Sáb Jul 27, 2024
27 julio, 2024

Acuerdo de paz entre Etiopía y Eritrea no significa estabilidad

Etiopía es hoy uno de los principales socios estratégicos de los Estados Unidos en el África. Estados Unidos es el mayor inversor en Etiopía: entre 2008 y 2009 con casi 1.000 millones de dólares al año, y en la década de 2010 con cerca de 500 millones por año. Incluso así, Etiopía está marcada por el hambre y la pobreza, con ocho millones de personas pasando hambre. Todo el proceso que viene ocurriendo en el país está siendo acompañado por Donald Yamamoto, secretario de Estado adjunto de los Estados Unidos para el África.

Por: Américo Gomes

Además del auxilio económico, Etiopía recibe un sustancial auxilio militar, para ser el “capataz de hacienda” en el Cuerno de África. Recibe armas, entrenamiento e informaciones de los Estados Unidos para sus supuestas operaciones de contraterrorismo en la región. Incluyendo intervenciones en los países vecinos. En Somalia, la presencia militar etíope, apoyada por los Estados Unidos, garantiza el gobierno somalí contra Al-Shabaab. En Djibouti apoya el gobierno en guerra contra Eritrea, por las montañas Dumeira y Dumeira, una de las rutas de navegación con más movimiento del mundo.

La asistencia militar de EEUU, que entrena al ejército etíope, es hecha por medio de misiones de mantenimiento de la “paz” y vía la ayuda humanitaria en paquetes aprobados por el Congreso.

El frente de Liberación del Pueblo de Tigray, que representa 6% de la población y estuvo a la vanguardia de la lucha contra la dictadura derrocada en 1991, es quien asumió el nuevo régimen, a través del Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (EPRDF). A partir de ahí, viene beneficiándose con los grandes negocios y acuerdos con el imperialismo; su primer ministro era Meles Zenawi (fundador de la Liga Marxista-Leninista del Tigray).

Zenawi estuvo en el gobierno hasta su muerte en 2012, año en que asumió Hailemariam Desalegn, que gobernó hasta inicios de 2018, derrocado por un proceso de movilización de la población que puso incluso hasta su partido contra él; un proceso parecido con el de Sudáfrica, donde el partido en el poder ayuda a derrocar su gobierno para continuar mandando.

La EPRDF, para impedir el avance de las protestas, expulsó a Hailemariam, derrocó su gobierno y nombró uno nuevo. Las protestas tuvieron centenas de muertos y cerca de 20.000 personas fueron arrestadas. Principalmente jóvenes, que bloquearon carreteras, cerraron empresas e hicieron huelgas en Addis Abeba.

Un ejemplo más en el que un proceso de movilización popular impone a más un gobierno burgués en el continente africano la necesidad de hacer concesiones para mantenerse en el poder. Lo interesante es que incluso a disgusto, el imperialismo norteamericano está aceptándolo y readecuándose.

El nuevo primer ministro es Abiy Ahmed, es del OPDO (sigla en inglés de la Organización Democrática del Pueblo Oromo), uno de los partidos que forma parte del EPRDF. Para intentar estabilizar su gobierno, él tuvo que encarar el estado de emergencia, liberar presos políticos y conceder alguna libertad democrática, pero junto con eso pretende garantizar todavía más la abertura de la economía a inversores extranjeros.

Fruto de la creciente movilización y del desgaste de las fuerzas armadas y de los aparatos de represión, tuvo que acabar con la guerra con Eritrea.

La guerra

La dictadura militar en Etiopía, liderada por el coronel Mengistu Hailemariam, no fue derrocada solamente por el EPRDF sino también por el Frente de Liberación del Pueblo de Eritrea (FLPE), que pasó a administrar este Estado, y que llevó a su separación formal de Etiopía en 1993.

El gobierno de Etiopía nunca aceptó de hecho la separación e inició una guerra en mayo de 1998. La justificativa era que Eritrea reivindicaba la región de Badme, y los etíopes se negaron a retirar sus tropas de este territorio. La guerra costó a los dos países 100.000 muertos. Pueblos que comparten la misma cultura, lengua e historia.

Etiopía contó siempre con el apoyo de los Estados Unidos, pero Eritrea fue rompiendo su aislamiento desenvolviendo alianzas con los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita, ambos ansiosos por usar su territorio como base para operaciones en Yemen.

El nuevo gobierno de Abiy Ahmed anunció el 5 de junio que Etiopía cumpliría plenamente con el Acuerdo de Argel de diciembre de 2000, que nunca cumplió, y el 8 de julio voló para Asmara para firmar un acuerdo de paz con su colega Isaias Afwerk.

Etiopía, un país lleno de conflictos

Etiopía tiene más de 80 etnias diferentes: los tigrayanos son una minoría pero detentan las riquezas y detentaban el poder de manera absoluta desde que llegaron a él.

A partir de 2015, los miembros de la etnia oromo, el mayor grupo étnico del país, cerca de 35 a 40% del total, viene realizando protestas en más de 200 ciudades, exigiendo reformas políticas. En 2016, decenas de millares de amhara, segunda mayor etnia, se juntaron a las protestas contra el gobierno; juntas representan cerca de 60% de la población de Etiopía. El gobierno declaró estado de emergencia.

Incluso apuntando la posibilidad de concesiones, el gobierno se niega a tocar el sistema federal creado por la dictadura: una federación con Estados que tienen constituciones que determinan que solamente algunos grupos étnicos tengan propiedades, y los demás grupos sean considerados colonos o forasteros. Hay Estados donde miles de amharas fueron desalojados, torturados y muertos, con los trigrayanos tomando sus propiedades.

La principal reivindicación inmediata de estas etnias es el fin de un plan de desarrollo metropolitano que incorpora las ciudades alrededor de Addis Abeba, donde el gobierno realizó expropiaciones indebidas de las tierras, principalmente de campesinos, que quedaron sin ningún otro medio de subsistencia, afectando a oromos y amharas.

Los militares están agotados de combatir en varios frentes, con sus soldados envueltos en operaciones en Somalia y Djibouti, y millares en la frontera con Eritrea. Ahora que existe la necesidad de acabar con la agitación popular interna, hubo un cierto colapso en esta institución.

La renuncia de Hailemariam Desalegn en febrero, después que los manifestantes comenzaron a bloquear las rutas que cercan Addis Abeba, fortaleció a los manifestantes. Multitudes inundaron las calles nuevamente para celebrar la liberación de los prisioneros, y obligaron al EPRDF, para intentar retomar el control de la situación, a nombrar a Abiy, que es oromo, pero fiel al partido. Esta situación deja a Abiy en una posición vulnerable, pues tiene que presentar reformas populares, con la esperanza de calmar a los manifestantes y ampliar su base social y, por otro lado, no atacar los privilegios de los tigrayanos. Por ejemplo, estos ya están protestando contra las propuestas de paz con Eritrea. Recordemos que ellos aún controlan el ejército.

Como se ve, Eritrea es el menor de los problemas del señor Abiy.

Una nueva marioneta del imperialismo

Abiy Ahmed también está profundamente ligado al imperialismo norteamericano, no pretende cambiar estas relaciones y ya anunció la privatización de empresas estatales como la Ethiopian Airlines, y empresas de telecomunicaciones y energía.

Etiopía intentó un incipiente proceso de industrialización, pero que fue luego destrozado por las multinacionales, construyó una red de autopistas y la ferrovía Addis-Djibouti. Tuvo una de las tasas más altas de inversión pública, lo que llevó a una tasa de crecimiento económico de respetables 5-6% a un excepcional 10% al año. Fue anunciado como la nueva China en el África.

Apostando en este proyecto desarrolló el Pan de Crecimiento y Transformación (GTP), desde 2010, que le hizo aumentar la generación de electricidad de 1.800 a 4.200 MW, contra la necesidad de pico de energía de 2.000 MW. Cuando todos los proyectos estuvieren concluidos, la capacidad de generación de Etiopía será de cuatro veces más que la demanda doméstica.

Pero, además de no conseguir atraer inversiones, pues la política del imperialismo para el país es la importación de manufacturas, se dedicó a la construcción de obras de gran magnitud, que tuvieron el efecto de desplazar inversiones para el lugar equivocado.

Antes de la guerra, Etiopía y Eritrea disfrutaron de un mercado común, sin barreras tarifarias, además de tener acceso total a los puertos eritreos de Assab y Massawa. Todo eso fue interrumpido por la guerra. Etiopía quedó sin acceso al mar y pasó a depender de la ferrovía de Addis Abeba para el puerto de Djibouti, lo que encareció las exportaciones.

Esto se reflejó en la caída de las exportaciones de 17% del PIB para 8%, en comparación con la media subsahariana de 27%. Su exportación en relación con el PIB es ahora la segunda más baja del subcontinente atrás de la de Burundi (6,2%).

Ahora, con el remate de las empresas nacionales, le resta buscar ser un gran exportador de energía. El desmoronamiento de Etiopía es un reflejo de la política macroeconómica aplicada por el gobierno y de su servilismo económico al capital financiero internacional.

Las movilizaciones van a continuar

El nuevo gobierno de Abiy Ahmed no va a atender ninguna de las reivindicaciones estratégicas de lso etíopes y no hará ninguna reforma política profunda. No habrá respuesta para la marginalidad de los mayores grupos étnicos nacionales, que viven un proceso de exclusión política y económica.

Por eso, las movilizaciones continuarán hasta la caída del gobierno del EPRDF y hasta establecer un gobierno que deberá llamar a una Asamblea Constituyente que incorpore a todas las etnias, dándoles compensaciones y posibilitando al pueblo etíope y a los trabajadores que se organicen en sus partidos para poder gobernar y establecer los profundos cambios sociales que necesitan.

Traducción: Natalia Estrada.

 

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