hacer concesiones al capitalismo.

Si examinamos a la China actual con este criterio, podremos obtener alguna luz en lo que se refiere a la cuestión de clase del Estado. En este caso, como en los otros, no se trata de determinar el porcentaje de empresas estatales y privadas que existen. Se trata de determi­nar cuáles son las formas de propiedad y las relaciones de producción que el Esta­do chino protege y defiende.

¿Una nueva NEP?

Algunos seguidores de la actual dirección china afirman que las reformas procapitalistas no serían más que “…un recurso táctico sin perder de vista la construcción socialista a mediano y largo plazos”[3]. En otras palabras, la actual dirección china estaría haciendo algo similar a lo que hizo Lenin en los primeros años de la Revolución Rusa con la NEP (Nueva Política Económica).

En Rusia, después de la guerra civil que devastó el país, la dirección bolchevique implementó la NEP. Esta política tenía como objetivo alentar mecanismos capitalistas para aumentar la producción y así crear mejores condiciones para, a mediano plazo, avanzar en dirección al socialismo. Como parte de esta política, en ese período, 38% de los medios de producción quedaron en manos particula­res y, en lo que se refiere a los medios de producción agrícolas, ese número llegaba a 96%[4]. Como se podrá ver, el porcentaje de propiedad privada en la época de la NEP era superior a la que se da actualmente en varios de los ex Estados obreros y, en lo que se refiere al campo, era cualitativamente superior a la que se da actualmente en Rusia.

Sin embargo, basta comparar el proceso de la NEP con los actuales procesos de restauración para ver las diferencias cualitativas entre ellos. En la época de la NEP se alentó el desarrollo de la propiedad privada, pero el aumento de la producción fue puesto al servicio del desarrollo de la propiedad estatal. Tanto es así que, en ese período, en donde se incentivó la propiedad privada, las empresas estatales aumentaron su participación en el total de la producción.

“La industria estatal y socialista ha producido, en 1923-24, el 76% de la producción bruta; en 1925-26 ha producido el 79,3% y en un año más es fácil, según cálculos anticipados, que llegue al 79,7 %. En lo que respecta a la industria privada, su participación en la producción era en 1923-24 de 23,7%; en 1924-25, de 20,7% y se espera el 20,3% en 1925-26”[5].

Eso es lo opuesto de lo que se da actualmente en los ex Estados obreros. Por otra parte, ahora no se están haciendo solo “concesiones” al capitalismo. Ahora se lo está restaurando. Por eso, en todos los ex Estados obreros, las “concesiones” al capitalismo no se han limitado a alentar la propiedad privada de los medios de producción sino que han acabado con el monopolio estatal del comercio exterior y con la economía centralizada y planificada. De esta forma, en todos estos estados (incluido China), los resultados son los opuestos a los de la NEP de Lenin: la participación de la industria privada en el total de la producción no para de crecer, mientras que con las empresas estatales ocurre todo lo contrario.

De igual manera, en las actuales economías de los ex Estados obreros, las empresas estatales juegan un papel cualitativamente distinto del que jugaban en el pasado. En primer lugar, porque aun siendo estatales están sometidas a las reglas de una economía de mercado y, en segundo lugar, porque estas empresas, directa o indirectamente, tienen una participación decisiva en el desarrollo de las empresas privadas.

Las “particularidades chinas” aceleraron la restauración

A menudo se habla de las “particularidades chinas”. ¿Pero cuál es la principal particularidad china que la diferencia de la ex URSS y del Este europeo? Esa particularidad es que China no tiene un gran desarrollo industrial. Por eso, el agro, y no la industria, es su principal actividad económica. Como producto de las reformas económicas, en este momen­to, esa actividad está 100% en manos privadas. Pero las reformas no se han limitado al campo. Por el contrario, se iniciaron en el campo y se fueron extendiendo a otras regiones, y al con­junto de la economía.

Cuando Gorbachev aún estaba lejos de tomar el comando de la URSS, va los gobernantes chinos avanzaban con su “perestroika”. Para ver esto, nada mejor que observar cómo ese proceso es evaluado por el imperialismo:

“ La forma gradual (resumida en la expresión de Deng Xiaoping ‘tantear las piedras para cruzar el río’) es esencialmente el camino seguido por China. Después de la muerte de Mao Tse-tung [Zedong], y de la denuncia de la revolución cultural, las reformas iniciadas en 1978 abrieron la puerta a emprendimientos conjuntos y comenzaron a liberar los precios, primero marginal­mente, después de manera más extensiva. La mayoría de las reformas iniciales se concentró en el área rural. El sistema de responsabilidad familiar, iniciado localmente para descolectivizar la agricultura, fue aplicado a otras regiones… En seguida, aflojó las restricciones a las empresas industriales ‘no estatales’ (las de propiedad de los gobiernos locales y colectivas) y permitió la entrada de nuevas empresas en una amplia gama de actividades. Además, incentivó a las nuevas empresas municipales rurales (EMR) a funcionar de acuerdo con los principios del mercado. La parte de la producción correspondiente a las empresas privadas y no estatales creció acentuadamente. En 1984, las reformas se habían extendido a la economía urbana. Los gobiernos locales comenzaron a tener más autonomía fiscal. La administración de las empresas estatales fue reformada, ya que su fuente de financiamiento dejó de ser el presupuesto del gobierno y pasó a ser el sistema bancario. Progresivamente, fueron abolidas las restricciones al comercio exterior y a las inversiones extranjeras, y se iniciaron varias reformas institucionales, inclusive la recreación de un banco central. Mientras tanto, la función de la planificación iba siendo progresivamente reducida. Las reformas se aceleraron en 1994 y 1995, particularmente en lo que se refiere a impuestos, legislación empresarial y co­mercio exterior.”[6]

 ¿Qué formas de propiedad y qué relaciones de producción protege y defiende el Estado chino?

En un folleto editado por el propio gobierno chino, se señala: “Las empresas estatales chinas, sector principal de la economía pública socia­lista, son el pilar y la fuerza central de la economía nacional… ”[7]. Sin embargo, en el mismo folleto se aclara qué es lo que significa ser un “pilar” de la economía nacional:

“…las empresas estatales hicieron impor­tantes contribuciones: suministraron a las empresas no estatales materias primas, fuentes eléctricas, instalaciones públicas y equipos téc­nicos; asumieron en gran medida responsabili­dades en el cumplimiento de los ingresos financieros, de los planes de carácter orientador y de las tareas sociales; apoyaron al Estado en la aplicación de políticas preferenciales para las empresas colectivas, individuales, privadas y de inversión foránea; crearon las condiciones para una rápida acumulación de bienes y un acelerado desarrollo de las empresas no estatales… En particular, una cantidad considerable de administradores y técnicos calificados de las em­presas estatales pasaron a otras empresas, convirtiéndose en su fuerza básica para el desarrollo… En el primer semestre de 1994, en el valor agregado industrial de todo el país, las empresas estatales y no estatales aportaron en cada caso 50%, mientras que los impuestos pagados por aquellas llegaron a 68% del total, y las empresas no estatales solo contribuyeron con 32%”[8].

Con tantos incentivos para las empresas no estatales, comenzando por el respaldo dado por las propias estatales, el resultado no podía ser otro:

La economía no estatal ha alcanzado un ritmo de desarrollo impresionante. De acuerdo con las estadísticas de 1992, las industrias del sector no estatal ocuparon 50% del valor global industrial… En 1990, el porcentaje de las industrias no estatales ascendió a 65,7% en la provincia de Jiangsu, a 68,7 % en la provincia de Zhejiang y a 58,6 % en la provincia de Shandong.

 

 

Hasta el año 1993 se observó un desarrollo aún más acelerado en el sector no estatal. To­memos como ejemplo las industrias. De 1978 a 1985, su valor industrial subió de un cuarto del valor global a un tercio; y de 1985 a 1992, de un tercio a la mitad…

El crecimiento de la industria estatal es obviamente lento en comparación con las industrias de otras formas de propiedad.

De 1978 a 1992, la industria estatal creció en un 110%; la colectiva, en un 314%; la de los otros sectores económicos surgió de la nada y alcanzó un aumento de 3.350%.[9]

Esta desigualdad en el desarrollo de la industria privada y estatal lleva inexorablemente a la crisis y liquidación de la segunda. Las causas son explicadas, con mucha claridad, por los autores de este folleto:

«… [Las empresas estatales] siendo el pilar del fisco han tenido que sacrificarse para pagar los costos de la reforma y la apertura, creando condiciones financieras, materiales y humanas para el desarrollo de la economía no estatal…” pero, a pesar de eso “…en el proceso de establecimiento de la economía de mercado, los diversos sectores económicos se entregan a una competencia equitativa según la ley del valor y las reglas de mercado funcionan independientemente de cualquier forma de propiedad… El gobierno se inhibe de interferir en forma directa en la producción y administración de las empresas. Las mejores empresas sobrevivirán y las que no sean eficientes serán eliminadas mediante la competencia en el mercado”[10].

Está lucha desigual ya tuvo un primer resultado: “En el primer trimestre de este año, la contabilidad de las 108.000 compañías estatales mostró, por primera vez, pérdidas que superaban las ganancias.”[11]

¿China, una nueva potencia mundial?

En relación con Rusia, los voceros del imperialismo no tienen cómo ocultar la calamidad que está significando la restauración del capitalismo. Pero sobre China no dicen lo mismo. Destacan que China es la economía que más crece en el mundo. Efectivamente, entre los años 1989 y 1995, la economía china creció un promedio anual de 9,4% y, entre los años 94/95, ese promedio subió a 11%. Esto, en la fase actual del capitalismo, es sin dudas un crecimiento espectacular. De esta forma, China estaría negando las previsiones del marxismo, y de Trotsky en particular. La restauración del capitalismo no sería sinónimo de retroceso sino de progreso. A tal punto sería así que, como ya mencionamos anteriormente, es bastante generalizada la opinión de que China camina a convertirse, en un corto espacio de tiempo, en una nueva y gran potencia económica.

Nuestra visión de este proceso es distinta o, para mejor decirlo, opuesta. Es cierto que la economía China viene teniendo un crecimiento sostenido. Sin embargo, la forma en que se está dando ese crecimiento hace que China no sea una amenaza para las actuales potencias imperia­listas. En realidad, no es siquiera una amenaza económica para los países más importantes de su área, los llamados “tigres asiáticos”. Más aún, China no solo no apunta a convertirse en una gran potencia económica sino que, por el contrario, camina a pasos acelerados en dirección a convertirse en una semicolonia del imperialis­mo, si es que ya no lo es.

China viene teniendo un crecimiento sostenido de su economía a partir, fundamen­talmente, del aumento de su producción agrí­cola y del crecimiento espectacular de sus exportaciones. A finales de la década de 1970, en el inicio de las reformas económicas, las exportaciones chinas eran del orden de 7,4 mil millones de dólares. Actualmente, llegan a los 121 mil millones de dólares, lo que ha llevado a un aumento muy grande de las reservas en di­visas, que en el año ’78 estaban en cero y en la actualidad llegan a 85 mil millones de dólares.

Todos los comentaristas internacionales destacan estos números. Sin embargo, nos pa­rece necesario  destacar también algunas otras cuestiones económicas. En primer lugar, que como decíamos anteriormente, China es un país agrícola sumamente atrasado. En segun­do lugar, que hay un enorme crecimiento de las importaciones (7,4 mil millones en el año ’78 contra 116 mil millones de dólares en el año 1996). En tercer lugar, que hay un crecimiento espectacular de la deuda externa (4,5 mil millones en 1978 contra 70 mil millones en 1996). Y, en quinto lugar, que el más espectacular de todos los crecimientos es el de las inversiones de las multinacionales: en 1991 era de 430 millones de dólares para saltar, en el primer semestre de 1995, a 16.372 millones de dólares.[12]

El atraso de China

La euforia de los voceros del capitalismo (y de no pocos marxistas) sobre el desarrollo de la economía china no es unánime. Por ejemplo, el renombrado economista chino Fan Gang, en una visita al Brasil, insistió en que hay que ser más cautelosos con los pronósticos que se hacen sobre China, ya que la economía de su país “crece mucho, pero partiendo de un nivel muy bajo.”

Este alerta es correcto. El crecimiento de la economía es un elemento importante, pero relativo. Es necesario ver de qué niveles parte y la forma cómo se da ese crecimiento. Para que se entienda esto, es bueno precisar que la economía que más crece en el mundo no es la China sino la de Botswana, un pequeño país del continente africano que tiene un crecimiento espectacular a partir de la producción de dia­mantes. Sin embargo, sería equivocado pensar que, por eso, este país tiene posibilidades de transformarse en una potencia imperialista, [y] no solo por su reducida población (tiene un millón trescientos mil habitantes). Tampoco se va a transformar en una nueva Suiza.

China es un país sumamamente atrasado, con muy poco desarrollo industrial. Esta afirmación no surge solamente de una comparación de la economía china con la de las grandes potencias imperialistas. También surge al comparar la economía de este país con la de Rusia. Por ejemplo, comparando el PIB per cápita de Rusia y China cuando se iniciaron las reformas en ambos países, se puede ver que el de Rusia era ocho veces su­perior al de China, y esto, en la actualidad, no ha cambiado cualitativamente a pesar de la brutal caída de la economía rusa. El PIB per cápita de Rusia es actualmente cinco veces mayor que el de China.

Como muestra del atraso del Estado chino, vale destacar que 73% de su población vive en el campo. Este es un índice similar al de países como la India (73%), Paquistán (66%) o Nigeria(62%). Y está muy lejos de las gran­des potencias imperialistas que tienen una importante producción agrícola, como EEUU (24%), Francia (27%) o Alemania (14%). También está lejos de los países más avanzados del llamado “tercer mundo”, como Brasil (23%). Es en ese marco de atraso que se da el crecimiento de la economía china.

Las inversiones extranjeras

El crecimiento de la economía china debería ser una amenaza para las potencias imperialistas y, en especial, para los llamados “tigres asiáticos”. Sin embargo, no es así. Por­que lo que está ocurriendo es que, por un lado, son las grandes multinacionales imperialistas las que están ocu­pando el fabuloso mercado interno chino y, por otro, son, en muchos casos, capitales extranjeros los que están por detrás de los productos “made in China” que invaden el mercado mundial.

De la mano del proceso de privatización de la economía china (en el año ’78 existían 300.000 empresas privadas y hoy existen 22 millones), se está dando una verdadera invasión o, para ser más preciso, una verdadera colonización de este país. Y al frente de este proceso están las grandes multinacionales. En este sentido, el folleto que citábamos anteriormente, destaca que “las inversiones proceden de más de 150 países y regiones”.

Entre más de 200 multinacionales con inversiones en China, las principales provienen de países desarrollados de Europa, de América, y también del Japón. Estas inversiones se esparcen en diversas ramas industriales: fabricación de automotores, sistemas de control programa­dos, fibras y cables ópticos, extracción de petróleo, ascensores, productos electrónicos, químicos, etc.

La Hewlett Packard, segunda compañía de computadoras de EEUU, ha establecido en China cinco empresas mixtas. La compañía de entrega inmediata DHL, que ya tenía diez oficinas funcionando en territorio chino, se proponía llegar a 26 en 1996. La japonesa Sanyo montó 17 empresas en China, de capital exclusivamente japonés. La Pepsi Cola, instalada en China desde hace varios años, se propone construir diez nuevas plantas en los próximos diez años.

En la zona de desarrollo económico y tecnológico de Tianjin, uno de los puntos más dinámicos de crecimiento económico en el norte de Chi­na, 55 famosas multinacionales han establecido empresas u oficinas, como Motorola, AST Computer, Karf General Electric, de EEUU; Bayer y Volkswagen, de Alemania; Nestlé, de Suiza; Novo Nordisk Biotechnology, de Dinamarca; BOC, de Inglaterra; Itochu y Yamaha, de Japón; Sansung y Hyundai, surcoreanas; Universal, de Singapur; y Chia Tai, de Tailandia. De las cien primeras multinacionales del mundo, 53 han establecido oficinas en Beijing [Pekín]. De las 50 primeras multinacionales norteamericanas, 28 tienen oficinas en esa misma ciudad.

Dentro de este proceso, merece una mención especial la relación de China con los principales países del área, los llamados “tigres asiáticos”. Según el Informe del Banco Mundial:

“… La apertura de China alteró la ventaja comparativa de los tigres en el comer­cio mundial, y ellos, en lugar de resistir, aprovecharon la oportunidad transfiriendo recursos de la manufactura simple para líneas de producción más sofisticadas, valiéndose de su especialización para expandir su producción en China… Las exportaciones chinas simplemente sustituyeron a las de los cuatro tigres, lo que ocasionó una caída de la participación combinada de estos en las exportaciones de vestuario, juguetes y artículos deportivos para el mercado mundial… Eso ocurrió con la ayuda de las inversiones directas de los propios tigres, cuyas empresas, en muchos casos, simplemente transfirieron sus líneas de producción a China. Por ejemplo, en la región del delta del río Perla, Guandong, cerca de 25.000 fábricas, que emplean directa o indirectamente de tres a cuatro millones de trabajadores, actúan con subcontratos para empresas de Hong Kong. Mientras tanto, los tigres avanzaron a escala del desarrollo, al pasar a fabricar productos con mayor coeficiente de capital y especialización.”[13]

En relación con las inversiones, es necesario analizar otro hecho. Existe una po­derosa burguesía china en el exterior del país. El peso de esta burguesía es enorme. Se cal­cula que controla alrededor de 2,5 billones de dólares (que equivale a casi la mitad del PIB de los EEUU). En Indonesia, por ejemplo, se estima que es dueña de 17 de los 24 grupos empresariales más importantes del país. En Filipinas, se calcula que controlan 75% del mundo de los negocios. Esta pode­rosa burguesía es la que ha hecho el grueso de las inversiones en China, principalmente a partir de Hong Kong (67,3 mil millones de dólares) y Taiwán (9,8 mil millones).

Dentro de estos datos, es necesario darle importancia, en especial, a un hecho político­-económico transcendental como es la reincorporación de Hong Kong al Estado chino. Desde el punto de vista geográfico y político se trata realmente de una incorporación, pero no podemos decir lo mismo desde el punto de vista económico.

Algunas conclusiones sobre la restauración y el crecimiento de la economía china

En un país agrícola como China, el crecimiento de la economía, sustentada en gran parte sobre la base de la exportación de productos industrializados, es una gran contradicción. Y solo se ha podido dar a partir de la combinación de dos factores: mano de obra masiva, no especializada y barata, de un lado, y fuertes inversiones extranjeras, del otro. Pero esta forma de “crecimiento” es bastante frágil y, en gran medida, artificial. Se parece bastante a otros conocidos “milagros” que el imperialismo, en varios momentos, ha susten­tado. De esta manera, la forma en que crece la economía china, lejos de llevar a este país a convertirse en una nueva potencia, lo está llevando a tener, cada vez más, una economía dependiente del imperialismo.

Con una economía dependiente del impe­rialismo, China no le disputa los mercados. Es que, en la división mundial del trabajo, China ocupa el lugar reservado a los países subdesarrollados. Las buenas relaciones económicas que China está manteniendo con los “tigres asiáticos” es un muestra de esto: ellos disputan el mercado de los productos más sofisticados, mientras que China actúa en el de productos que exigen mano de obra barata y masiva, en muchos casos con capitales de los propios “tigres” instalados en su territorio.

Como todo crecimiento económico artifi­cial, es completamente inestable. En este caso, porque se apoya en cinco condiciones favorables pero de carácter solo coyuntural. Estas cinco condiciones son: la apertura que existe en la mayoría de los mercados del mun­do para los productos chinos baratos; la existencia de una dictadura que posibilita una superexplotación feroz; los incentivos a las empresas privadas apoyados en el “sacrificio” de las empresas estatales; los salarios extrema­damente bajos, aun comparados con los países más atrasados del “tercer mundo”; y las impor­tantes inversiones venidas del exterior.

El crecimiento de la economía es tan frágil que bastaría que solo uno de estos factores se modificase para que todos los restantes lo hagan y, de esta forma, el crecimiento se trans­forme en estancamiento o retroceso. Esta es la situación que se está aproximando. Es que el proceso de restauración, combinado con el de colonización, está agudizando las contradicciones a nivel de la economía. Y esto llevará, casi inevitablemente, a una explosión.

Los “milagros” no duran mucho tiempo. Las ventajas enormes que las empresas priva­das están encontrando para desarrollarse no se van a mantener eternamente y, sin estas ventajas, el flujo de inversiones tenderá a disminuir, a la vez que los productos “made in China” dejarán de ser competitivos en el mercado mundial.

Así, por ejemplo, la “mano de obra barata” se explica, por un lado, por la existencia de la dictadura y, por otro, por un salario social garantizado por el Estado y por las empresas estatales.

Lo mismo ocurre con el conjunto de ventajas que están consiguiendo las empresas privadas, que no surgen por “gracia divina”. Son producto del sacrificio de las empresas estatales y del Estado como un todo. Las empresas estatales, a diferencia de las privadas, tienen que cargar con elevados impuestos, con el salario de sus jubilados (que en muchos casos son más que los trabajadores en actividad), con una enorme cantidad de servicios sociales y, después de hacer todo esto, tienen que disputar con las empresas privadas y con las multinacionales, sobre la base de las leyes del mercado. El resultado solo puede ser la derrota de las empresas estatales y el debilitamiento del Estado frente a las privadas. Esta realidad lleva a una dinámica infernal. Porque el “milagro chino” es, en realidad, parasitario del Estado, y el debilitamiento de este lleva a cuestionar el crecimiento económico, e incluso la dictadura que lo sustenta.

El crecimiento económico chino se pudo dar parasitando el Estado, por lo que este acumuló en cuatro décadas de expropiación de la burguesía y de economía planificada. Estamos presenciando en China una brutal destrucción de fuerzas productivas, disfrazada por las inversiones imperialistas.

En contra de la mayoría de los analistas, afirmamos que China, con la restauración del capitalismo, no va en dirección a largos años de prosperidad y/o de estabilidad. Todo lo contrario. En el horizonte no muy lejano, solo se ve crisis, inestabilidad, explosiones populares, las cuales serán alimentadas por las contradicciones que se fueron acumu­lando en estos años. Entre ellas, dos que merecen ser destacadas. Primero, hay un nuevo proletariado chino: solo en las nuevas plantas de capital extranjero ya trabajan diez millones de obreros. Segundo, la privatización del campo creó una masa de desempleados de cien millones de personas, que la privatización de la economía se muestra incapaz de asimilar. Ellos están siendo, por ahora, mantenidos por el Estado.
Tiannanmen fue solo un ensayo.

[1] Es interesante recordar cuáles eran los argumentos que Gorvachov utilizó para restaurar el capitalismo en la ex URSS: “Nuestro objetivo es fortalecer el socialismo… Lo que nos ofrece Occidente, en términos de economía, es inaceptable para nosotros…”. (Perestroika, nuevas ideas para mi país y el mundo. San Pablo: Editora Best Seller).

[2] León Trotsky. En Defensa del Marxismo. San Pablo: Proposta Editorial, p. 227.

[3] Wladimir Pomar. China: una transición peculiar

[4] Datos de León Trotsky, en: “¿Adónde va Rusia ?”, pp. 47, 49.

[5] Ídem, p. 51.

[6] Banco Mundial «Del plan al mercado. Informe sobre el desarrollo mundial – 1996”, pp. 10-11.

[7] Reformas de empresas estatales. Pekín, China: Editorial Nueva Estrella.

[8] Ídem.

[9] Ídem.

[10] Ídem.

[11] Ídem.

[12]  Datos de QUID, FMI BIRD y The Economist (citados por la revista Veja, Brasil, 26/2/97).

[13] Banco Mundial,  “Del plan al mercado. Informe sobre el desarrollo mundial- 1996”, p. 149.

Artículo publicado en Marxismo Vivo n.° 2, octubre 2000/enero 2001.-

 

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