Vie Jul 26, 2024
26 julio, 2024

Haití comienza a levantarse… de nuevo

¿Por qué la lucha del pueblo haitiano importa a los trabajadores del mundo?

Por: Eduardo Almeida

Haití estalla de nuevo. Desde el 10 de enero, grandes movilizaciones exigen la renuncia del gobierno Moïse.

Ese gobierno ya nació como producto de un fraude electoral, con su posesión cuestionada por el pueblo haitiano en 2016. Moïse se mantuvo en el poder, apoyado por el gobierno Trump y en una feroz represión.

Ahora, en el final de su mandato, mucho más cuestionado que en el inicio de su gobierno, quiere tener un año más. El pueblo rebelde haitiano dice no.

La lucha del pueblo haitiano importa a los trabajadores del mundo porque el proletariado es internacional en su lucha contra la dominación imperialista. Una victoria contra Moïse, sería una derrota del imperialismo. Pero, no es solo por eso. Existen otras respuestas a esa pregunta.

Una historia increíble… y olvidada

Haití tiene una historia revolucionaria que es un ejemplo para todos los pueblos de los países colonizados, y en particular para el pueblo negro.

En su lucha por la independencia, conquistada en 1804, los esclavos, liderados por Toussaint L’Ouverture, derrotaron a los ejércitos de Napoleón, de España y de Inglaterra, las potencias imperiales de la época. Se trata de un hecho militar semejante a la victoria del Ejército Rojo de la Revolución Rusa sobre los ejércitos imperialistas.

Fue una increíble revolución, que tuvo como sujeto social a los esclavos, parte de un proceso internacional desigual y combinado. En la definición de CLR James, esos esclavos, concentrados en las grandes estancias productoras de azúcar, eran lo más próximo al sector social del moderno proletariado, pero con relaciones de producción precapitalistas.

La lucha por la liberación de los esclavos y del dominio colonial avanzó acompañando los pasos de la Revolución Francesa. Sus dirigentes estaban encantados con los ideales de “libertad, igualdad y fraternidad”. Pero, con el reflujo pos revolución en Francia, que posibilitó la reacción y la coronación de Napoleón, este decidió retomar el control de Haití (en aquel momento Islas Dominicanas). El ejército de Napoleón invadió la Isla, pero acabó derrotado por los esclavos insurrectos.

Fue una única victoria de ese calibre de los esclavos en la historia, y la primera victoria anticolonial de América Latina.

Pero el capitalismo colonial no podía dejar que esa victoria contaminase a América. Menos aún cuando el esclavismo era parte importante de sus planes de explotación, sesenta años antes de su abolición en los EEUU y más de 80 años antes en el Brasil. El bloqueo económico asfixió a Haití, que fue obligado a pagar una brutal deuda. Eso hizo retroceder a la Isla de un país independiente a una semicolonia.

El imperialismo emergente norteamericano invadió la Isla en 1915, permaneciendo allí por veinte años. Después apoyó la dictadura duvalierista (Papa Doc, y después su hijo Baby Doc), una de las más sanguinarias de toda la historia, que destruyó la economía haitiana.

La historia revolucionaria de Haití fue olvidada, para imponerse la imagen de la dictadura duvalierista y de la miseria del pueblo haitiano.

Una victoria en el Haití actual servirá para revivir esa memoria revolucionaria, y alimentará el imaginario de la vanguardia en todo el mundo. En particular, para los trabajadores negros volverá a incorporarse una tradición de luchas riquísima, que incluye a Zumbi, Dandara y otros.

El imperialismo no consiguió hasta hoy estabilizar el Estado haitiano

Los gobiernos haitianos, desde la caída de Duvalier (1986) terminaron sus mandatos con gigantescas crisis y cuestionamiento popular. Ni el imperialismo ni la burguesía haitiana consiguieron estabilizar el Estado, y las crisis se suceden.

La democracia burguesa es, como sabemos, una dictadura del capital, un juego de cartas marcadas, en el cual las distintas fracciones burguesas siempre ganan. Pero existe en general un juego electoral con distintos niveles de participación popular. En Haití, existen elecciones, pero no existe democracia burguesa, ni siquiera la limitada democracia de otros países. Es todo una farsa grotesca, sometida a la dominación imperialista y a una represión violenta.

Antes, durante la última ocupación militar (2004-2013) solo podían concurrir candidatos que no cuestionasen la ocupación. Los gobiernos electos eran fantoches, el poder real pasaba por la embajada de los Estados Unidos. Con el final de la ocupación, la situación sigue igual. El imperialismo reorganizó la policía haitiana, que cumple el papel de represión de las FFAA, que nunca pudieron ser reorganizadas. La embajada norteamericana sigue dando las órdenes. Los gobiernos siguen siendo fantoches.

Las elecciones son disputadas entre fracciones de la burguesía que implementan un plan colonial norteamericano; además, pelean ferozmente por el dinero de Estado –incluso el del “apoyo humanitario”– en una gigantesca red de corrupción.

Las elecciones sirven para canalizar temporariamente la insatisfacción popular. Los gobiernos electos rápidamente se desgastan. Pero se mantienen en el poder con una brutal represión, antes de las tropas de ocupación y ahora de la policía reorganizada.

En 2006, después del inicio de la ocupación militar, ocurrieron las primeras elecciones, en las cuales fue electo René Préval. Pero Préval era el candidato de Aristides, el gobierno de frente popular derrocado por la ocupación militar.

La embajada norteamericana no aceptó el resultado e impuso un fraude, garantizando un segundo turno con candidatos aceptables por el imperialismo. Una rebelión popular impidió la maniobra y garantizó la posesión de Préval. Pero, por detrás de esa victoria vino una derrota. Préval se vendió al imperialismo y aplicó exactamente el mismo plan exigido por la embajada gringa. Privatizó las estatales que habían sobrado y firmó la Ley Hope, completando la transformación de la Isla prácticamente en una colonia de los Estados Unidos.

En el final de su gobierno, completamente desgastado, Préval intentó imponer su candidato Jude Célestin, con una fraude semejante al que intentaron contra él. Una nueva rebelión popular impidió el fraude en 2011. Aprovechándose de la crisis, la OEA (con apoyo de la embajada de EEUU y del Brasil) impuso una segundo turno con un candidato preferido por el imperialismo, Michel Martelly, un artista, un cantante que ganó las elecciones con una campaña contra “los políticos”, “contra la corrupción”.

Martelly, en verdad, siempre estuvo ligado a la ultraderecha norteamericana. Fue la vuelta del duvalierismo a Haití. Él mismo fue un tonton macoute (milicia paramilitar de la dictadura de Duvalier) antes de ser artista. Hizo un gobierno de terror permanente contra la población. Entre otros absurdos, trajo de vuelta a Baby Doc, quien retornó a Haití, indicó a varios ministros e influenció directamente el gobierno hasta su muerte en 2014.

Una vez más, el filme se repitió. Martelly acabó su gobierno sin ningún apoyo popular, usando las tropas de la Minustah para reprimir al pueblo, y en el final intentó otro fraude electoral, para imponer su candidato Jovenel Moïse como su sucesor, hacia finales de 2015.

Otra vez, el pueblo haitiano se levantó, con una rebelión popular en enero de 2016. El fraude fue impedido, y se abrió un vacío de gobierno. Hubo un año entero de crisis política y represión violenta de la Minustah. Al final, la OEA y las embajadas de los EEUU y del Brasil impusieron nuevas elecciones fraudulentas para que ganase de nuevo el propio Moïse, que asumió en 2017.

El pueblo haitiano fue derrotado. Pero los índices de abstención fueron gigantescos, entre 80 y 85%, indicando el desgaste del nuevo gobierno.

Es preciso combatir la imagen

La imagen mundial de Haití es la de un país miserable, que tiene que ser “ayudado” para escapar de la pobreza. Es verdad que se trata del país más pobre de América Latina, con 70% de desempleo y un miseria extrema.

Lo que los medios internacionales no divulgan es que esa pobreza no es consecuencia “natural” del subdesarrollo del país. Es producto de un plan consciente del imperialismo.

Existe en el país una plataforma de producción textil, de tecnología relativamente baja, para producir pantalones, camisas y remeras de marcas famosas como Levis, Lee, Wrangler, GAP. Los salarios en Haití son la mitad de lo que se paga en China. Allí se producen jeans para el mercado de EEUU, a menos de mil kilómetros de las costas norteamericanas.

Los haitianos tiene que aceptar esa miseria por el enorme ejército industrial de reserva, por la masa de desempleados en el país.

Esas zonas francas fueron inauguradas en el gobierno Aristide, y se extendieron por el país durante la ocupación militar de la Minustah. Son fábricas multinacionales que producen para el mercado norteamericano sin tasas aduaneras y sin cualquier límite laboral legal.

O sea, la miseria haitiana produce riquezas para las multinacionales, la “ayuda” imperialista en verdad es para perpetuar la miseria haitiana y generar lucros para las multinacionales.

La otra imagen del país está asociada a la violencia. Sería preciso “ayudar” a los haitianos para acabar con la violencia criminal. Esa es una mentira más, una ideología al servicio de la dominación imperialista.

La violencia urbana en el país es mucho menor que en el resto de los países latinoamericanos. En todas mis visitas al país, anduve abiertamente en las favelas haitianas con equipo fotográfico sin ningún problema, lo que no haría en otros países.

Los estallidos populares, violentos o no, son expresiones de la combinación de una profunda revuelta popular con la incapacidad de la burguesía de estabilizar un Estado democrático burgués o bonapartista desde la caída de la dictadura de Duvalier.

La “ayuda” imperialista en este caso fueron las tres invasiones y ocupaciones militares impuestas al país (1915, 1994, 2004).

La última de las ocupaciones fue a través de la Minustah. Después que soldados de los EEUU y de Francia depusieron el gobierno Aristides (que había sido electo), era preciso legalizar la ocupación del país. El gobierno Bush, que ya tenía muchos problemas en 2004 con la crisis en la ocupación de Irak, pidió ayuda directamente a Lula para que las tropas brasileñas “comandasen” las fuerzas de la ONU de ocupación de Haití. Lula prontamente respondió sí, en una de las mayores traiciones de su gobierno.

Así, algunos meses después de la invasión militar, llegaron a Haití las tropas de la Minustah (Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití), lideradas por oficiales brasileños y compuesta por soldados de la Argentina, Chile, Uruguay, Bolivia y otros países. Así, la invasión imperialista se disfrazó de “misión humanitaria” de la ONU, con apoyo de Lula, Evo Morales, Bachelet, Tabaré Vázquez.

Una vez, dando una charla en una universidad en Puerto Príncipe, dije a los alumnos que la propaganda del gobierno brasileño sobre la Minustah era que se trataba de una misión “humanitaria”. La respuesta fue una carcajada irónica de todos. Después de la palestra me mostraron un cartel en el patio de la universidad, hecho por ellos, con letras torcidas, hechas con los cartuchos de gas lacrimógeno lanzados contra ellos en la última invasión de la universidad por las tropas brasileñas, donde estaba escrito: “Fuera Minustah”.

Esa ocupación militar estuvo en el país de 2004 hasta 2017. No se conoce ningún avance en la asistencia médica, en obras sanitarias o en la educación del pueblo haitiano en ese período por obra de la Minustah. Esas tropas no cumplieron ningún papel cuando era más necesaria una real ayuda humanitaria: en el terremoto de 2010.

Pero la Minustah en cambio reprimió las huelgas, el movimiento estudiantil y popular, violó a mujeres y niñas. Todo para garantizar la aplicación del pan Hope del gobierno de los EEUU, con la implantación de zonas francas. Esa es la “ayuda” imperialista para “acabar con la violencia”.

Una victoria ahora contra Moïse significará una derrota de un proyecto imperialista de gran importancia. Ellos quieren determinar un nuevo nivel de explotación para los trabajadores de todo el mundo, con características de barbarie.

La crisis actual

Como decíamos, el gobierno Moïse ya comenzó cuestionado y sigue siéndolo cada vez más, hasta hoy. La discusión sobre la duración de su mandato tiene origen en la crisis de su posesión.

La elección fue en 2015 y el nuevo gobierno debería asumir en febrero de 2016 para un mandato de cinco años. Con el fraude y la crisis, Moïse solo consiguió asumir en febrero de 2017. Por eso, él defiende que su gobierno solo termina en 2022, a pesar de haber sido “electo” para un mandato que debería terminar en febrero de 2021. La Corte Suprema de Haití, así como la mayoría absoluta del pueblo haitiano, entienden que el mandato de Moïse termina ahora.

Moïse tuvo que enfrentar grandes movilizaciones contra su gobierno desde que asumió. Ya lo hizo presionado por movilizaciones en defensa del aumento del salario mínimo en 2017. En junio de 2018, ocurrió una rebelión popular contra el aumento de 40 a 50% en los precios de los combustibles, determinado por el FMI. El movimiento rápidamente se transformó en una lucha para derrocar a Moïse, incluyendo dos días de huelga general.

No obstante, el esquema represivo armado con la policía –sustituta de la Minustah– se reveló eficiente, [aunque] Moïse retrocedió en el aumento de los combustibles, y consiguió mantenerse en el poder.

En enero de 2019, nuevas movilizaciones surgieron contra el gobierno después que se reveló un escándalo de corrupción que involucraba a Moïse en el robo de 3.800 millones de dólares de empréstitos de la Petrocaribe de Venezuela. Las luchas fueron evolucionando hasta transformarse en levantes insurreccionales entre setiembre y diciembre, con barricadas en las calles, huelgas, enfrentamientos con la policía. Según Batay Ouvrière, más de 250 personas murieron por la represión policial.

Moïse suspendió el parlamento en enero de 2020, y desde entonces gobierna por decretos. Se trata de un gobierno y un régimen bonapartista, que ahora quiere prorrogar su mandato. No existe ninguna garantía de que en 2022 deje el gobierno. Puede querer simplemente evitar nuevas elecciones y perpetuarse en el poder.

Durante todo su gobierno, Moïse tuvo apoyo irrestricto de Trump. Los que creen en Biden, van a tener una desilusión más. El portavoz del Departamento de Estado del nuevo gobierno de EEUU, Ned Price, concordó con el argumento de Moïse de que él tiene más un año por delante, siendo apoyado por la OEA y por el Core Group (que incluye los gobiernos de EEUU, Canadá, Francia, España y Alemania).

Las movilizaciones exigiendo el fin del gobierno Moïse comenzaron en enero y ya duran más de un mes. Y tienden a ampliarse.

Para justificar la represión, Moïse armó una farsa, denunciando una “tentativa de golpe contra él”. Arrestó a 23 personas, incluyendo el juez de la Corte Suprema Yvickel Dabrézil, que era apoyado por la oposición para convertirse en presidente interino si Moïse dejaba el poder, hasta convocar nuevas elecciones. No hubo golpe, ni siquiera un autogolpe. Fue solo una farsa para legitimar la represión.

Pero hasta ahora Moïse no consiguió sofocar las movilizaciones. Haití comienza a levantarse de nuevo.

¿Y ahora?

El mundo está sacudido por una pandemia y por la recesión económica, que genera tendencias a la polarización de la lucha de clases y agudos enfrentamientos entre revolución y contrarrevolución. El ascenso y la crisis en Haití son parte de esta realidad mundial.

¿Para dónde va Haití? ¿Moïse conseguirá destruir una vez más el levante, como lo hizo en julio de 2018 y en noviembre de 2019? ¿O el país explotará por fin y derrocará este gobierno sanguinario?

Moïse tiene a su favor la policía reorganizada en el país y el apoyo del imperialismo. Los EEUU ya mostraron que pueden en menos de un día, invadir de nuevo el país, caso la situación salga de control. La policía haitiana es solo la primera fase de la represión. Por eso, la Minustah ya no era más necesaria después de reorganizada la policía. Incluso así, Haití rebelde ya demostró que puede enfrentar invasiones imperialistas.

La oposición burguesa quiere la salida de Moïse y nuevas elecciones. Existen innumerables direcciones burguesas “democráticas” y reformistas, muchas aún ligadas a Aristides, otras a la Iglesia. Quieren, como todos estos tipos de direcciones, parar ahí, en las elecciones.

Si Moïse fuera derrocado, sería una enorme victoria. Pero la lucha del pueblo haitiano no puede terminar ahí. Es preciso avanzar para romper con la dominación imperialista, rumbo a una revolución socialista. Si no, la miseria del pueblo haitiano se mantendrá.

Sea para derrocar a Moïse, sea para la continuidad del proceso revolucionario, es muy importante que el proletariado textil tome el frente de las luchas. Aunque minoritario socialmente, ese proletariado asumió una importancia económica enorme en las últimas décadas. También tiene un peso político por sus huelgas y participaciones en las movilizaciones contra Moïse.

De la misma forma, es muy importante la construcción de una dirección revolucionaria. Existen direcciones combativas e independientes como Batay Ouvrière con peso en el proletariado textil de todo el país.

Si Moïse es derrocado, puede abrirse una dinámica revolucionaria de gran importancia en Haití. No solo para el país sino para toda América Latina, que está viviendo una situación social también explosiva, por las consecuencias de la pandemia y la recesión mundial. Esa es la respuesta más importante a nuestra pregunta inicial.

Traducción: Natalia Estrada.

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