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18 abril, 2024

Retrocediendo: la larga decadencia brasileña y la única salida posible

Hace al menos una década que se derrumbó todo el vértigo del desarrollo del Brasil rumbo a un futuro más próspero. El país está sumido en un mar de subempleados o sin empleo. Los trabajadores altamente calificados migran al extranjero en busca de oportunidades laborales: la llamada fuga de cerebros. Una masa mucho mayor se arriesga en lo que se ha convertido en el sueño de millones de trabajadores y trabajadoras brasileños: salir del país. ¿Cómo pasó esto?

Por: Gustavo Lopes Machado

De hecho, este proceso no tiene solo 10 años. Es muy anterior. Como toda enfermedad grave, los síntomas solo se manifiestan con mayor fuerza más adelante. Para hacer un diagnóstico más claro y presentar posibles soluciones, tenemos que retroceder en el tiempo.

Siglo XX: nueva forma para la misma dominación

Brasil nunca ha sido un país soberano. Nació como un punto menor y subordinado en la cadena del capitalismo mundial. A fuerza de látigos, hierros al rojo vivo y tortura de millones de trabajadores y trabajadoras esclavizados, se limitó, durante siglos, a la venta de caña de azúcar, oro y café para el mercado mundial.

Como todo país dominado, y que lo sigue siendo, su futuro depende más de decisiones externas que de sí mismo. En el siglo XX, las transformaciones tecnológicas del capitalismo llevaron a un cambio completo en los patrones de producción y consumo. Los automóviles y los electrodomésticos pasaron a ser parte del consumo de millones de personas, incluidos los trabajadores. No era posible producirlos en el extranjero, ya que los costos de transporte eran altos. Brasil se convirtió en una plataforma continental para las grandes potencias capitalistas, sobre todo Estados Unidos y, en menor medida, Alemania, Francia y Japón.

Aquí es donde vinieron las grandes empresas multinacionales. El Estado brasileño construyó una industria de base para abastecer insumos a las empresas que llegaban: minería, petróleo, acero, etc. Brasil no ha dejado de ser dominado en una sola coma por el sistema imperialista global. Las industrias de base se construyeron a través del endeudamiento público, destinando gran parte de los fondos públicos a los intereses de los grandes bancos internacionales. Las empresas aquí instaladas destinaban sus ganancias al extranjero.

Estados Unidos, por ejemplo, ha tenido una balanza comercial desfavorable desde la década de 1990. Es decir, compran en el exterior más de lo que venden. Esto no es ningún problema para ellos. La diferencia se compensa con la migración directa de capital de sus empresas instaladas en todo el mundo. En la práctica, pagan mercaderías comprados del Brasil, hechas por trabajadores brasileños, con los intereses y las ganancias que extraen, también, de los mismos trabajadores y trabajadoras brasileños.

Esta es la lógica de la dominación capitalista en nuestra época. Los trabajadores no solo producen la ganancia del patrón, sino que también transfieren una parte de ella a los países dominantes para que compren lo que nosotros mismos producimos. Pero, en este sistema, todo lo que es malo puede empeorar aún más.

La fantasía neoliberal. Años 1990: cuesta abajo

Desde la década de 1990, Brasil viene descendiendo nuevos peldaños en este sistema mundial de dominación capitalista. Las nuevas transformaciones tecnológicas han dado origen a productos que ni siquiera necesitan una plataforma continental de dominación. Las computadoras, los teléfonos celulares o los nuevos equipos electrónicos se pueden producir íntegramente en el extranjero. China y otros países asiáticos se han convertido en el corazón de la industria capitalista global.

Productor de materias primas

A pesar de tener un gran mercado interno, el papel de la industria se ha reducido cada vez más. El peso de la industria de transformación, la que demanda la mayor cantidad de trabajadores y conocimientos, ha ido disminuyendo continuamente desde hace décadas. ¿Cómo compensar este proceso?

Los capitalistas y gobiernos brasileños, como siempre, tomaron el camino fácil. Más fácil para ellos, por supuesto. Se privatizaron empresas estatales de minería, petróleo, energía e infraestructura; es decir, entregados a propietarios privados, brasileños o extranjeros. Estos procesos de privatización comenzaron con toda su fuerza en la década de 1990, con las políticas neoliberales, y continuaron sin cesar hasta el día de hoy, pasando por los gobiernos de FHC, Lula, Dilma y Temer, hasta llegar a Bolsonaro.

En lugar de vender petróleo, minerales, productos agrícolas y acero para las industrias extranjeras instaladas aquí, empezaron a vender cada vez más directamente en el extranjero. Compramos productos de alta tecnología de los países imperialistas y vendemos un sinfín de materias primas básicas.

Consecuencias

El problema es que, si un trabajador puede extraer, en promedio, una tonelada de mineral de hierro en un día, se necesitan decenas de trabajadores para transformar esa misma tonelada de mineral en un automóvil. En general, la producción de materias primas emplea relativamente poco y paga salarios bajos. Para el capitalista y sus representantes en el gobierno, no hace ninguna diferencia. Ganan sus miles de millones en una rama o en la otra. Tanto la parte que va a los empresarios brasileños como la destinada a los del exterior sigue siendo alta.

¿Cuáles son las consecuencias de este proceso? Ahora, los aproximadamente 90 millones de trabajadores y trabajadoras sin empleo o subempleados en el Brasil, como indica el Anuario Estadístico de la ILAESE/2021. Esta masa de trabajadores en la reserva presiona a la baja los salarios y las condiciones de trabajo de los trabajadores formales. Le siguen las contrarreformas laborales y de seguridad social [previsionales], realizadas sistemáticamente en los últimos 30 años, aceleradas aún más en el período más reciente.

Pero no solo eso. La explotación desenfrenada de los recursos naturales no renovables –como forma más rápida y fácil de lucro en un país decadente– acelera el drama humano y ambiental por medio de la explotación minera y agropecuaria desmedida.

Más explotación. Siglo XXI: en el fondo del pozo

Por si fuera poco, en la última década, este proceso de decadencia brasileña se ha acentuado aún más. Las nuevas transformaciones tecnológicas permiten ahora que las empresas extranjeras globales centralizadas no solo en la industria sino también en el comercio (Amazon), la comunicación (Youtube, Streams, etc.), el transporte (Uber), etc. Es la llamada “industria 4.0”. Una masa aún mayor de ganancias y recursos es arrebatada a los trabajadores brasileños y dirigida directamente al extranjero.

“Soluciones” de capital

El espacio destinado al capital privado en el Brasil solo puede ser compensado de tres formas: 1) apropiándose aún más de las empresas estatales remanentes, 2) aumentando la tasa de explotación de sus trabajadores y trabajadoras, y, 3) apropiándose de una buena parte de los recursos que los trabajadores transfieren al Estado, a través del mecanismo de la deuda pública y de las tercerizaciones.

Un buen ejemplo de este proceso se puede ver en la Petrobras. La empresa podría vender combustible barato para satisfacer las necesidades de los trabajadores brasileños. En cambio, vende el petróleo al precio estipulado por el mercado internacional. La clase obrera entera paga el precio. ¿Adónde va este recurso? Para los accionistas de la Petrobras, en su mayoría extranjeros, en parte capitalistas brasileños y, cada vez menos, el Estado. Solo en 2021, la empresa pagó más de R$ 100 mil millones en dividendos a los accionistas. Eso es más que el costo anual del Auxilio Brasil de Bolsonaro. Ese valor es destinado a más de 20 millones de brasileños.

Al convertirse en un país que consume alta tecnología y vende materias primas con menor valor agregado, el trabajo altamente calificado se reduce al mínimo y las pequeñas empresas son destruidas por la competencia de las gigantes internacionales, ahora presentes en todos los sectores.

Raíces del bolsonarismo

Bolsonaro moviliza a este sector desesperado, para profundizar y satisfacer los intereses de los grandes capitalistas y multimillonarios a través de las tres medidas que indicamos arriba. Lula promete hacer lo mismo, aunque con un discurso más moderado. El PT, además de no haber invertido en absolutamente nada de este proceso de decadencia en más de 13 años de gobierno, señala a los empresarios que continuará el proceso el curso. Alckmin, como vice, representa lo mismo que la “Carta al Pueblo Brasileño (léase, a los banqueros)” de 2002.

Estrategia: una salida sin ilusiones en el sistema

No hay salida para el Brasil sino poner bajo el control de los trabajadores y de las trabajadoras la riqueza que ellos mismos producen. Para eso, es necesario atacar la propiedad privada de las grandes empresas capitalistas, comenzando por las estratégicas, como la Petrobras que citamos.

Quieren meternos en la cabeza que este proceso no tiene sentido. Dicen que lo que tiene sentido es que los trabajadores produzcan mercaderías para los Estados Unidos, que las pagan con dinero tomado de los propios trabajadores brasileños, como mostramos.

Claramente, hay salidas más fáciles. Creer, por ejemplo, que el gobierno petista, que no solo mantuvo, sino que profundizó la decadencia brasileña, lo hará diferente la próxima vez. O, entonces, creer en salidas individuales. Las redes sociales están inundadas de ellas. Propagandas, cultos y cursos con soluciones milagrosas ofrecidas a millones de trabajadores y jóvenes desesperados. Las opciones son muchas: desde la “teología de la prosperidad” hasta los poderes del “pensamiento positivo”. Como siempre, las salidas fáciles no pasan de ilusión.

Basta de ilusiones. La única solución es trabajar para que la clase trabajadora avance en sus luchas cotidianas hasta llegar a la conclusión de que es necesario instaurar un gobierno de trabajadores y y del pueblo pobre, basado en consejos populares. Construir un nuevo tipo de Estado, con un régimen de amplia democracia obrera contra la dictadura del capital, que gobierna para 1% de la población. Que los trabajadores y trabajadoras controlen, de manera democrática y planificada, la riqueza que ellos mismos producen y la pongan al servicio de sus necesidades.

Artículo publicado en www.pstu.org.br, 17/8/2022.-

Traducción: Natalia Estrada.

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