Nuestra despedida a Pablo Milanés, el trovador del amor, la latinidad y la revolución
El músico cubano falleció el martes 22 de noviembre, a la edad de 79 años, dejando tras de sí una obra inmortal. Durante décadas, Pablito, como se le conocía, hizo de su voz, sonidos y composiciones expresiones de amores, dolores, cosas de la vida, sueños y luchas de los pueblos, principalmente de América Latina.
Por: Wilson Honório da Silva, de la Secretaría Nacional de Formación del PSTU Brasil
Voz y poesía enraizadas en las culturas y tradiciones del pueblo de su amada isla y bañadas por la revolución. Y, por eso mismo, desde hace mucho, también se levantaron contra el régimen castrista y el estalinismo.
No porque se haya convertido en un “contrarrevolucionario”, como muchos lo acusaron. Sino precisamente porque él, a diferencia de sus acusadores, no traicionó a su pueblo ni los ideales que lo llevaron a luchar por la revolución, incluso a través de sus músicas.
A pesar de que es prácticamente imposible separar su carrera de su trayectoria política, hemos dividido nuestro homenaje en dos partes. En este artículo, hablaremos más de sus canciones. En el siguiente, de sus divergencias con el castrismo.
El trovador de la revolución
Su nombre quedará para siempre ligado a la “Nueva Trova”, la versión cubana de un movimiento denominado “Nueva Canción Latinoamericana” que en la década de 1960 arrasó en varios países del continente, acompañando lo que sucedía en el Teatro, las Artes Plásticas y el Cine.
En la música, el movimiento se caracterizó por una profunda inmersión en las raíces de la cultura popular y, al mismo tiempo, por una fina y creativa sintonía con las innovaciones estéticas de la época. Un reflejo “distorsionado” de lo que sucedía en el contexto histórico y tocaba profundamente el corazón y la mente de la izquierda: apoyándose en las historias y tradiciones de “los de abajo” para, ligado a los acontecimientos y contradicciones del presente, construir los puentes para un futuro más libertario, igualitario y justo.
En este contexto, Pablito, de hecho, fue un “trovador”, incluso en el sentido medieval del término: un poeta-músico.
Un trovador que en un primer momento (junto a músicos como Silvio Rodríguez y Noel Nicola) cantó la Revolución de 1959, cómo esta acercó al pueblo cubano a la posibilidad de construir un mundo nuevo y, también, hizo arder en el continente el deseo de cambio.
Un cantautor, como se suele llamar en referencia a los músicos que escriben, componen y cantan su propio material. Y, por eso mismo, alguien que inspiró a generaciones con composiciones que, incluso aquí, fueron grabadas o tuvieron versiones en las voces de Chico Buarque, Milton Nascimento, Simone, Fagner, Olivia Byington, Diana Pequeno, Gal Costa y Caetano Veloso, entre otros.
Músicas como “Yolanda” (“…Te amo, te amo, eternamente te amo…”) , que cantó por primera vez en 1970 a su entonces pareja, Yolanda Benet, mientras ella amamantaba a su hija Lynn); “Años” (“El tiempo pasa / Nos vamos poniendo viejos…”); “Yo no te pido” (“…que me bajes una estrella azul / solo te pido / que mi espacio llenes con tu luz” ), “Amo esta isla” (“soy del Caribe/ jamás podría pisar tierra firme / porque me inhibe”) o “Comienzo y final de una verde mañana” –que tuvo una versión de Chico Buarque (“de qué callada manera / llegas así sonriendo / como si fuese la primavera” ), entre muchas otras.
Joven bohemio, rebelde y revolucionario
Pablito nació en 1943, en Bayamo, hijo de un soldado y de una costurera a quienes él prácticamente “arrastró” a La Habana en 1950, para que pudiese estudiar en el Conservatorio Musical de la capital cubana, donde, a los 15 años, ya era una figura frecuente en el escenario bohemio.
Y fue en sus salidas nocturnas cuando se enamoró de un estilo conocido como “filin” (corrupción de la palabra inglesa “feeling”, que significa “sentimiento”), caracterizado por la interpretación “sentimental” de las canciones, muy identificadas con las músicas románticas norteamericanas, en particular el jazz y el “blues”. Además, según él mismo, la música brasileña fue una parte importante de su formación.
Con el correr de los años, además de acercar el estilo a la realidad de su pueblo, Milanés lo revolucionó, de la misma manera que los cubanos iban rehaciendo la historia de su país. Por eso, no fue casualidad que su primer disco, “Mis 22 años” (1965), fuera visto como la transición entre el “filin” y lo que sería la “Nueva Trova Cubana”.
El “salto”, no obstante, solo ocurriría con el estallido del proceso revolucionario. Sin embargo, en el camino de Milanés había un obstáculo muy fuerte: la burocracia castro-estalinista, que hizo que el músico sufriera una de las experiencias más dramáticas y destacadas de su vida.
Memorias de las cárceles castro-estalinistas
Todavía en 1965, cuando cumplía el servicio militar y actuaba como militante en defensa de la Revolución, Pablito fue destinado a uno de los campos de trabajos forzados de las famosas Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), destinadas a “reeducar LGBTI, religiosos, intelectuales, artistas, jóvenes y cualquier persona que tuviese una conducta considerada no revolucionaria.
Ubicado en la provincia de Camagüey y convertido, como dije, en un prisionero en un “campo de concentración”, Milanés protagonizó una osada fuga a La Habana, donde comenzó a denunciar las barbaridades que había vivido y presenciado.
Algo que acabó desembocando en su encarcelamiento en la Fortaleza de La Cabaña, cuyas condiciones de represión eran incluso peores que las de los campos de las UMAP, al punto de motivar una campaña internacional que acabó con su cierre a principios de 1967, dos meses después de la llegada de Milanés, quien fue liberado con los demás prisioneros.
El cantar de la latinidad y de la negritud
Al poco tiempo de obtener la libertad, Milanés estuvo en el “Primer Encuentro Internacional de la Canción de Protesta”, realizado en la “Casa de las Américas” entre julio y agosto de 1967, y que contó con la participación de varios nombres del cancionero político latinoamericano, reuniendo a músicos de Uruguay, Paraguay, Chile, Argentina, Haití, México y Perú.
Los brasileños, sofocados por la dictadura, no pudieron participar del evento, que también contó con músicos de Europa y de Vietnam, el mayor símbolo de la lucha antiimperialista en aquel momento.
Influenciado por lo que vio y oyó, Milanés se sumergió en la producción de canciones con contenido político y, al año siguiente, se presentó con Silvio Rodríguez y Noel Nicola en el mismo recinto, en un espectáculo que es considerado por muchos como el “certificado de nacimiento” de la “Nueva Trova”.
Dos años después, se integra al Grupo de Experimentación Sonora del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (GES-ICAIC), componiendo bandas sonoras para cine, experiencia que, sin embargo, como tantas otras, fue barrida por la burocracia castrista en 1977, precisamente por su carácter experimental y, por lo tanto, fuera de las estrictas orientaciones del gobierno.
El cantautor nunca dejó de creer que toda lucha o expresión artístico-cultural debía romper las fronteras impuestas por el colonialismo y el imperialismo y, al mismo tiempo, respetar y celebrar la diversidad de nuestros pueblos.
Por eso, en 1972, cuando un proceso revolucionario sacudía a Chile, Milanés, Rodríguez y Nicola viajaron a este país y actuaron allí con representantes de la “Nueva Canción”, como Víctor Jara, Violeta Parra y su familia.
En 1974, su primer disco, “Versos Sencillos” (versos simples o singulares), contó únicamente con versiones musicales de poemas de José Martí (1853-1895), como el hermoso “Yo soy un hombre sincero”, escrito en 1895 por el héroe de la Independencia de Cuba, poco antes de ser asesinado por los españoles.
En 1975, lanzó “Pablo Milanés canta a Nicolás Guillén”, musicalizando poemas del también escritor, periodista y activista político, cuyas obras y militancia reflejan un movimiento conocido como “negrismo”, influenciado por el Renacimiento de Harlem (cuyo principal nombre fue el poeta gay norteamericano, Langston Hughes, con quien Guillén entabló amistad en 1930) y movimientos similares en el Caribe.
Al año siguiente, el primer disco con solo composiciones propias incluía dos temas que se convirtieron en verdaderos himnos de las luchas en Latinoamérica. “Yo pisaré las calles nuevamente”, un canto contra la dictadura genocida de Pinochet, y “Canción por la unidad latinoamericana”, un clamor por la liberación y reunificación del continente que ganó, en 1978 (en el fantástico “Clube da Esquina 2”), una versión con Milton y Chico, bastante apropiada para denunciar también las dictaduras que infestaban el continente.
De hecho, en estos “años de plomo”, Pablo Milanés se convirtió en uno de los polos aglutinadores con nombres como Mercedes Sosa, los españoles Víctor Manuel y Luis Eduardo Aute (también, como Chico, presentes en el disco “Querido Pablo”, de 1985) y una infinidad de artistas latinos.
La cultura como instrumento de organización y liberación
Al mismo tiempo, formó su propio grupo, dando inicio a una etapa caracterizada por la riqueza de recursos musicales y también por la mezcla “antropofágica” (es decir, que se alimenta, como un “caníbal”, de lo que se considera el “otro” para asimilar su fuerza vital) de géneros, tradiciones y estilos, manteniendo siempre la crítica y la política, en discos como “Identidad” (1990); “Canto de la abuela” (1991); “Orígenes” (1994); “Despertar” (1997), entre otros.
También invirtió mucho en la Cultura, como forma de crear alternativas de organización y expresión populares, creando una Fundación que desarrollaba proyectos en torno a la música, las artes plásticas, la danza y el teatro, y creó una revista, una emisora de radio y una editorial, entre otras iniciativas. Una vez más, gracias al régimen castrista, la Fundación duró poco.
La década de 2000, sintomáticamente, estuvo marcada por proyectos más allá de los límites de Cuba. En 2001 se lanzó un nuevo “Pablo Querido”, con cantantes del Brasil, Argentina, Perú y México, entre otros, además generaciones más jóvenes de músicos cubanos. Una idea que también estuvo detrás de “Como un campo de maíz” (2005).
En 2013 fue lanzado “Renacimiento”, grabado tras una delicada transfusión de riñón (donado por su compañera, la historiadora española Nancy Pérez), en el que rescata tradiciones negras, como el “guaguancó” (una variante de la rumba) y el “changüí”, un estilo originado en los campos de trabajo esclavo, a partir de la fusión de los instrumentos de cuerda españoles con la percusión rítmica de los pueblos “bantúes” de África.
También lanzó nuevos álbumes en 2014 (“Canción de otoño”), 2017 (“Flores del futuro”) y, en 2019, junto a su amigo José María Vitier, “Flor oculta de la vieja trova”, con homenajes a unos 10 poetas latinos.
La salida de La Habana y un retorno para una despedida conquistada por el pueblo
Las insatisfacciones de Pablito con el régimen crecieron con fuerza a principios de los años 2000 y, paulatinamente, a partir de 2004, empezó a vivir entre La Habana y Madrid, donde acabó mudándose definitivamente.
Su última presentación, el 21 de junio pasado, fue, significativamente, en La Habana, donde Pablito no pisaba desde hacía tres años. Y fue nada menos que una despedida, emotiva y apoteótica, en la que Milanés soltó su voz haciendo delirar al público.
En un hermoso reportaje publicado en El País el 22 de junio, Mauricio Vicent fue muy preciso al relacionar las 25 canciones presentadas tanto con la trayectoria del Trovador como con el significado social y político de este último espectáculo, cuyo único “pero” fue el hecho de que el régimen castrista volvió a mostrar sus garras contra el cantautor.
Enfermo desde hacía años y con su sistema inmunológico severamente comprometido por el cáncer, hacía tiempo que Milanés había expresado el deseo de despedirse de su tierra. Las negociaciones, sin embargo, no fueron fáciles y la propuesta del gobierno fue que actuara en el Teatro Nacional de La Habana. Hermoso, pero con solo dos mil lugares.
Con un detalle sumamente significativo sobre cómo funcionan las burocracias estalinistas: la dirección del teatro había decidido que solo se pondrían a la venta unos cientos de ingresos, mientras que la gran mayoría sería “distribuida” por organizaciones e instituciones del Estado.
“Nunca se explicó el motivo de la restricción en la venta de ingresos, pero hubo un precedente de lo ocurrido recientemente durante una presentación del músico Carlos Varela, en el marco del festival Havana World Music, cuando parte del público acabó gritando “Libertad, Libertad” cuando Varela interpretó sus canciones más críticas. Las redes sociales denunciaron lo ocurrido con Pablo como una maniobra de las autoridades para evitar que algo así volviese a ocurrir durante el concierto”, escribió Vicent.
Debido a las protestas generalizadas, la maniobra, sin embargo, no prosperó y el régimen se vio obligado a ofrecer el estadio de la Ciudad Deportiva de La Habana y sus 15 mil lugares para el último encuentro entre el Trovador de la Revolución y su amado pero sufrido público.
Coherente y conmovedor hasta el final
Y el trovador no lo era por menos. “Pablo cantó sus canciones de amor inmortales (…) y entre ellas incluyó sus letras más comprometidas, esas que señalan las manchas y promueven la reflexión, en un equilibrio que fluyó con la complicidad absoluta de un público muy conectado y entregado, que lo esperaba hacía mucho tiempo”, escribió el reportero, recordando que él abrió su show con una música más que emblemática: “Marginal”, del álbum “Orígenes” (1994).
Como escribió Vicent, “fue una declaración de principios, llena de mensajes y sutilezas”: “Vengan todos a mi jardín / Toquen y deshojen las flores a su gusto / Besen los labios cercanos con ternura / Derramen una lágrima por cada uno de nosotros / que incomprendido es…”.
“Sutileza” repetida en otras canciones, empezando por el homenaje a la comunidad LGBTI, con “El pecado original” (lea el próximo artículo), cantada a todo pulmón por las 15.000 personas presentes. Lo mismo sucedió con “Éxodo”, presente en el disco “Los días de gloria” (2000), cuyo título es una mezcla de nostalgia, sarcasmo y crítica abierta al régimen.
“Y luego vinieron otras de sus composiciones más llamativas sobre lo que ha pasado en Cuba en las últimas décadas, como Éxodo, que grita en sus versos de abertura: “¿Dónde están los amigos que tuve ayer? / ¿Qué les pasó? / ¿Qué sucedió? / ¿A donde fueron? / Qué triste estoy…”) y que fue una de las canciones en las que la multitud entró en trance y aplaudió hasta el delirio”, comentó el periodista de El País.
Gracias hermano y compañero
Pablo falleció después de una larga lucha contra el cáncer. Antes de su muerte, Díaz-Canel y otras figuras del régimen hicieron declaraciones protocolares, exaltando su importancia para la cultura cubana y su pueblo.
En lo que respecta a nosotros, sin embargo, la mejor forma de rendir homenaje a este “cantante” que se convirtió en “hermano” en nuestra latinidad y “compañero” en nuestras luchas, sueños y placeres, es incluso apoyar a quienes, hoy, luchan contra el régimen cubano y continúan, junto a Pablo Milanés, cargando su sueño de una revolución que verdaderamente libere a la humanidad, sin burocracias, sin opresiones.
Un “sueño” que puede parecer “marginal” a los ojos de quienes han optado por orbitar en torno a un sistema decadente como el capitalismo, pero que sigue siendo el único que puede alimentar las luchas capaces de hacer que la humanidad pueda un día vivir en plenitud, como dice la letra del Trovador: “Y juntos hagamos / un solo canto a la felicidad / que nos espera” (“Y juntos haremos / un único himno a la felicidad / que nos espera”),
En un año en el que ya hemos perdido a Elza Soares, Gal Costa, Rolando Boldrin y Erasmo Carlos, la muerte de Pablo Milanés es sin duda uno más que nos lastima. Pero, una de esas pérdidas cuyo dolor viene acompañado por un profundo sentimiento de gratitud. Tanto por el hecho de haber tenido el enorme placer de compartir el planeta con alguien como él, como por la generosidad con la cual nos ofreció sus trovas.
Artículo publicado en www.pstu.org.br, 24/11/2022.-
Traducción: Natalia Estrada.