Sáb Jul 27, 2024
27 julio, 2024

Descarrilamiento en Ohio: “Irradiamos una ciudad para abrir una vía férrea»

Un tren de mercancías Norfolk Southern de 150 vagones que transportaba muchas sustancias químicas tóxicas y explosivas diferentes descarriló en East Palestine, Ohio, el 3 de febrero, causando estragos en la salud pública y el medio ambiente.

Por Carlos Sapir

Aunque el culpable mecánico del descarrilamiento fue un eje defectuoso, la responsabilidad del desastre recae en las compañías ferroviarias que han ido recortando gastos en seguridad y personal, convirtiendo “accidentes” como éste en un coste calculado de hacer negocios bajo el capitalismo. Aunque es un pequeño milagro que no muriera nadie por el descarrilamiento en sí, en parte gracias a la suerte de que ocurriera en una zona rural poco poblada, aún no se ha calculado totalmente el coste medioambiental de las sustancias químicas derramadas. Mientras tanto, las condiciones de trabajo que provocaron el accidente siguen plenamente vigentes.

La lista de formas en que las empresas ferroviarias han escatimado en seguridad para aumentar sus beneficios a corto plazo es casi tan larga como el tren descarrilado: Norfolk Southern Corp. se jactaba en un reciente informe anual de haber aumentado el peso y la longitud medios de los trenes en un 21% y un 20% respectivamente, una pauta similar a la de otras empresas del transporte ferroviario de mercancías. Aunque los trenes más largos significan más volumen de mercancías, también provocan una serie de riesgos para la seguridad, ya que reducen el rendimiento de frenado, dejan menos tiempo para las inspecciones de seguridad y aumentan las posibilidades de que surjan problemas de comunicación entre los trabajadores del tren. Esto ha venido acompañado de una dotación de personal cada vez más escasa para los propios trenes, con una reducción del 30% de la plantilla en el sector desde 2015 (y una reducción aún más acusada, del 45%, en Norfolk Southern en particular).

Con cada vez menos trabajadores obligados a realizar su trabajo en condiciones cada vez más peligrosas, el desastre era, y sigue siendo, inevitable. Como ya informó La Voz de los Trabajadores, estas políticas están en consonancia con la política “Hi-Viz” de BNSF Railroad, que obliga a los trabajadores a estar de guardia el 90% del tiempo, lo que les impide llevar una vida normal y prácticamente garantiza que los trabajadores ferroviarios estarán agotados e incapaces de realizar obedientemente los controles de seguridad.

La importancia de la culpabilidad de las empresas en esta situación se refleja en la declaración de Railroad Workers United, que califica de “bomba de relojería” la actual política de Precision Scheduled Railroading impuesta por las empresas ferroviarias. La declaración también incluye un análisis detallado de la física que subyace al descarrilamiento y de cómo esta situación es producto de decisiones empresariales intencionadas.

El impacto medioambiental sigue sin estar claro, pero los expertos médicos dan la voz de alarma

Aunque en el descarrilamiento propiamente dicho no hubo víctimas mortales, persiste la preocupación por el medio ambiente. En los vagones descarrilados se liberaron múltiples sustancias químicas tóxicas y/o explosivas, como cloruro de vinilo, éter monobutílico de etilenglicol, acrilato de etilhexilo, isobutileno y acrilato de butilo. Se ha descubierto que el cloruro de vinilo está asociado a un mayor riesgo de padecer ciertos tipos de cáncer. Los equipos de limpieza recurrieron a una “liberación controlada” de las sustancias químicas, lo que creó enormes columnas de humo y provocó la evacuación de los 5.000 residentes de la zona. Aunque los evacuados recibieron el visto bueno para volver a casa unos días después, se encontraron con olores nauseabundos, dolores de cabeza y garganta, erupciones cutáneas y náuseas, además de presenciar la ominosa muerte de pollos, gatos y peces.

En palabras de un experto médico, escandalizado por la rapidez con que se dijo a los residentes que regresaran: “Básicamente, bombardeamos una ciudad con productos químicos para poder abrir una vía férrea.” Además de la preocupación por el aire, las noticias han señalado la posibilidad de que se hayan contaminado las fuentes de agua locales.

También es destacable que el isobutileno, que planteaba el mayor riesgo explosivo entre los productos químicos vertidos, se utiliza como ingrediente de la gasolina. La amenaza que suponen los cargamentos explosivos de los trenes es otro peligro más para la vida en el que incurre la adicción de la economía capitalista a los combustibles fósiles. Estos riesgos se han visto enormemente magnificados por la propuesta de la industria del gas, respaldada por la administración Trump hace tres años, de transportar gas natural licuado y presurizado por ferrocarril. Una explosión que afecte a sólo 22 vagones de tren de gas natural licuado tiene la energía equivalente a la bomba nuclear de Hiroshima.

Por unos ferrocarriles seguros y gestionados por los trabajadores

La avaricia empresarial es la amenaza que se cierne sobre la seguridad de todas las comunidades con una ruta ferroviaria. Cada año se producen más de 1.700 descarrilamientos en Estados Unidos. Con la seguridad y la dotación de personal como principales preocupaciones en las recientes negociaciones contractuales, y con el gobierno de Biden tratando de impedir que estos trabajadores lleven a cabo una huelga, es evidente que los trabajadores estamos inmersos en una lucha por nuestras vidas contra la máquina de beneficios capitalista y el gobierno que la protege. Para ganar esta batalla será necesario organizar y movilizar a los trabajadores ferroviarios, con la solidaridad del resto del movimiento obrero detrás de ellos. Los trabajadores en esta lucha están una vez más en primera línea no sólo de la defensa de las condiciones de vida de la clase obrera, sino también de la seguridad del medio ambiente y del público en general.

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