Karl Marx: el mayor teórico y dirigente de la clase obrera
Ante un nuevo aniversario, publicamos este artículo tomado de la revista Marxismo Nueva época n.° 11, escrito al cumplirse los 200 años del nacimiento de Karl Marx.
Por: Alicia Sagra
En el momento de su muerte, el 14 de marzo de 1883, se recibieron notas de condolencias de organizaciones obreras de diferentes partes del mundo, pero solo once personas participaron de la ceremonia fúnebre realizada en el cementerio de Highgate, Londres.
El New Daily, periódico de dicha ciudad, publicó:
Fue anunciada la muerte del socialista alemán. Él vivió para ver extinguirse las partes de sus teorías que un día aterrorizaron a emperadores y cancilleres (…) Los trabajadores ingleses no se identifican con esos principios.
Es que si bien la clase obrera europea había comenzado su recuperación y en varios países se comenzaban a construir partidos obreros marxistas, aún se sentían las consecuencias de la década de reacción política iniciada con la derrota de la Comuna de París. En esa década, la burguesía consiguió desmoralizar e influir ideológicamente en gran parte del movimiento obrero, especialmente de Francia e Inglaterra.
Pero esa coyuntural soledad e indiferencia del país donde Marx pasó más de la mitad de su vida, no amilanó a Engels, quien hizo un vibrante y emotivo discurso de despedida a su gran camarada y amigo. Ante ese reducido cortejo fúnebre, Engels dijo:
El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde, dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días. (…) Es de todo punto imposible calcular lo que el proletariado militante de Europa y América y la ciencia histórica han perdido con este hombre. Harto pronto se dejará sentir el vacío que ha abierto la muerte de esta figura gigantesca.
(…) No hubo un solo campo que Marx no sometiese a investigación –y estos campos fueron muchos, y no se limitó a tocar de pasada ni uno solo– incluyendo las matemáticas, en los que no hiciese descubrimientos originales.
Tal era el hombre de ciencia. Pero esto no era, ni con mucho, la mitad del hombre.
(…) Pues Marx era, ante todo, un revolucionario. Cooperar, de este o del otro modo, al derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones políticas creadas por ella, contribuir a la emancipación del proletariado moderno, a quien él había infundido por primera vez la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones de su emancipación: tal era la verdadera misión de su vida.
La lucha era su elemento. Y luchó con una pasión, una tenacidad y un éxito como pocos (…) hasta que, por último, nació como remate de todo, la gran Asociación Internacional de Trabajadores, que era, en verdad, una obra de la que su autor podía estar orgulloso, aunque no hubiera creado ninguna otra cosa.
(…) Por eso, Marx era el hombre más odiado y más calumniado de su tiempo. Los gobiernos, lo mismo los absolutistas que los republicanos, le expulsaban. Los burgueses, lo mismo los conservadores que los ultrademócratas, competían a lanzar difamaciones contra él. Marx apartaba todo esto a un lado como si fueran telas de araña, no hacía caso de ello; solo contestaba cuando la necesidad imperiosa lo exigía. Y ha muerto venerado, querido, llorado por millones de obreros de la causa revolucionaria, como él, diseminados por toda Europa y América, desde las minas de Siberia hasta California (…) Su nombre vivirá a través de los siglos, y con él su obra.
Engels no se equivocó, la obra de Marx sobrevive a través de los siglos
Después de su muerte continuó el proceso de construcción de partidos obreros marxistas, que tuvo su máxima expresión en el Partido Socialdemócrata Alemán y en la fundación de la II Internacional la que, según Trotsky, no vivió en vano ya que realizó un gigantesco trabajo de educación en el marxismo[1]. Y, años más tarde, los bolcheviques, encabezados por Lenin, llevaron a la concreción la teoría y el programa de Marx al dirigir la revolución de octubre de 1917 e instaurar la Dictadura Revolucionaria del Proletariado en Rusia.
En la actualidad, a partir del estallido de la crisis capitalista (2007-2008), Marx se convirtió en best seller mundial. El Capital y todos sus trabajos sobre economía se agotaron. Sus obras eran buscadas con desesperación por todos los que querían encontrar una explicación racional a la catástrofe mundial que se desarrollaba.
Hoy, a 200 años de su nacimiento, no podemos decir, como Engels, que Marx es atacado y calumniado. Por el contrario, en todas las universidades, en la mayor parte de los medios de masivos de difusión, Karl Marx es reconocido y respetado como un gran filósofo, un economista, un gran científico. Pero, como diría Engels, se está reivindicando a menos de la mitad del hombre. Es decir, se lo está mutilando, se lo quiere convertir en un intelectual académico. Y eso no tiene nada que ver con el verdadero Marx.
Marx fue, como dijo Engels, el más grande pensador de sus días y hasta ahora no ha sido superado. Fue un gran científico. Un gran intelectual, pero un gran intelectual obrero, aunque no nació en una familia proletaria. Él adoptó a la clase obrera como su clase, desde el momento en que se convenció de que solo se podría acabar con el capitalismo y comenzar la construcción del socialismo si el proletariado dirigía ese proceso y asumía el poder sobre el conjunto de la sociedad.
Su convicción sobre el rol de la clase obrera era tan profunda que estuvo en la base de muchas de las rupturas con sus antiguos aliados. Y esa confianza en la clase obrera no se daba solo en relación con su papel en la lucha sino también en el rol que puede jugar en el terreno de la teoría. Así lo muestra la admiración y el orgullo con que tanto él como Engels se referían a Joseph Dietzgen, el obrero curtidor alemán que, en forma autodidacta, elaboró una concepción filosófica del mundo, próxima a la de ellos.[2]
La doctrina
Marx nació en Traveris, Renania, en un hogar pequeñoburgués, culto. Desde muy joven se relacionó con los que enfrentaban el régimen totalitario prusiano. Se dedicó al estudio de la filosofía, acercándose a los jóvenes hegelianos; participó activamente en los debates que se daban contra las concepciones religiosas, que era como centralmente se expresaban los opositores al régimen.
En ese proceso fue avanzando en la elaboración de lo que sería su doctrina. Para eso, tuvo central importancia su encuentro con Frederick Engels en 1843, que fue quien lo acercó a la realidad de la clase obrera. A partir de ese momento, los dos jóvenes comenzaron un trabajo conjunto y una profunda amistad, que solo se interrumpió con la muerte de Marx.
Sobre la producción científica de Marx, Engels dice:
Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo.
Pero no es esto solo. Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por este. El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían vagado en las tinieblas.
Dos descubrimientos como estos debían bastar para una vida. Quien tenga la suerte de hacer tan solo un descubrimiento así, ya puede considerarse feliz.
Con esas breves y sentidas frases, pronunciadas en su discurso de despedida, Engels nos recuerda los dos grandes descubrimientos de Marx: el materialismo histórico y la plusvalía. A esos dos inmensos aportes hay que agregar el materialismo dialéctico. En el esbozo biográfico que acompaña al texto Las tres fuentes y las tres partes integrantes del marxismo, escrito en 1913, Lenin dice:
La dialéctica hegeliana, o sea, la doctrina más multilateral, más rica en contenido y más profunda del desarrollo, era para Marx y Engels la mayor conquista de la filosofía clásica alemana. Toda otra formulación del principio del desarrollo, de la evolución, les parecía unilateral y pobre, deformadora y mutiladora de la verdadera marcha del desarrollo en la naturaleza y en la sociedad (marcha que a menudo se efectúa a través de saltos, cataclismos y revoluciones). «Marx y yo (dice Engels) fuimos casi los únicos que nos planteamos la tarea de salvar [del descalabro del idealismo, incluido el hegelianismo] la dialéctica consciente para traerla a la concepción materialista de la naturaleza.» «La naturaleza es la confirmación de la dialéctica, y precisamente son las modernas ciencias naturales las que nos han brindado un extraordinario acervo de datos [¡y esto fue escrito antes de que se descubriera el radio, los electrones, la trasformación de los elementos, etc.!] y enriquecido cada día que pasa, demostrando con ello que la naturaleza se mueve, en última instancia, dialéctica y no metafísicamente». (…) Así, pues, la dialéctica es, según Marx, «la ciencia de las leyes generales del movimiento, tanto del mundo exterior como del pensamiento humano».
Pero Marx no se conformó con mostrar el mecanismo de la historia, las contradicciones dialécticas de la realidad, el funcionamiento de la sociedad capitalista y la necesidad de reemplazarla por la socialista; su gran preocupación fue la de ayudar a la clase obrera a cumplir esa tarea histórica. Por eso, trabajando en equipo con Engels, se ligó a las luchas de su época, se preocupó por las tácticas, y nos dejó el programa revolucionario: el Manifiesto Comunista.
El Manifiesto Comunista
Ya han pasado 170 años de ese «panfleto genial», como lo llamó Trotsky. Y nadie mejor que el gran dirigente ruso para hablarnos del significado del Manifiesto. En 1938, Trotsky escribió:
¡Cuesta creer que falten tan solo diez años para que se cumpla el centenario del Manifiesto del Partido Comunista! Este panfleto, más genial que cualquier otro en la literatura mundial, nos sorprende aún hoy por su frescura. Sus partes más importantes parecen haber sido escritas ayer. Con certeza, los jóvenes autores (Marx tenía 29 años, Engels 27) tuvieron una mayor visión del futuro no solo que sus predecesores sino que no fueron jamás igualados.
Ya en el prefacio que escribieron juntos para la edición de 1872, Marx y Engels declararon que, pese al hecho de que ciertos pasajes secundarios en el Manifiesto resultaban anticuados, consideraban que no tenían ningún derecho a alterar el texto original, en tanto que el Manifiesto ya se había convertido, en el período de 25 años que había transcurrido, en un documento histórico. Sesenta y cinco años más han pasado desde aquel momento. Pasajes aislados del Manifiesto resultan aún más anticuados. En este prefacio trataremos de señalar sucintamente tanto aquellas ideas del Manifiesto que conservan todo su vigor como aquellas que requieren una alteración o ampliación importante (…).
Así, vemos que la producción conjunta y relativamente breve de dos jóvenes autores, aún continúa ofreciendo directivas irreemplazables acerca de las cuestiones más importantes y candentes de la lucha por la emancipación. ¿Qué otro libro podría compararse siquiera de lejos con el Manifiesto Comunista? Pero esto no implica que, luego de noventa años de desarrollo sin precedentes de las fuerzas productivas y vastas luchas sociales, el Manifiesto no necesite correcciones ni agregados. El pensamiento revolucionario no tiene nada en común con la adoración de ídolos. Los programas y los pronósticos se ponen a prueba y se corrigen a la luz de la experiencia, que es el criterio supremo de la razón humana. (…)
El Manifiesto también requiere correcciones y agregados. Sin embargo, como lo evidencia la experiencia histórica, estas correcciones y agregados solo pueden hacerse con éxito si se procede de acuerdo con el método que anida en las bases del Manifiesto mismo.
El militante profesional. El permanente defensor de la independencia política de los trabajadores
Lejos del erudito pensador que nos muestran los «marxistas» académicos, Marx fue un hombre de acción. Tuvo una vida muy difícil, perseguido por la reacción de varios países y por la miseria que provocó la muerte de dos de sus hijos en plena infancia, atacado durante muchos años por recurrentes y dolorosas infecciones que lo incapacitaban por largos períodos. Pero esa realidad no apagó su optimismo revolucionario ni su militancia permanente. Marx fue un militante revolucionario profesional. Un militante de todos los días, que acompañaba y participaba de las más diversas luchas de su época.
Eso fue así en los momentos de ascenso, como lo muestra su participación, no solo política sino también física, en la revolución de 1848, en Alemania. Y también lo fue en los momentos de retroceso (1849-1859), cuando en forma sistemática realizaba el acompañamiento de la clase obrera de los diferentes países y elaboraba respuestas de clase para la guerra de Crimea, para la guerra franco-austríaca, al tiempo que avanzaba en la elaboración de su principal obra, El Capital.
Su participación crece con la recuperación del movimiento obrero europeo y pega un salto con la fundación de la Asociación Internacional de los Trabajadores, la Primera Internacional, de la que no fue su fundador pero sí su principal orientador y organizador. Desde el Consejo General de la AIT, Marx desarrolló una intensa actividad, impulsando campañas por la reforma electoral, por la disminución de la jornada de trabajo, por el apoyo a la insurrección polaca, por el apoyo a la lucha contra el esclavismo en la guerra civil de EEUU, organizando la solidaridad con las luchas y el socorro a los luchadores perseguidos en diferentes partes del mundo, y, obviamente, todo esto tuvo un punto culminante con la Comuna de París.
Algo que olvidan quienes hoy le rinden homenajes, al mismo tiempo que defienden la participación en gobiernos burgueses de alianza de clases, es que desde 1848 una constante en la intervención y en la política de Marx fue el combate por el poder político de la clase obrera, la defensa de la independencia política de los trabajadores, y el tajante rechazo a la participación en gobiernos con la burguesía[3]. Coherente con esto en el Manifiesto Inaugural de la Primera Internacional (redactado por él) se plantea: «Por esto, el primer deber de la clase obrera consiste en conquistar el poder político; para ello es necesario organizar en todas partes partidos obreros».[4]
La confianza y la pasión por la revolución
Queremos finalizar esta nota con extractos de un texto de Lenin sobre la política revolucionaria de Marx. Se trata del prefacio a la edición rusa de Cartas a Kugelmann, escrito el 5 de febrero de 1907. En ese texto, Lenin contrapone la actitud de Marx frente a la revolución con la que tienen intelectuales que se dicen marxistas pero ven la revolución como algo del pasado, que ahora tendría que ser sustituida por salidas por dentro del régimen constitucional. Si bien se trata de una polémica que tiene que ver con la situación rusa de 1907, creemos que nuestros lectores encontrarán algunos parecidos con los debates que se plantean en nuestra realidad actual.
La concepción pequeñoburguesa del marxismo, según la cual el período revolucionario, con sus formas particulares de lucha y las tareas especiales del proletariado, sería casi una anomalía, mientras que el «régimen constitucional» y la «oposición extrema» sería la regla, está extraordinariamente difundida entre los socialdemócratas de Rusia (…).
¡Cómo denuncia Marx, en sus cartas a Kugelmann, la banalidad de esta concepción del marxismo! (…) Catorce años antes, había dado un juicio definitivo sobre la revolución alemana de 1848. En 1850, había abandonado todas las ilusiones que él mismo se había hecho en 1848 sobre la proximidad de una revolución socialista (…).
Marx no se hacía ilusiones en cuanto a la probabilidad de que la próxima revolución (que vino desde arriba, y no desde abajo, como él esperaba) aniquilara a la burguesía y al capitalismo. Señaló claramente que esa revolución solo suprimiría a las monarquías prusiana y austríaca. ¡Y qué fe en esta revolución burguesa! ¡Qué pasión revolucionaria de militante proletario, consciente del inmenso papel que la revolución desempeña en el avance del socialismo!
(…) Esto es lo que deberían aprender de Marx los intelectuales marxistas rusos, relajados por el escepticismo, atontados por la pedantería, propensos a los discursos de arrepentimiento, los que se cansan pronto de la revolución y sueñan con su entierro y su sustitución por una prosa constitucional, como con una fiesta. (…)
El juicio de Marx sobre la Comuna es la cumbre de su correspondencia con Kugelmann. (…) En septiembre de 1870, seis meses antes de la Comuna, había advertido directamente a los obreros franceses diciéndoles que la insurrección sería una locura, en su famoso llamamiento de la Internacional.
Denunció de antemano las ilusiones nacionalistas en cuanto [a] la posibilidad de que el movimiento se desarrollase en el espíritu de 1792.[5]
¿Y qué posición asumió cuando esta empresa desesperada, según su propia declaración de septiembre, se llevó a la práctica en marzo de 1871? ¿Acaso Marx aprovechó la oportunidad en detrimento de sus adversarios, los proudhonistas y los blanquistas que dirigían la Comuna?
¿Acaso se puso a gruñir como un bedel?: «Ya se los decía yo, ¡he aquí el fruto de su romanticismo, sus quimeras revolucionarias!»
No. El 12 de abril de 1871, Marx le escribió a Kugelmann una carta llena de entusiasmo, una carta que con gusto colgaríamos de la pared, en la casa de cada socialdemócrata ruso, de cada obrero ruso que sepa leer (…).
«¡Qué flexibilidad –escribe– qué iniciativa histórica, qué capacidad de sacrificio tienen estos parisienses! […] Jamás la historia había conocido antes un ejemplo de heroísmo de tal magnitud!»
Lo que Marx aprecia por encima de todo es la iniciativa histórica de las masas (…)
Y como participante en esta lucha de masas, que vivió con todo el ardor y la pasión que le eran propios, desde su exilio en Londres, Marx critica los pasos inmediatos de los parisienses, «valientes hasta la locura» y dispuestos a tomar el cielo por asalto.
(…) Marx era capaz de prevenir a los dirigentes contra una insurrección prematura. Pero hablaba como consejero práctico del proletariado que toma el cielo por asalto, como hombre participante en la lucha de las masas que elevan al movimiento entero hasta un grado superior, a pesar de las teorías falsas y de los errores de Blanqui y de Proudhon.
«Como quiera que sea –escribe– aunque sucumban bajo el asalto de los lobos, los cerdos y los viles perros de la vieja sociedad, la sublevación de París es la hazaña más gloriosa de nuestro Partido después de la insurrección de junio».
Sin ocultarle al proletariado ni uno solo de los errores de la Comuna, Marx dedicó a esta hazaña una obra que sigue siendo hasta el presente la mejor guía que podamos tener en la lucha por el «cielo», y el espanto más temido para los «cerdos» liberales y radicales.
(…) Kugelmann respondió a Marx, manifestándole algunas dudas, indicando lo desesperado de la empresa, hablando de realismo en oposición al romanticismo; en todo caso, comparó la Comuna, que era una insurrección, con la manifestación pacífica del 13 de junio de 1849 en París. Inmediatamente (el 17 de abril de 1871), Marx envía a Kugelmann una severa réplica:
«Desde luego, sería sumamente cómodo hacer la historia universal si solo se emprendiera la lucha cuando las probabilidades fueran infaliblemente favorables».
Marx decía en septiembre de 1870 que la insurrección sería una locura. Pero cuando las masas se alzan, Marx quiere marchar junto a ellas, instruirse al mismo tiempo que ellas, en la lucha, y no dar lecciones burocráticas. Comprende que cualquier intento de dar por sentadas de antemano, con toda precisión, las probabilidades de la lucha sería charlatanería o pedantería imperdonable. Estima, por encima de todo, el hecho de que la clase obrera, heroicamente, con abnegación, con espíritu de iniciativa, crea la historia del mundo (…).
Marx sabía ver también que en ciertos momentos de la historia una lucha encarnizada de las masas, aunque sea por una causa desesperada, es indispensable para la educación ulterior de esas propias masas y de su preparación para la lucha futura (…).
Pero Marx planteó precisamente este problema, sin olvidar que en septiembre de 1870 él mismo había reconocido que una insurrección hubiera sido una locura:
«Los canallas burgueses de Versalles […] pusieron a los parisienses ante la alternativa de aceptar el reto a la lucha o entregarse sin luchar. En este último caso, la desmoralización de la clase obrera hubiera sido una desgracia mucho mayor que la pérdida de un número cualquiera de «jefes»».
Este Marx que reivindica Lenin es el que nosotros reivindicamos y, como ya dijimos, no tiene nada que ver con el sabio, el filósofo, que reivindican los que entienden el marxismo solamente como una interpretación del mundo, como un método de análisis del pasado, y no como una guía para la acción, como el programa para la revolución.
Ese «marxismo» académico olvida que ya en 1845 Marx y Engels afirmaron: Los filósofos se limitaron a interpretar el mundo, de lo que se trata es de transformarlo.[6]
Notas:
[1] TROTSKY, León. «La Guerra y la Internacional», 1914.
[2] «¿Tiene Ud. la dirección de Dietzgen? Hace ya tiempo me envió un fragmento de su manuscrito sobre la ‘facultad de pensar’. Aunque se le puede reprochar cierta confusión y demasiadas repeticiones, ese trabajo contenía muchas ideas excelentes e incluso observaciones admirables, si se tiene en cuenta que está escrito personalmente por un obrero». Carta de Marx a Kugelmann, 5 de diciembre de 1868.
«Le adjunto la carta (que le ruego me devuelva, de un obrero germano-ruso, el curtidor Dietzgen). Engels tiene razón cuando dice que la filosofía autodidacta –practicada por obreros– ha hecho grandes progresos, si se compara este curtidor con el zapatero Jacob Boönhne, y que nadie más que un obrero «alemán» hubiera sido capaz de una tal producción intelectual». Carta de Marx a Kugelmann, 7 de diciembre de 1868.
[3] Este rechazo es evidente en su análisis de la revolución francesa de febrero de 1848 y su fuerte cuestionamiento a la participación del socialista Louis Blanc en el Gobierno (La lucha de clases en Francia- 1848-1849).
[4] RIAZANOV, David. “Marx y Engels”, séptima conferencia (Curso sobre la vida y la acción de Marx y Engels, resumido en nueve conferencias).
[5] «Intentar derribar el nuevo gobierno en la presente crisis, cuando el enemigo está a las puertas de París, sería un acto de pura locura. Los obreros franceses deben cumplir su deber único, pero, además, no hay que equivocarse dejándose arrastrar por los recuerdos del Primer Imperio. Los obreros no deben volver al pasado sino edificar el porvenir». Mensaje del Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores, del 9 de septiembre de 1870.
[6] MARX, Karl. Tesis sobre Feuerbach, n.° 11.