Sáb Jul 27, 2024
27 julio, 2024

¡Una vez más París resucita! Mayo del sesenta y ocho: la revolución hace temblar al capitalismo

Este artículo fue escrito hace algunos años pero, por tener un sesgo histórico, nos parece relevante también hoy, especialmente en relación con las gigantescas movilizaciones de trabajadores y jóvenes franceses en los últimos meses.
El sentido de la republicación no es identificar una identidad entre mayo de 1968 y la actualidad, sino sugerir que, más allá de las diferencias (el contexto internacional, el peso del estalinismo imperante en aquella época, etc.), los obstáculos a superar siguen siendo los mismos (el papel de las direcciones burocráticas de los sindicatos y de los partidos reformistas) e idéntico el problema a resolver para desarrollar la lucha jusqu’au bout, como se decía en aquel mayo, es decir, hasta la victoria: construir una dirección revolucionaria, internacional, es decir, un partido trotskista (FR).
Por: Francesco Ricci
Una piedra que rompe una ventana. Así lo expresa Bertolucci en su Los soñadores (políticamente insulso, cinematográficamente emocionante) hace que el Mayo francés irrumpe en las escenas finales de la película. En realidad, una piedra quebró también con cristales las certezas de la burguesía y de sus intelectuales, que desde hacía meses cantaban el eterno estribillo del «fin de la historia», de la convivencia pacífica de patrones y obreros «aburguesados». Sólo unas semanas antes de los hechos que narraremos, los académicos reunidos en la Sorbona celebraron el ciento cincuenta aniversario del nacimiento de Marx metiendo al gran revolucionario bajo una capa de naftalina en cantidades suficientes para preservarlo –bien escondido en las estanterías de la erudición– del contacto con las masas. Pero las verdaderas celebraciones de Marx vendrían poco después, en los bulevares nuevamente invadidos por banderas rojas.

Una ola internacional

Antes de volver a la cronología de aquellas semanas, vale recordar que no hubo absolutamente nada de “casual” (como lo definieron hace años algunos periodistas de la prensa burguesa) en el Mayo. Sesenta y ocho fue un evento internacional, una ola gigantesca que sumergió el mundo, bañando a decenas de países. El arranque fue provocado por las masas populares vietnamitas que, en enero de ese año, con la ofensiva del Tet, demostraban (como en el pasado reciente las resistencias en Irak y Afganistán) que hasta el ejército más poderoso del planeta puede ser derrotado. En el otoño anterior, Europa, al igual que Estados Unidos, había sido barrida por grandes manifestaciones contra la guerra. Italia, Japón, pasando por la «Primavera de Praga» contra el estalinismo, movilizaciones en el Brasil, el Mayo, y luego la revuelta (y la masacre) de estudiantes en México, continuando con el otoño obrero (1969) en Italia para llegar a mediados de 1970 a la revolución en Portugal (1).

Nada casual, nada irrepetible. Es desde el nacimiento del proletariado moderno (hace dos siglos) que las revoluciones –victoriosas o derrotadas– se suceden y así continuará, hasta que la sociedad capitalista haya sido destruida.

Las primeras barricadas del Mayo

Todo comienza en la facultad de Nanterre (suburbios de París) donde los estudiantes luchan en solidaridad con sus compañeros detenidos en manifestaciones anteriores contra la guerra de Vietnam. Así, 142 estudiantes se constituyen en Movimiento el 22 de marzo. Pero el mundo estudiantil está en crisis desde hace tiempo, tanto en relación con los grandes temas internacionales (Vietnam) como contra las reformas clasistas de la Universidad («plan Fouchet»). Hay que añadir (generalmente esto no se hace porque choca con la reconstrucción «estudiantil» del Mayo) que el movimiento obrero francés ya había sido protagonista de importantes luchas en 1967 contra el desempleo y la compresión del salario. Luchas privadas de perspectiva para la burocracia sindical. De hecho, los primeros en moverse habían sido los trabajadores jóvenes, como los de la Saviem en Caen (5.000 trabajadores) que en enero del sesenta y ocho ocuparon la fábrica enfrentándose con palos a la policía.
Pero volvamos a los estudiantes que, expulsados ​​de Nanterre, se trasladan a la Sorbona (en el centro de París). El 3 de mayo, la policía rodea e invade la Universidad donde se encuentran reunidos cuatrocientos estudiantes, y arresta a varios dirigentes. A partir de ahí arranca la agitada secuencia de manifestaciones, nuevas detenciones, nuevas manifestaciones y enfrentamientos, tan bien descrita en otra buena película, que combina una espléndida fotografía en blanco y negro con una valiosa relectura dramática de aquellos días: Les amants réguliers [Los amantes regulares] de Philippe Garrel.

En los días siguientes, las movilizaciones se extienden a Toulouse, Lyon, Marsella, Burdeos… Y el canto de la Internacional vuelve a resonar en las ciudades francesas, por primera vez desde las jornadas revolucionarias de 1936.
El 10 de mayo, luego de un día de marchas, los enfrentamientos continuaron hasta la noche. El Barrio Latino (sobre la rive gauche [margen izquierda]) se llena de barricadas en llamas que los estudiantes defienden con palos y cócteles molotov de las cargas del CRS (el equivalente a «nostra» Celere). En ese momento, a su pesar, las burocracias sindicales de la CGT (hegemonizada por el Partido Comunista Francés, PCF), la CFDT y FO se ven obligados a convocar la huelga general, aunque posponiéndola para el día 13.

Y el 13 de mayo, un millón de manifestantes, estudiantes y trabajadores unidos, invaden París y sólo la intervención de las fuerzas de seguridad de la CGT y del PCF impidió la caída del régimen. Las organizaciones de extrema izquierda juegan un papel importante, tanto que al final de la manifestación sindical comienza otra (en el Campo de Marte) en la que participan veinticinco mil personas, por iniciativa delMovimiento 22, de la JCR (agrupación juvenil de la sección del Secretariado Unificado de Mandel y Maitan, antecedente de la actual LCR y que en su momento se denominó Partido Comunista Internacionalista, PCI), de la FER (otra organización trotskista, llamada «lambertista» por el nombre de su dirigente, Pierre Lambert) y de varios grupos maoístas.

La llama obrera (los trotskistas provocan la chispa)

Pero la chispa que enciende el fuego obrero arranca al día siguiente en Nantes (menos de trescientos mil habitantes). En la Sud Aviation (tres mil obreros), la asamblea de fábrica aprueba la propuesta de los trotskistas (los lambertistas dirigen allí el sindicato Cft-Fo) de ocupar la fábrica. El director es secuestrado y se iza la bandera roja en los establecimientos. Este es el ejemplo que pronto imitaron las principales fábricas del país: las fábricas de Renault en Cleon, Flins y sobre todo la de Boulogne Billancourt (treinta mil obreros, histórica fábrica de las luchas de 1936). En Burdeos, los trabajadores de los astilleros se declararon en huelga y en los días siguientes, fábrica por fábrica, sector por sector, toda Francia.
Los enfrentamientos entre los manifestantes y la policía continúan sin cesar. El 24 de mayo otros setecientas arrestos en París. Los cuarteles de la policía se utilizan para torturar y aterrorizar (Genova en el G8 no fue una excepción, como podemos ver). Pero la policía poco podía hacer contra una movilización de este tamaño y, de hecho, departamentos enteros se dan a la fuga o se niegan a intervenir (cuando en lugar de manos levantadas al cielo se encuentran frente a la autodefensa de las masas, las bandas armadas del capital sólo pueden retirarse).

Cómo apagar el incendio (vienen los estalinistas)

La burguesía tiembla ante los trabajadores que ya no parecen tan «aburguesados» como les decían los sociólogos amaestrados. Diez millones de huelguistas. El gobierno gaullista busca una salida probando la manija de las dos puertas de emergencia que quedan: la «concertación» y la represión frontal. La primera salida de seguridad se intenta con los encuentros del 25 y 26 de mayo entre el gobierno, los patrones y los sindicatos, en el Ministerio de Asuntos Sociales, en la rue de Grenelle. Los patrones y su gobierno están dispuestos a hacer una serie de concesiones, incluso considerables, en términos de salarios y horario.                                                                                                                                                                                                                                         Como siempre, cuando la burguesía teme perder mucho o todo, está dispuesta a ceder alguna cosa. Los burócratas sindicales están listos para hacer su parte para apagar un incendio que, ciertamente, no iniciaron de ninguna manera. La CGT declara: «Queda mucho por hacer, pero se han aceptado las reivindicaciones esenciales». Pero la opinión de los trabajadores es diferente y en Billancourt, ya al día siguiente, los «acuerdos de Grenelle» fueron rotundamente rechazados.
Mientras tanto, De Gaulle verifica la apertura de la segunda salida de emergencia (la guerra civil, evocada por gran parte de la prensa internacional) y el día 29 va a Alemania en helicóptero para encontrarse con el general Massu (ya destacado en las masacres coloniales en Argelia) y verificar la disposición de las tropas para marchar sobre París.

También el 29, una nueva gigantesca manifestación de trabajadores y estudiantes paraliza la capital. La consigna que resuena con mayor insistencia es «gobierno popular» o, más explícitamente, «poder de los trabajadores». Pero las burocracias reformistas se cuidan de recoger y traducir esta demanda y Waldeck-Rochet (PCF) declara: «El gobierno debe ser derrotado en la próxima consulta electoral, en la que nuestro partido participará con sus candidatos y su programa».

Es luz verde a De Gaulle, que disuelve la Asamblea Nacional y convoca nuevas elecciones. Un retorno a las urnas para renovar los organismos de la democracia parlamentaria burguesa recuperándola del borde del precipicio al que la había empujado el proletariado.

Queda por resolver el problema de las fábricas que continúan ocupadas. También en este caso, la tarea fue encomendada a los estalinistas que, a cambio de efímeras concesiones del gobierno, lograron romper el frente unitario de lucha y desmovilizar un sector a la vez, comenzando por el transporte. Donde la persuasión de las burocracias no basta, llegan los fusiles de la policía. Como en la Renault de Flins, donde la noche del 5 de junio la policía rodeó la fábrica. Mientras, el PCF boicotea la manifestación en solidaridad con los obreros, dificultando la salida de los manifestantes a través del sindicato del transporte. Unos días después, durante los enfrentamientos, Gilles Tautin, estudiante de secundaria, fue encontrado muerto en el Sena. El 11 de junio es el turno de otro bastión que resiste: la Peugeot de Sochaux, donde la CRS dispara y mata a un joven obrero, Jacques Beylot, y hiere a otra docena de trabajadores.

Mientras obreros y estudiantes son asesinados, el PCF lanza la campaña electoral y Waldeck Rochet concluye un mitin aclarando de qué lado están los reformistas: «Somos el partido del orden. Debemos convencernos de que al socialismo no se llega con enfrentamientos callejeros». Esa misma tarde llega la noticia de que la policía, en enfrentamientos callejeros, ha asesinado a otro obrero, Henry Blanchet.
Habiéndose asegurado la colaboración del PCF, el 12 de junio el gobierno prohíbe todas las manifestaciones y disuelve todas las organizaciones de extrema izquierda: empezando, claramente, por las trotskistas. Las elecciones, ganadas por los gaullistas con 55%, estarán marcadas por una abstención masiva, y el propio PCF (un partido con 20%) reducirá sus escaños a la mitad, iniciando su declive. Las revoluciones nunca han tenido el apoyo de las urnas de sufragio universal, donde votan oprimidos y opresores, su mayoría debe buscarla en los organismos de lucha (los soviets), que no se formaron en Mayo.

El canto del gallo francés sofocado por los reformistas

Una vez más, el día del resurgimiento proletario, como había predicho Marx, fue anunciado por el «canto del gallo francés». Como en junio de 1848, en la Comuna de 1871 (2), en el París de 1936. Pero, una vez más, la valiente iniciativa de los obreros se vio privada del elemento decisivo: una dirección centralizada, un partido comunista revolucionario. En su lugar, en mayo están los reformistas y el estalinista PCF. Una dirección que, a través de su brazo burocrático en el sindicato, trabajó duro para separar a los estudiantes de los obreros; para contener las manifestaciones; por lo tanto, para evitar que los comités de huelga de las fábricas individuales fuesen elegidos y revocables (esta función fue asumida directamente por los dirigentes sindicales) y que se estructuraran sobre una base nacional al estilo soviético. En suma, el PCF trabajó para dividir al proletariado y fragmentar a la clase obrera, inhibiendo así de entrada la construcción de aquellos organismos de potencial poder obrero que, tras una fase de doble poder, en toda revolución están destinados a chocar con el Estado burgués para establecer quien manda.

Lo que faltaba era un partido comunista revolucionario con influencia de masas. Lo cual lamentablemente no estuvo representado ni siquiera por las organizaciones que de alguna manera se reclamaban del trotskismo. Todas organizaciones que llegaron al Mayo tenían escaso arraigo. El PCI-JCR de Alain Krivine (que luego se convirtió en LCR) contaba entonces con 150 militantes, sin asentamientos obreros, y ya sufría muchas oscilaciones «centristas» tanto como para anteponer la consigna abstracta de la «autogestión» de las fábricas al objetivo de la construcción y el crecimiento de organismos de lucha de tipo soviético, el único capaz de allanar el camino hacia el poder obrero (lo que también era enunciado en la propaganda, pero privado de una indicación del camino). Los trotskistas «lambertistas» jugaron un papel fundamental, como hemos visto, en producir la chispa que inició la ocupación de las fábricas: pero no fueron capaces de desarrollar esta perspectiva. En cuanto al tercer grupo trotskista, Voix Ouvrière, antecedente de Lutte Ouvrière [LO], ya entonces tenía posiciones «operísticas» y era en todo caso una cosa pequeña (no comparable con las dimensiones que alcanzó posteriormente LO).

Sin embargo, a pesar de sus limitaciones y de su pequeño tamaño, los partidos trotskistas jugaron un papel de primer plano, confirmando que un programa antirreformista (en este caso solo parcialmente correcto), en una situación revolucionaria, puede allanar el camino para una inversión de las relaciones en la izquierda entre reformistas y revolucionarios.

Para los trabajadores y revolucionarios el Mayo sigue siendo una página para recordar con orgullo porque demostró el inmenso poder de la clase obrera. Esos hechos de hace más de cincuenta años son también fuente de enseñanzas. Es solo cuando los trabajadores actúan de forma independiente y en oposición a la burguesía y sus gobiernos, que pueden lograr, con las luchas, significativas conquistas inmediatas. Pero si la lucha no conduce a la destrucción del Estado burgués y a la conquista del poder, la burguesía recupera con intereses, en la siguiente fase, lo que se vio obligada a conceder. Por eso, la cuestión de las cuestiones es construir un partido cuyo fin sea el gobierno obrero contra toda artimaña de los reformistas y contra su gobierno que pretende, aun cuando se vea obligado a oponerse (como hoy en Italia), a la colaboración y, por lo tanto, a la subordinación de clase.

Construir ese partido basado en la independencia de clase, revolucionario, es decir, trotskista, que entonces faltó: esta es la tarea de los trabajadores franceses y de todos los países. Porque el próximo Mayo ya no nos encuentre desprevenidos y se pueda llegar hasta el final.

1) Sobre la revolución en Portugal del 1974-1975 remitimos a nuestro artículo: «La più recente (e sconosciuta) tra le rivoluzioni europee» [«La más reciente (y desconocida) entre las revoluciones europeas»], en: https://www.partitodi Alternantecomunista.org/articoli/progetto-comunista/progetto-comunista-10/la-pi-recente-e-sconosciuta-tra-le-rivoluzioni-europee

2) «Le mani di Jeanne Marie: Sono diventate pallide, meravigliose / Sotto il gran sole carico d’amore, / Impugnando le canne di mitraglia / Attraverso Parigi insorta!» [«Las manos de Jeanne Marie: Se han vuelto pálidas, maravillosas / Bajo el gran sol cargado de amor, / Empuñando los cañones de metralla / ¡Por la insurrección de París!»]. Son versos que Rimbaud dedicó a la Comuna de París de 1871.

Traducción: Natalia Estrada.

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