La convulsión social toma cuenta de Irán hace más de 30 días, desde el asesinato de la joven kurda Mahsa Amini por la llamada “Patrulla de Orientación” mientras estaba detenida de manera absurda por “uso impropio” del velo islámico.
Por: Soraya Misleh
La revuelta encabezada por mujeres ganó otros grupos, con la entrada de la clase trabajadora, que ha protagonizado paralizaciones y barricadas en las carreteras. Lo que inicialmente parecía una protesta contra la imposición del uso del velo y la opresión a las mujeres, así como a la minoría kurda, en medio de la fuerte represión se convirtió en el reclamo generalizado contra el régimen: “Muerte al dictador”.
Paréntesis necesarios: a diferencia de la cantilena orientalista, el velo en sí no es un problema, sino sí su imposición, instrumentada por regímenes fundamentalistas como el de Irán para mantener el control sobre la mitad de la población. Expresión de eso es que las protestas detonadas por la violencia de la opresión revelan, en poco más de un mes, que a la exigencia de libertades democráticas se suman demandas económicas, contra los planes de austeridad y otras medidas neoliberales, por mejores condiciones de vida y de trabajo, y por salarios.
El mundo enfrenta una agudización de nueva crisis global del capitalismo, y las protestas en Irán se dan en medio de ese proceso que señala revoluciones y guerras. Así ocurría en el período en que el país persa protagonizó una poderosa revolución, en 1979, cuya consigna era “¡Muerte al Shá!” Una revolución interrumpida, como describe el artículo de Marcos Margarido.
En el momento en que se intensifican las protestas en Irán, sin muestras de debilitarse y que eventualmente pueden llevar a la radicalización hasta la instauración de un proceso revolucionario, algunas lecciones de la historia se presentan emblemáticas en el país persa.
La poderosa revolución de 1979, cuyas huelgas obreras, sobre todo petroleras, resultaron en la caída del Shá Reza Pahlevi y su régimen monárquico déspota y milenario, no resolvió lo que Trotsky denominó “crisis de la humanidad”: la crisis de dirección revolucionaria. “Solo el [partido] Tudeh, de origen estalinista, se encontraba en condiciones de organizar a una parte de los trabajadores en el período revolucionario. Pero su papel traidor durante su período de legalidad, su histórico de capitulaciones, como el apoyo a la Revolución Blanca del Shá, y su sumisión incondicional a la burocracia soviética impidieron que se transformase en una alternativa para la clase obrera”, explica Margarido en su artículo.
En consecuencia, aunque la caída del Shá y del régimen hayan liberado fuerzas revolucionarias que llegaron a constituir organismos de doble poder –comités populares–, sin resolver la crisis de dirección, acabó por ser secuestrada por una dirección burguesa representada por el ayatolá Khomeini, que ni siquiera sería capaz, por sus intereses de clase, de realizar hasta el fin las tareas democráticas. Al contrario, la oposición fue destruida por una contrarrevolución.
Rumbo al socialismo
Sin que la crisis de dirección en Irán fuese solucionada por el sujeto social de la revolución –el proletariado–, las consecuencias se muestran con el régimen instalado hoy y la situación en el país, que ahora lleva a la población nuevamente a las calles.
Bajo el liderazgo de la burguesía nacional representada por el ayatolá, el proceso fue interrumpido y no fue posible avanzar rumbo a lo que Trotsky detalla en “La Revolución Permanente”: “En otras palabras, la dictadura del proletariado se tornaría el arma con la cual serían alcanzados los objetivos históricos de la revolución burguesa retardataria. Pero esta no podría ser contenida allí. En el poder, el proletariado sería obligado a hacer incursiones cada vez más profundas en el dominio de la propiedad privada en general, o sea, emprender el rumbo de las medidas socialistas”.
Para Trotsky, la revolución no se daría por etapas –democrática y, después, socialista–, sino de forma permanente, por lo tanto, entrelazada. Alcanzar las tareas democráticas, garantizando amplias libertades, reforma agraria e independencia nacional, no sería la conclusión de una etapa para entonces, posteriormente, luchar por el socialismo, sino una continuidad, el punto de partida rumbo al socialismo, a la solución de lo que Trotsky denominó “problemas estratégicos fundamentales”. Para que se recorra ese camino, una nueva revolución sigue al acecho en Irán.
Traducción: Natalia Estrada.