Vie Jul 26, 2024
26 julio, 2024

Polémica | Posmodernismo, ideología senil del reformismo

«A pesar de sus frases que, según ellos, «sacuden al mundo», los jóvenes ideólogos hegelianos son los más grandes conservadores. Los más jóvenes han encontrado la expresión justa para su actividad, afirmando que sólo combaten contra «frases». No obstante, olvidan que a estas frases ellos mismos no oponen más que frases, y que no combaten el mundo realmente existente cuando combaten solamente contra las frases de este mundo.

K. Marx, F. Engels, La ideología alemana (1846)

por Francesco Ricci

Describir las posiciones del posmodernismo es algo poco posmoderno.

De hecho, implica hacer una generalización basada en un razonamiento racional, algo que los posmodernistas rechazan como un residuo de la «Ilustración». Además, implica un intento de encontrar un hilo coherente y lógico en una teoría que tiene muy poca lógica y coherencia[1].

Otra complicación surge del hecho de que diversas teorías y subteorías han sido agrupadas bajo el nombre de «posmodernismo»[2] (por otros, ya que un posmodernista digno de ese nombre nunca aceptará reconocerse en una categoría «universal»)[3].

Finalmente, lo que dificulta nuestro intento es el lenguaje esotérico empleado por los posmodernistas.

La empresa, por lo tanto, se asemeja a la de alguien que intenta explicar los cuatro dogmas marianos en términos racionales.

Dadas las premisas, podría parecer más sensato dejar el asunto en manos de los fieles de esta religión laica. Excepto que, como sucede con otras religiones, incluso cuando uno decide no interesarse por ella, son las religiones las que se interesan en nosotros.

De hecho, la filosofía posmodernista, al menos desde finales de los años setenta, ha servido de cobertura ideológica a una parte sustancial de las políticas reformistas: aunque, cabe señalar, el buen viejo determinismo no ha salido del todo del campo y continúa sirviendo al estalinismo viejo y nuevo, e incluso a un cierto llamado «trotskismo»[4].

El opio de los pueblos en una nueva fragancia

Si durante cien años, desde finales del siglo XIX, el reformismo de los partidos socialdemócratas y estalinistas ha encontrado en la deformación determinista del marxismo la «falsa conciencia» con la que engañar a las masas explotadas y oprimidas, en los últimos cincuenta años el neorreformismo ha descubierto en el posmodernismo una herramienta igualmente eficaz para el mismo propósito.

Una visión determinista, teleológica, en la que el socialismo se presentaba como un horizonte «inevitable» y lejano; un más allá que en el más acá correspondía, en la expectativa, a la aceptación del sistema capitalista y una política etapista en los países dependientes (primero el desarrollo capitalista, luego la etapa socialista) y reformas (ilusorias) en los países imperialistas en sustitución de una política revolucionaria: este fue el sello definitivo del reformismo desde Bernstein hasta Togliatti y Berlinguer.

A partir de las derrotas de las luchas de masas de los años 60 y 70 –traicionadas por las direcciones – se produjo en las universidades un nuevo opio con el que adormecer a las masas. La producción de este opio aumentó exponencialmente tras el derrumbe del estalinismo, presentado por la ideología burguesa y reformista como “crisis del marxismo”.

Por eso los revolucionarios deben, a su pesar, ocuparse de estas teorías y demostrar la función reaccionaria, contrarrevolucionaria.

Si Engels, en el último período de su vida, tuvo que dedicar tiempo a refutar los disparates de los deterministas que, tergiversando el marxismo que fingían utilizar, reducían la historia a una ecuación de primer grado, a leyes de una física newtoniana aplicada a la sociedad, con un mecanismo apremiante de causa y efecto; hoy tenemos la ingrata tarea de meter nuestras narices en la nueva fragancia (o, si se prefiere, olor) del indeterminismo posmodernista, el más reciente opio de los pueblos creado en laboratorio por los reformistas.

Una farsa después de la tragedia

Marx tuvo que escribir[5], parafraseando a Hegel, que la historia siempre se repite dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa. Y esta sabia frase viene a la mente cuando se compara la tragedia de los cien años del reformismo clásico con las teorías farsescas del reformismo de nuestros años.

Si el reformismo clásico, arraigado en la clase obrera, sembraba ilusiones sobre la reformabilidad del capitalismo pudiendo garantizar unas migajas en una fase de relativo crecimiento del sistema, el reformismo actual, desprovisto de arraigo obrero, con las crisis económicas que se suceden cada vez más disruptivos, el planeta en proceso de ser desechado, el surgimiento de nuevas enfermedades, más bien garantiza la gestión de políticas antiobreras endulzadas con palabras esparcidas como azúcar glas sobre un pastel. Es lo que hizo Podemos en España, Syriza en Grecia, Rifondazione en Italia (con los dos gobiernos de Prodi). Solo que ahora, sin poder siquiera prometer migajas, necesita convencer a los trabajadores y jóvenes desocupados de que tendrán que pagar la cena, pero a cambio no tendrán nada para comer porque los hornos están vacíos. Es más: hay que convencerlos de que la comida y el hambre son un equívoco y, en definitiva, que no hay cena ni mesa ni sillas.

Los intelectuales posmodernistas han logrado, hay que reconocerlo, una empresa nada sencilla: elaborar una teoría que convenza a los obreros de que la explotación del trabajo asalariado no existe porque en realidad el trabajo ha desaparecido o se ha vuelto «inmaterial» (en la llamada época posfordista), que las clases y por ende los trabajadores también han desaparecido, y que por lo tanto realmente no tiene sentido ponerse como objetivo construir un partido de la clase obrera.

Sin embargo, esta mercancía intelectual (que los patrones pagan bien) ya se producía antes del surgimiento de las teorías posmodernas. El posmodernismo ha traído algo más: junto con el trabajo, los obreros y la explotación, también ha hecho desaparecer la realidad misma, que no existe o no es conocible. O existe, pero sólo como construcción de un lenguaje que necesita «deconstruirse».

Un truco verdaderamente genial porque si no existe una realidad objetiva evidentemente cualquier intento de comprenderla y modificarla resulta vano. Aquí, al marxismo le sigue un supuesto «posmarxismo», en el mejor de los casos, o directamente teorías que (considerando todo son más honestas) ya ni siquiera se refieren al marxismo de ninguna manera, o lo evocan solo para escupirlo y llenar cientos de páginas de libros sobre el fin de todo: el fin de las clases, de la lucha de clases, de la historia, de la realidad. Lo único que parece no tener fin nunca, si podemos confesarlo en calidad de lectores reacios de estas cosas, son los libros de estos teóricos, que se producen en un ciclo continuo (e impresos por los obreros… desaparecidos). Libros y teorías por los que, como se ha dicho, hay que interesarse siguiendo el conocido dicho “si los conoces, evítalos”. Entonces, comencemos un breve viaje al fantástico mundo posmodernista.

Los tatarabuelos franceses de los posmodernistas

De vez en cuando, quienes se dedican a examinar el posmodernismo se ven tentados a ir en busca de los antepasados de estas teorías. Así, se extrae un elemento de este gran “minestrone” y se busca su ascendencia. Quizás al hacerlo se es demasiado benévolo porque se encuentra la matriz de ciertos absurdos completos en teóricos que, aun dentro de sus límites, se movían en una esfera mucho más elevada y para esto a veces también han dejado cosas interesantes.

Así, por ejemplo, pescando con un cucharón la teoría gnoseológica que une a la mayoría de los posmodernistas, se encontró una posible referencia en Nietzsche. En particular en su famosa declaración sobre hechos e interpretaciones. La frase que suele citarse se encuentra en los Fragmentos Póstumos y en la versión completa dice así: «Contra el positivismo, que se detiene en los fenómenos: «sólo hay hechos», yo diría: no, realmente no hay hechos, sino solo interpretaciones. No podemos constatar ningún hecho «en sí mismo»; tal vez sea un absurdo querer algo de este tipo. «Todo es subjetivo», dices; pero esto ya es una interpretación, el «sujeto» no es nada dado, es sólo algo añadido con la imaginación, algo pegado después. ¿Es finalmente necesario poner todavía al intérprete detrás de la interpretación? Esto ya es un invento, una hipótesis. En la medida en que la palabra «conocimiento» tenga algún sentido, el mundo es conocible; pero puede interpretarse de diferentes maneras, no tiene un significado detrás, sino innumerables sentidos. «Perspectivismo»»[6].

No siendo especialistas en Nietzsche, no entraremos en el debate… sobre la interpretación de esta frase. Lo que es seguro es que un concepto tal como se expresa aquí (o al menos como le parece a la mayoría) está en la base del relativismo extremo posmodernista.

Siempre buscando los ancestros del posmodernismo, otros han traído a colación los exponentes de la escuela de Frankfurt[7]. Nos parece una exageración, porque implica poner a autores que, a pesar de todo, tenían una dignidad teórica, en el mismo nivel que los simples charlatanes.

Creemos que la investigación que apunta a los considerados filósofos franceses «posestructuralistas», Foucault, Derrida, Deleuze y otros, que elaboraron en particular a partir de las décadas de 1960 y 1970, parece más adecuada[8]. El punto en común entre estos autores, a pesar de las diferencias entre ellos, y los posmodernistas es el rechazo de una realidad objetivamente conocible.

En particular, es en Foucault donde podemos encontrar la tesis según la cual el lenguaje no es un producto social, sino, por el contrario, construye la realidad social. Derrida retoma y desarrolla el concepto llegando a afirmar que «il n’ya pas de hors-texte»[9], es decir, que nada existe fuera del texto, que no es posible conocer lo real fuera del lenguaje. Es decir, las palabras y los conceptos tendrían el poder de determinar el mundo material. Las ideas y las palabras remiten a otras ideas y palabras, se trata de practicar la «deconstrucción».

Sin embargo, en términos más directamente políticos, los verdaderos padres del posmodernismo son sin duda Jean-François Lyotard, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe.

El escepticismo de Lyotard, hijo del reflujo

El libro de Lyotard, La condición posmoderna[10], salió no por casualidad en 1979, con el inicio del reflujo de las luchas de masa de los años sesenta y setenta.

Según Lyotard habríamos entrado en una nueva época que sustituye a la modernidad: precisamente la época posmoderna y posindustrial. Lo posmoderno sería la incredulidad de las llamadas “metanarrativas”, nombre en el que incluye a la Ilustración y el marxismo, sobre todo este último como “narración” de la emancipación del proletariado a través de la revolución. Se trataría entonces de abandonar esas «metanarraciones» que pretendían interpretar la realidad como totalidad y que al hacerlo producían una «narración» ficticia.

Lyotard toma de Foucault la centralidad del lenguaje y la tesis según la cual el lenguaje crea la realidad. A partir de ahí, sostiene que el poder no se encarna en el Estado de la burguesía sino en la producción de información y lenguaje. En su lucha contra la «dictadura de la realidad», Lyotard va más allá y cuestiona el concepto mismo de ciencia. Por ejemplo, la pregunta es: ¿es verdadera la teoría copernicana? Su respuesta (desoladora, si se considera que escribió estas cosas tres siglos y medio después de la muerte de Galileo) es: «lo que digo es verdad porque lo pruebo; pero ¿quién prueba que mi prueba es verdadera?»[11].

En otras palabras, la relatividad temporal de todo conocimiento científico se sustituye por una relatividad absoluta, de modo que la ciencia misma no es más que una «narración» entre otras.

La versión italiana de estas teorías se desarrollará a partir del libro colectivo editado por Pier Aldo Rovatti y Gianni Vattimo, padres del llamado «pensamiento débil»[12].

¿Posmarxista o antimarxista? Laclau y Mouffe

El argentino Ernesto Laclau, junto a la feminista belga Chantal Mouffe, extraen, de los desvaríos vistos hasta ahora, las repercusiones prácticas y políticas de las que se apropiarán los partidos reformistas, desde Podemos a Syriza pasando por Refundación Comunista, como salvoconducto para entrar en los gobiernos burgueses.

El libro fundamental de los dos autores mencionados se publicó en 1985 con el ambicioso título de Hegemonía y estrategia socialista[13].

Los dos se definen inicialmente «posmarxistas», es decir, en su opinión, superadores, pero también continuadores de lo mejor que han escogido cuidadosamente de un marxismo que desgarran para luego mezclarlo eclécticamente con elementos tomados de la lingüística, de Wittgenstein, del psicoanalista Lacan, y añadiendo, antes de hornear, unas escamas de Gramsci. Por eso hay quienes coinciden en definirlos «gramscianos», salvo que se trata de un Gramsci esterilizado y embalsamado, depurado de su contenido revolucionario.

Después de haber caricaturizado en la primera mitad del libro la concepción materialista de la historia[14] y del marxismo, reduciéndola a su concepción economicista y positivista[15], socialdemócrata y estalinista, los «posmarxistas» proclaman la muerte (por undécima vez al menos en el siglo XX, solamente) de la clase obrera y parlotean sobre «nuevos sujetos» de la transformación. Transformación que ya no es, por supuesto, revolucionaria; es decir, no pretende derrocar el dominio burgués para sustituirlo con el dominio del proletariado (la dictadura del proletariado), sino que se propone la tarea mucho más aceptable (para la burguesía) de realizar una imprecisa «democracia radical»

El siguiente paso de estos autores, que ya habían abandonado toda referencia al marxismo, incluida su versión “pos”, fue el acercamiento a un “populismo de izquierda”[16], es decir, la búsqueda de un sujeto popular desvinculado de las contradicciones de clase. Y, concretamente, en el apoyo de Laclau a los gobiernos kirchneristas en Argentina.

Un intento de síntesis en tres puntos

En este punto nos gustaría tratar de sintetizar los elementos que unen a las diversas especies y subespecies de posmodernistas. Intentaremos, por tanto, determinar un mínimo común denominador para hacernos una idea, aunque sea aproximada, de lo que sostienen estos teóricos. Su pensamiento puede así resumirse en tres puntos.

1) Política. Vivimos en una nueva era que ha sustituido a la modernidad: la era posmoderna, caracterizada por una sociedad posindustrial, posfordista, basada en el predominio del «trabajo inmaterial» en el que ya no existen las clases del pasado (variante: no existen las clases o en todo caso se están extinguiendo) y por lo tanto la sociedad no se basa ya en la explotación del trabajo asalariado y la solución no puede por lo tanto centrarse en una «clase general» (la clase obrera) que, al liberarse a sí misma, libere a todos.

En esta nueva sociedad hay infinitas formas de opresión y cada sector oprimido (los «nuevos sujetos» que reemplazan a la clase) debe organizarse en forma separada de los demás, ya que sólo aquellos que sufren una opresión específica son capaces de entenderla, pueden hablar de ella, y pueden combatirla o, mejor, oponerle «resistencia».

La crítica al sistema basado en las clases y en la explotación del trabajo asalariado es sustituida por una crítica moralista al individuo y a los «estilos de vida» que reproducen el privilegio sobre los sujetos discriminados. La sociedad no está dividida por clases sino por «privilegios»: de los hombres sobre las mujeres (en esto se basan las teorías del llamado «patriarcado»), de los heterosexuales sobre los LGBT, de los blancos sobre los negros, etc.

En consecuencia, todo el programa marxista pierde sentido, es decir, la construcción de un partido obrero de vanguardia que, guiando al proletariado (compuesto por hombres y mujeres, blancos y negros, heterosexuales y lgbt, que tienen que unirse y no dividirse según las concepciones de la «interseccionalidad»), luche por el derrocamiento revolucionario del dominio burgués y la instauración del dominio proletario, es decir, la dictadura del proletariado como transición hacia la sociedad sin clases. La «vieja» perspectiva marxista de la conquista del poder, en un mundo en el que «el poder está en todas partes», se sustituye por una perspectiva «posmarxista» basada en soluciones individuales o cuyo objetivo es como máximo instaurar (en la versión de Laclau y Mouffe) una «democracia radical».

2) Filosofía. La perspectiva política resumida arriba se basa en una concepción filosófica. La era posmoderna es caracterizada por la incredulidad en las viejas visiones del mundo concebido como totalidad («metanarración»): tanto la Ilustración de la burguesía en su fase revolucionaria como el marxismo del proletariado del «siglo XX» produjeron una «narrativa» ficticia. Esto debe ser reemplazado por un pensamiento escéptico, nihilista, que se alimenta de la desconfianza hacia cualquier pensamiento racional.

No hay hechos sino infinitas interpretaciones subjetivas. No existe una verdad científica en cuanto esa es solo una «narración» como las demás.

Pequeño paréntesis: vamos aquí, cabe señalar, mucho más allá de la crítica correcta al cientificismo positivista o a la concepción (burguesa) de una ciencia absolutamente independiente de las clases y de las ideologías: aquí estamos de hecho en el rechazo total de la ciencia[17] a favor de un relativismo epistémico. Ciertamente, para los marxistas la ciencia no es un cuerpo neutral e independiente (en la investigación, en la aplicación técnica, etc.), pero tampoco, en el opuesto, puede reducirse a una simple ideología. En la ciencia, escribía Gramsci en los Cuadernos, podemos distinguir los conceptos del envase ideológico, por eso “un grupo social puede apropiarse de la ciencia de otro grupo sin aceptar su ideología”[18].

Volviendo a los posmodernistas: el determinismo mecánico es reemplazado por un indeterminismo absoluto. La realidad es fragmentaria. O más precisamente: no hay realidad social (ni natural) objetiva o (variante) si existe no es conocible objetivamente o (variante) existe como mera construcción del pensamiento y del lenguaje.

En definitiva: si para Marx es el ser social el que condiciona la conciencia, para los posmodernistas la conciencia determina el ser social o, más precisamente, es el lenguaje el que determina la conciencia y por lo tanto el ser social.

3) Lenguaje. El lenguaje asume por lo tanto una centralidad como creador de realidad y del «poder» (entendido no como poder de clase, puesto que las clases ya no existen –ver punto 1– sino como entidad ubicua que impone su interpretación). Las palabras y los conceptos tienen el poder de construir la realidad (o más bien su apariencia, ya que la realidad no existe). Los significados no se expresan con el lenguaje, por el contrario, los significados (las ideas) están determinados por significantes (símbolos y sonidos). Se trata entonces de criticar y «deconstruir» el lenguaje. No se trata aquí de la «crítica» en el sentido marxiano, es decir, materialista del término, que obviamente es necesaria, sino de lo que, burlándose de ella, Marx y Engels llamaron «crítica crítica»[19].

Vale la pena detenerse en el tema específico del lenguaje, dada su importancia en el posmodernismo.

El significado… de los significantes vacíos

En el centro de la concepción posmodernista yace una confusión entre ontología y epistemología [o gnoseología], entre lo que hay y el conocimiento de (y el método por el cual conocemos) lo que es. Los esquemas conceptuales (sin los cuales obviamente no podríamos relacionarnos con la realidad) se convierten en la realidad misma o la crean.

Ahora bien, todo esto más que una “actualización” del marxismo aparece como su abandono.

Sin duda, ya Marx, criticando el «viejo materialismo» (a partir de las Tesis sobre Feuerbach), fue quien precisó que no existen dos entidades separadas e independientes, por un lado, la naturaleza, u objeto del conocimiento, o materia, y, por otro, el hombre, o sujeto de conocimiento, o conciencia. Porque si es cierto que desde un punto de vista ontológico la materia es anterior a la conciencia (el planeta existía mucho antes que el hombre y por lo tanto también antes del pensamiento) sin embargo desde la «aparición» (a través del proceso evolutivo) del hombre y (a través de la desarrollo del trabajo como actividad social) de la conciencia y del lenguaje, la naturaleza ha perdido su independencia absoluta y por ello no tiene sentido hablar de una realidad que no incluya la conciencia, que es parte de la realidad y al mismo tiempo la modifica. Fue entonces Marx, a diferencia de la caricatura que de él hacen los posmodernos, acreditando el diamat estalinista como marxismo, quien superó la secular oposición entre ser y conciencia, entre saber y hacer, entre teoría y práctica, entre sujeto y objeto.

Pero los posmodernistas van mucho más allá de la marxiana negación de un materialismo mecanicista, es decir, de un materialismo que ve la realidad social sólo como «reflejo» de la «materia» o de la «economía». Volviendo a poner las cosas patas arriba, tornan al idealismo, y ciertamente no a lo que Lenin tuvo que definir (hablando de Hegel) «idealismo inteligente»: no, para ellos son las «interpretaciones» las que crean la realidad, o mejor aún: es el lenguaje.

Si es cierto que el sujeto no es un mero reflejo del objeto (determinismo), esto no significa que el objeto sea un mero reflejo del sujeto (indeterminismo).

Pero los posmodernistas no se limitan a negar la existencia de una realidad conocible (por aproximaciones sucesivas), una realidad que el hombre simultáneamente modifica con la praxis mientras la conoce (como afirma Marx en la XI Tesis sobre Feuerbach)[20], llegan hasta indicar en el lenguaje el creador de la realidad (el llamado «lenguaje performativo»)[21]. Realidad que siempre ponen entre comillas y que es creada y modificada por el lenguaje, construida lingüísticamente.

El lenguaje, según los marxistas[22], es un producto de la sociedad y al mismo tiempo expresa e influye la realidad, especialmente la social. Pero esto no es lo que afirman los posmodernos: para ellos el lenguaje tiene un poder absoluto, es el demiurgo de la realidad. Por eso sostienen que la sociedad es «una realidad discursiva» y, retomando la «teoría francesa» de los filósofos antes mencionados, atribuyen al significante (la envoltura) una primacía sobre el significado (el concepto contenido). En el libro que hemos citado[23], Laclau y Muffe hablan por tanto de «significantes vacíos», es decir, desprovistos de significado o «flotantes», es decir, con muchos significados.

Explotación y opresiones

Para los marxistas, el corazón del sistema capitalista es la explotación del proletariado (que se ve obligado a vender su fuerza de trabajo a los poseedores de los medios de producción), la explotación del trabajo asalariado. Por eso, el proletariado es la única clase capaz de destruir el sistema capitalista que es la base material de las opresiones, las condiciona, las produce y las reproduce.

El determinismo estalinista reduce todo esto a mera explotación, ignorando o quitando la lucha contra las opresiones.

En el polo opuesto, el reformismo posmodernista elimina la explotación y, por lo tanto, pretende combatir las opresiones sin alterar el marco capitalista o anhelando una «democracia radical».

En cambio, los revolucionarios piensan que la explotación de clase es el punto de apoyo de las opresiones y por eso no es posible acabar con las opresiones sin destruir el capitalismo y construir el socialismo. Esto no significa (como en cambio sí lo es para el estalinismo) que la cuestión de las opresiones deba posponerse para después de la revolución. Al contrario: es necesario combinar la lucha contra la explotación y la lucha contra las opresiones, uniendo a la clase obrera que está compuesta por hombres, mujeres, LGBT, blancos y negros, es decir, los explotados que sufren diferentes formas de opresión. Para lograrlo, es necesario utilizar un programa de tipo transitorio, que combine (y no oponga) las demandas democráticas, transitorias y socialistas, como medio para ganar la mayoría políticamente activa de la clase con la necesidad de derrocar al capitalismo por la vía revolucionaria. La lucha contra las opresiones sólo podrá vencer si se construye sobre la base de la independencia de clase del movimiento obrero y se subordina a la lucha por el poder revolucionario.

El posmodernismo rechaza todo esto y, combinándolo con las teorías del «patriarcado», ve, por ejemplo, en el género y no en la clase la división fundamental de la sociedad.

Judith Butler y el individualismo queer

Judith Butler, discípula de Foucault, teórica de la llamada filosofía «queer», desarrolló aún más, por así decirlo, esta concepción idealista[24].

Si la política «identitaria» del feminismo pequeñoburgués apunta a dividir a los oprimidos en movimientos separados basados en grupos afines, la política queer lleva el separatismo al extremo, apoyando de hecho una «resistencia» individual, basada en la educación del individuo atomizado.

Se niegan las categorías de género y sexo (porque, como todas las definiciones, tienen el poder de «reificar») argumentando que el género es «construido por el lenguaje» y por lo tanto puede ser «deconstruido» con el lenguaje.

Partiendo del correcto cuestionamiento de quienes pretenden reducir el sexo a masculino-femenino (excluyendo a millones de intersexuales), Butler deduce la necesidad de eliminar los términos masculino y femenino del vocabulario como medio para eliminar la opresión. Como si fuera posible inventar una neolengua (sobre esto volveremos más adelante) y sobre todo como si la gramática fuera la causante de la opresión de las personas trans y no el sistema capitalista que necesita alimentar las opresiones para mantener la explotación.

La teoría queer es, en definitiva, un retorno al individualismo burgués. El marxismo, por el contrario, concibe las categorías de género y sexualidad como socialmente construidas y, por lo tanto, sostiene que solo la lucha de clases puede cuestionarlas; el lenguaje sigue y no precede las construcciones sociales, de clase.

Schwa es una neolengua orwelliana

Si hasta aquí nos hemos dedicado a resumir la parte seria (por extraño que parezca) del posmodernismo, vale la pena dedicar unas líneas a algunas consecuencias que, nacidas al calor de alguna universidad o en salones pequeñoburgueses, van extendiéndose particularmente entre los jóvenes y en el feminismo pequeñoburgués.

Como hemos visto, para los posmodernistas, habiendo eliminado las clases, los comportamientos individuales son la gran parte del problema. Por lo tanto, la solución estaría en la «autoconciencia», en la reflexión sobre los propios «privilegios» y sobre el lenguaje.

La llamada «ideología woke» [«ideología del despertar»][25], que se difunde desde las academias estadounidenses, prescribe vigilar el propio lenguaje y el ajeno como forma de no (como sería correcto) ser consciente del uso de clase que se hace del lenguaje como auxilio para transmitir las discriminaciones, pero con la pretensión de que esa es la forma de hacer desaparecer las discriminaciones.

En otras palabras (la expresión es la más apropiada…), eliminando algunas palabras, algunos significantes, se inhibe o al menos contrasta el contenido discriminatorio, el significado.

Los diarios de derecha suelen dedicar un sarcasmo fácil al «lenguaje políticamente correcto» o al «lenguaje inclusivo», debitando todo a la cuenta de una «izquierda» no especificada (en la que incluyen a revolucionarios y «progresistas»), queriendo demostrar así cómo toda idea de igualdad (más aún el comunismo y el abandono de los llamados «valores occidentales») estaría imbuida de intolerancia, por lo que si eliges la igualdad renuncias a la libertad.

Sin embargo, el hecho de que esta concepción del «lenguaje inclusivo» sea atacada por intelectuales de derecha no significa que deba ser defendida: el enemigo de nuestro enemigo no es nuestro amigo.

Seamos claros: es positivo y útil tener en cuenta que la sociedad, con su bagaje de explotación y opresión, se manifiesta también a través del lenguaje. Pero no es esta trivial verdad lo que interesa a los posmodernistas. Como hemos visto, para ellos es a nivel del lenguaje donde las cosas se modifican.

Es de esta tesis general (una forma empobrecida de idealismo) de donde descienden posiciones grotescas, sobre las que a menudo se concentra la atención del debate periodístico, que llega a corregir, cuando no censurar, palabras y libros en los que se utiliza un lenguaje «no inclusivo «.

De ahí la lista de palabras que no se deben pronunciar ni siquiera para estigmatizar su uso, so pena de causar un posible malestar en el oyente.

De las palabras a los conceptos el paso es corto. Dado que sólo un sector que vive una determinada opresión sería capaz de comprenderla, es necesario evitar referirse (incluso para estigmatizarlas) a ciertas opresiones, para no suscitar malestar en quien escucha. Siguiendo por este camino, en algunas universidades estadounidenses (aquí la cosa todavía está en el inicio) se llega a la paradoja de que hay temas (como el racismo) que se vuelven tabú porque pueden perturbar una identidad oprimida.

La versión «soft» de todo esto radica en el uso de la schwa[26] y en los torpes intentos de eliminar el género gramatical de lenguas que lo poseen. Una práctica que, en primer lugar, se basa en la confusión entre género gramatical y género, y que presupone ignorar el hecho de que muchas lenguas que no tienen género (como el turco o el iraní) no por esto se hablan en países muy avanzados en la lucha contra la opresión de las mujeres.

La cruzada contra las desinencias, a la vez, está basada en la ignorancia, elitista e inviable.

Sobre la ignorancia porque las lenguas no son construcciones artificiales que se pueden modificar a voluntad.

Elitista porque este lenguaje supuestamente «inclusivo» excluye (cuando se adopta) a la mayoría de los hablantes de una lengua: y –lo que es fundamental para nosotros– excluye en primer lugar a la mayoría del proletariado que, a diferencia de los pequeñoburgueses, no tiene las herramientas para (ni la posibilidad de) dedicarse a estos juegos lingüísticos.

Inviable porque la schwa y otras estratagemas ‘inclusivas’ son casi imposibles de usar en los textos y completamente imposibles de usar en la lengua hablada. De hecho, una cosa es introducir un neologismo, una cosa es pensar en cambiar la construcción de las frases, las desinencias de las palabras. La morfología y la sintaxis no se pueden modificarse por decreto, como lo demuestra el hecho de que los intentos de lenguajes artificiales regularmente han fallado.

Pero el punto real obviamente no es la schwa. Es que esta y otras idioteces anticientíficas son sólo la parte visible (a menudo la que atrae el debate de los programas de entrevistas) de una teoría general mucho más peligrosa que ve el lenguaje como creador de la realidad y las opresiones y que, por lo tanto, sustituye la lucha de clases para cambiar la realidad y combatir las opresiones con la «deconstrucción» del lenguaje o la invención de una neolengua, como en la novela 1984 de Orwell[27].

Una miseria filosófica

Un siglo y medio de incrustaciones deterministas y positivistas, utilizadas por el reformismo socialdemócrata y luego estalinista, han sido sustituidas por el posmodernismo. Posmodernismo que utiliza la caricatura determinista del marxismo para decretar la «crisis» del marxismo y volver a una forma de idealismo tan impotente frente a la realidad como el materialismo vulgar.

Como se dijo al inicio, el determinismo no ha desaparecido del movimiento obrero. Lo encontramos en formaciones estalinistas y también en algunas que, seguramente por equívoco, se reclaman del «trotskismo». Sin embargo, en los movimientos de jóvenes y de mujeres generalmente predomina el indeterminismo posmodernista.

Hay una razón, creemos, que explica este cambio de guardia (siempre en defensa del dominio burgués) entre determinismo y posmodernismo. El determinismo era la ideología predominante del reformismo en la época en que la burguesía podía (y debía) hacer algunas concesiones. En aquella época, la supuesta «inevitabilidad» del socialismo, hija de una concepción teleológica, determinista, servía para postergar la lucha a la espera del «sol del futuro», gozando sin embargo de unas migajas otorgadas por los patrones.

El neorreformismo de hoy, nacido y criado en una situación de crisis cada vez más devastadora del capitalismo, llamado a gestionar directamente las políticas antiobreras de los gobiernos burgueses, sin posibilidad alguna de vanagloriarse ni siquiera de pequeñas reformas, se ha visto obligado a segregar un adecuado capullo ideológico: de ahí la teoría sobre la desaparición de las clases y la cancelación del socialismo incluso para un horizonte lejano.

Así pasamos de la promesa dominical de un socialismo de los siglos futuros a una cancelación del socialismo incluso de la misa dominical. La crítica-crítica sustituye así a la crítica de las armas, en palabras de Marx. La realidad concreta de la explotación del trabajo asalariado y de las opresiones enraizadas en el sistema es reemplazada por una realidad líquida. Ya no la lucha de clases como motor de la historia sino la mucho más inocua «deconstrucción» del lenguaje. Cosas todas que ciertamente no preocupan a la burguesía que, por ello, agradece sinceramente, financiando a los autores de esta miseria filosófica, imprimiendo y distribuyendo sus libros, impulsando sus carreras universitarias.

El reformismo, ya sea portador de una filosofía determinista o posmodernista, se confirma definitivamente como el principal puntal del dominio capitalista, trayendo el paralizante veneno ideológico burgués al movimiento obrero y a las luchas de las masas explotadas y oprimidas. No es nuevo, aunque, hay que admitirlo, rara vez en el pasado la miseria filosófica ha alcanzado las… alturas del posmodernismo.

Así, la batalla por una perspectiva revolucionaria implica una batalla contra las ideologías utilizadas por el oportunismo para disfrazar la colaboración de clase o desviar las luchas hacia callejones sin salida. Esto significa rescatar lo que hace ya dos siglos Marx llamaba el «nuevo materialismo», es decir, la concepción materialista marxista de la historia, la «filosofía de la praxis», que es sintetizada en el artículo de Fabiana Stefanoni en otro artículo de nuestra revista [Trotskismo Oggi n. 21].

Para concluir, sin duda es positivo que un número creciente de jóvenes, que participan en los movimientos contra la opresión machista, contra la destrucción del medio ambiente, contra el racismo y el fascismo, estén buscando una teoría que los oriente en la lucha contra el sistema capitalista que produce todo esto. Pero es bueno advertirles que no encontrarán ninguna teoría adecuada en los textos de los posmodernistas. Para armarse de una teoría realmente revolucionaria, necesitan volver a leer a Marx y Engels, Lenin y Trotsky: no a Lyotard, Laclau o Judith Butler.

Traducción: Natalia Estrada.


[1] En cuanto a la incomprensibilidad del lenguaje de los teóricos posmodernistas, un humo que muchas veces no esconde asado, se hizo famoso un experimento que realizó el físico Alan Sokal en 1996, conocido como la “burla de Sokal”. El científico escribió un artículo totalmente desprovisto de sentido lógico, basado en la composición de un conjunto de conceptos y frases extraídas de textos posmodernistas. Lo tituló «Rompiendo fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica» y lo envió a una prestigiosa revista feminista posmodernista, que lo publicó sin darse cuenta de que el artículo no decía nada sensato. Solo más tarde Sokal reveló que era una parodia de los textos posmodernistas. La anécdota sabrosa está en A. Sokal, J. Bricmont, Intellectual impostures, publicado en traducción al italiano en 1999 por Garzanti, con el título Imposture intellettuali. En el libro, los autores analizan los textos de Lacan, Baudrillard, Deleuze y otros autores de referencia del pensamiento posmodernista, revelando lo absurdo, como mínimo, de las referencias supuestamente científicas que suelen aparecer en sus obras.

[2] Nos referimos aquí únicamente al posmodernismo filosófico y político, aunque el concepto nació en otros ámbitos (esencialmente artísticos), en otras épocas y con otras características.

[3] Para aquellos que deseen profundizar, sugerimos algunos textos que contienen una buena descripción y crítica de las teorías posmodernistas. Precisando que no necesariamente siempre compartimos las conclusiones de los autores ni, menos aún, su posición política. Hecha esta aclaración, sugerimos leer: E.M. Wood, The Retreat from Class: A New ‘True’ Socialism [La retirada de la clase: un nuevo socialismo ‘verdadero’] (1986); S. Wolf, Sexuality and Socialism History, Politics and Theory of Gay Liberation [Sexualidad y Socialismo, Historia, Política y Teoría de la Liberación Gay]. (2009), la mejor crítica que hemos leído de las teorías queer y de Judith Butler en particular; y A. Callinicos, Against Postmodernism: a Marxist critique [Contra el posmodernismo: una crítica marxista] (1991). Ninguno de estos textos, que sepamos, ha sido traducido hasta ahora al italiano. También se ha publicado recientemente una crítica profunda y puntual a la posmodernidad que también ofrece un panorama de los debates sobre los distintos temas: se trata del gigantesco trabajo de Francisco Erice, En defensa de la razón. Contribución a la critique del posmodernismo (Siglo XXI, 2020), también muy útil para orientarse en la vasta bibliografía sobre el tema.

[4] Un buen ejemplo de una concepción determinista vulgar, muy similar al dia-mat estalinista pero que pretende presentarse como ‘trotskista’, se encuentra en los libros de Alan Woods, el principal dirigente de la IMT. Véase, por ejemplo, el monumental Reason in revolt: dialectical philosophy and modern science [Razón en revuelta: filosofía dialéctica y ciencia moderna], escrito con Ted Grant, una suerte de enciclopedia de la ciencia y de la filosofía (más en intenciones que en resultados). Hay una traducción divugada por la SCR, que representa a la IMT en Italia.

[5] K. Marx, Il 18 Brumaio di Luigi Bonaparte (1852), Editori Riuniti, 1997.

[6] F. Nietzsche, Frammenti postumi, 1885-1887, vol. VIII, tomo I de la Opere, editado por G. Colli e M. Montinari, Adelphi, 1975, pp. 299-300.

[7] Reagrupados bajo el nombre de «escuela de Frankfurt» (de la ciudad donde residía la Universidad en la que algunos de ellos actuaban inicialmente) se encuentran filósofos y sociólogos que elaboraron a partir de la década de 1920. Entre los más conocidos encontramos a Theodore Adorno, Max Horkheimer, Herbert Marcuse, Erich Fromm.

[8] Con «posestructuralistas» nos referimos en particular a algunos filósofos franceses activos desde la década de 1960. Entre los más conocidos: Michel Foucault, Jacques Derrida, Gilles Deleuze, Jacques Lacan, Luce Irigaray, Roland Barthes.

[9] Que no hay nada «más allá del texto» es la tesis que se destaca en una de las obras centrales de Jacques Derrida, De la grammatologie (1967), publicada en italiano por Jaca Book en 1969 con el título Della grammatologia (hay una reciente reedición de la misma editorial, de 2020).

[10] J. F. Lyotard, La condition postmoderne (1979), la traducción al italiano es de 1981 con el título: La condizione postmoderna, Feltrinelli (varias reimpresiones). Además del libro de Lyotard, las partidas de nacimiento del posmodernismo también incluyen el libro de R. Rorty, La filosofia e lo specchio della natura [La filosofía y el espejo de la naturaleza] (1979) (Bompiani, 1986). Rorty es en particular un teórico del llamado «giro lingüístico».

[11] J.F. Lyotard, La condizione postmoderna, Feltrinelli, 2014, p. 45 e sgg.

[12] El llamado «pensamiento débil» se desarrolló a partir del libro colectivo de 1983 que lleva este título, editado por Pier Aldo Rovatti y Gianni Vattimo. En el libro también colaboraron Maurizio Ferraris y Umberto Eco, quienes en los años siguientes se alejaron de los resultados de la teoría. Eco polemiza, por ejemplo, con los absurdos hermenéuticos a los que conduce el posmodernismo, en la colección de textos I limiti dell’interpretazione [Los límites de la interpretación] (Bompiani, 1990).

[13] E. Laclau, C. Mouffe, Hegemony and Socialist Strategy (1985), publicado en italiano por il Nuovo melangolo con el título: Egemonia e strategia socialista. Verso una politica democratica.

[14] Para una reconstrucción de la auténtica concepción materialista de la historia de Marx y Engels nos remitimos al ensayo de Fabiana Stefanoni, “Che cosa non è la concezione materialistica della storia. Il ruolo dimenticato della «prassi rivoluzionaria»” [“Qué no es la concepción materialista de la historia. El papel olvidado de la «praxis revolucionaria»], en este mismo número de la revista Trotskismo oggi.

[15] En particular, según una metodología ya abusada por decenas de otros supuestos críticos del marxismo, Laclau y Mouffe (ver nota 13) extraen del contexto algunas frases de Marx para atribuirle la paternidad del determinismo mecanicista que reinaba en la fase degenerada de la Segunda y luego de la Tercera Internacional, y así poder polemizar con esta arbitraria atribución.

[16] E. Laclau, On populist reason [Sobre la razón populista] (2005), La ragione populista [La razon populista] (Laterza, 2008).

[17] El escepticismo hacia la ciencia también se traduce, para algunos teóricos posmodernistas, en el rechazo a los medicamentos. En este sentido van por ejemplo las teorías del inglés Mark Fisher (Realismo capitalista, 2009, Produzioni nero, 2018) que, si bien critica algunas tesis posmodernistas, adopta otras. Fisher sitúa las cuestiones de la enfermedad mental y de la depresión en el centro de su reflexión. Salvo excepciones, para Fisher las enfermedades mentales nunca tendrían un origen neurológico, derivado de desequilibrios químicos, por lo que los psicofármacos serían inútiles. Absolutizando dos verdades –Marx ya observó doscientos años antes que Fisher los efectos mentales de la alienación del trabajo; y el gran papel manipulador de la industria farmacéutica –Fisher termina respaldando implícitamente las teorías muy en voga que ven una conspiración detrás de cada medicamento (ver las posiciones de los no-vax). También hay que añadir que la crítica de Fisher no ataca en realidad al capitalismo sino a una supuesta mala variante del mismo, la «neoliberal» y la «meritocracia». Por ello fue (se suicidó en 2017) partidario de Corbyn. Su libro, lleno de afirmaciones tan apodícticas como superficiales, es muy popular entre los jóvenes.

[18] A. Gramsci, Quaderni dal carcere [Cuadernos de la cárcel], quaderno 11, Einaudi, 1975, p. 1458.

[19] Ver K. Marx, F. Engels, La Sacra Famiglia. Ovvero crítica della crítica crítica [La Sagrada Familia. O crítica de la crítica crítica]. Contra Bruno Bauer y socios (1845), la edición italiana más reciente se encuentra en Marx-Engels, Opere, vol. IV, ediciones Lotta Comunista, 2021.

[20] La undécima de las Tesis sobre Feuerbach de Marx dice: «Hasta ahora los filósofos sólo han interpretado el mundo de manera diferente, pero se trata de transformarlo». Sobre esta y otras tesis, sobre cuál es la traducción correcta del original alemán y sobre las ligeras modificaciones hechas por Engels que las publicó después de la muerte de Marx, existe una amplia (aunque injustificada) polémica exegética entre los estudiosos. Para una profundización filológica de las Tesis, véase P. Macherey, Marx 1845. Les theses sur Feuerbach (Editions Amsterdam, 2008).

[21] Esta no es una teoría nueva. Ya en la década de 1930, Edward Sapir y su alumno Benjamin Lee Whorf elaboraron la teoría (conocida como la «hipótesis de Sapir-Whorf») según la cual, simplificando, la lengua descubre una verdad que permanece desconocida hasta que se nombra. En la versión de Whorf (que lleva al extremo el relativismo lingüístico de su maestro) la forma de pensar y percibir la realidad estaría determinada por la lengua. Whorf aportó en apoyo de sus tesis, entre otras cosas, la idea según la cual los Inuit (una población indígena de las costas árticas de América), que utilizan diversas palabras para indicar distintos tipos de nieve, tendrían un conocimiento diferente del mundo en que viven.

Cabe señalar que se trata de teorías ampliamente desmentidas por la ciencia: además, la misma experiencia empírica demuestra que es posible conocer y pensar un concepto sin poder expresarlo con palabras; así como es evidente que los que saben varios idiomas no son esquizofrénicos por esto.

[22] Para Engels, el lenguaje tiene una naturaleza social y al igual que la conciencia se originó a partir del trabajo en el proceso de evolución del hombre. Engels escribe: «En resumen: los hombres en evolución llegaron al punto en que tenían algo que decirse unos a otros. La necesidad desarrolló el órgano necesario para ello: las cuerdas vocales, no desarrolladas del mono, de manera gradual pero segura se fueron afinando cada vez más a una modulación siempre más acentuada; la boca y los órganos vocales aprendieron gradualmente a emitir una sílaba articulada tras otra. (…) En primer lugar el trabajo, después y con ella el lenguaje: aquí están los dos estímulos más esenciales bajo cuya influencia el cerebro de un mono se transformó gradualmente en un cerebro humano, mucho más grande y perfecto según cualquier hipótesis verosímil».

Véase su: «El papel del trabajo en el proceso de humanización del mono» (1876 pero publicado por primera vez en 1896 en la revista teórica de la SPD, Die Neue Zeit). El texto está contenido en Dialéctica de la Naturaleza, cuya edición italiana más reciente se encuentra en Marx-Engels, Opere, vol. 25, ediciones Lotta Comunista, 2022.

Esta teoría de Engels fue definida como científicamente correcta por el paleontólogo Stephen Jay Gould en su obra Ever since Darwin (1977), traducida al italiano con el título: Esta idea de la vida. El desafío de Charles Darwin, Editori Riuniti, 1990; véanse en particular las pps. 209-211.

[23] E. Laclau, C. Mouffe, op. cit. (1985).

[24] La obra principal de Judith Butler es Gender Trouble (1990), traducida al italiano como Questione di Genre. Il feminismo e la sovversione dell’identità [Cuestiones de Género. El feminismo y la subversión de la identidad] (la reedición más reciente es de 2023 por Laterza). Pero quien, por alguna forma de masoquismo, quiera leer otros textos del autor, encontrará muchos en las librerías, traducidos al italiano y publicados por varias editoriales: en particular Mimesis, pero también Laterza, Feltrinelli, etc. Sobre el lenguaje (que es la base de todas las obras de Butler) véase, por ejemplo, Parole che provocano. Per una política del performativo [Palabras que provocan. Por una política de lo performativo] (Raffaello Cortina, 2010).

[25] El término «woke» significa estar alerta, estar vigilante, en particular, precisamente, sobre el uso del lenguaje, y sobre algunos temas que pueden ser ofensivos para una identidad oprimida.

[26] La schwa (que, paradójicamente, es masculina…) es un símbolo gráfico hebraico y es una especie de letra e invertida. Quien desee profundizar en el tema, desde un punto de vista científico y no meramente ligado a la polémica periodística, puede leer los textos de la lingüista Cristiana De Santis, en particular su: L’emancipazione grammaticale non passa per una e rovesciata [“La emancipación gramatical no pasa por una e invertida” disponible en estos enlaces https://www.treccani.it/magazine/lingua_italiana/articoli/scritto_e_parlato/Schwa.html

[27] George Orwell, en su novela 1984, escrita en 1948, imagina una sociedad fuertemente represiva en la que, entre otras cosas, se impone una «Newspeak» [“neolengua”] en sustitución de la «Oldlanguage» [“vieja lengua”], con el objetivo de cambiar, junto con las palabras, la visión del mundo, eliminando cualquier pensamiento subversivo. Velando por todo está la “psicopolicía” que tiene la tarea de reprimir no solo los actos sino también cualquier idea de desobediencia al Poder y de sancionarla antes de que pueda concretarse (los “psicodelitos”). El protagonista, Winston Smith, quien trabaja en el Ministerio de la Verdad, tiene la tarea de censurar artículos y libros y también de modificar la historiografía al adecuar el relato histórico a las previsiones del Poder. La “neolengua” no se limita a introducir neologismos sino que modifica la morfología y la sintaxis y, entre otras cosas, la forma de los plurales. En resumen, el parecido de ciertas teorías posmodernistas con la fantasía romancesca de Orwell es verdaderamente impresionante.

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