Inmigración venezolana en Roraima: una crisis humanitaria

El estado de Roraima es el más septentrional de Brasil y también el menos poblado, con cerca de 522,6 mil habitantes. Tiene frontera con dos países: la República Cooperativa de Guyana y Venezuela. La capital del estado, Boa Vista, está a 750 km de Manaus, capital del Amazonas, y a 220 km de la frontera con Venezuela, que tiene como municipio limítrofe Santa Elena de Uairén. Ya en el territorio brasileño, el municipio contiguo es Pacaraima, ruta de entrada de los venezolanos.
Por Por Fernando Damasceno y Suellen Level, de Boa Vista, Roraima
La llegada a Boa Vista
Después de pasar por una exhaustiva “selección” en la frontera – esperan días por la autorización de entrada a Brasil -, muchos inmigrantes, que ni siquiera tienen la opción de permanecer en Pacaraima, que ya está dominada por el caos, llegan a Boa Vista a pie. Para aumentar su sufrimiento, también se deparan con las condiciones de vida precarias de sus coterráneos que llegaron antes. Ellos se aglomeran en las calles, plazas y refugios insalubres. Como si esa realidad brutal no fuera suficiente, la diferencia de idioma y de costumbres, más la indiferencia y el rechazo de los brasileños, los humilla y amedrenta.
En esa peregrinación de fuga del hambre, primero llegaron los indígenas, que viven en el Parque Nacional Gran Sabana, cerca del centro urbano de Santa Elena. Comenzaron a pedir en los semáforos, en las puertas de supermercados, en las instituciones y vendían artesanía. Eran muchos niños, ancianos, mujeres y hombres en las peores condiciones, que hablaban apenas su propia lengua, que no es el español. Como símbolo chocante del libertinaje causado por la miseria, una anciana de la etnia Penóm falleció en el hospital público, como consecuencia de una desnutrición severa.
Repentinamente, eran cientos en condiciones de mendicidad. La respuesta del gobierno fue la deportación en masa, ilegal y deshumana, de los indígenas, que fue interrumpida por la DPU (Defensoría Pública de la Unión) en 2017, cuando 450 indígenas fueron deportados forzosamente. Esa ya era una práctica invisible de la Policía Federal desde 2014. Es importante destacar que Roraima ya es un estado, que a pesar de tener la mayor población indígena del país, está impregnado de racismo contra ella. La condición de “extranjeros” agravó la situación.
A título de información, en la década de 1970, para construir la autopista BR-174, que vincula Roraima al Amazonas, el gobierno militar federal fusiló, envenenó y bombardeó 90% de la población wuaimiri-atrori. Hoy en día, esa población, por cuestión cultural y para garantizar la travesía de los animales, restringió el tránsito de carros durante la noche en esa carretera, y es acusado, como las demás etnias, por figuras como Romero Jucá (MDB-RR), de ser el atraso del estado. Esa ideología es vehiculada diariamente en la prensa, que también es controlada por el senador. Ahora los indígenas dividen “la culpa” con los venezolanos.
Por algún tiempo, vino cierta “clase media” de Venezuela. En camionetas, hacían compras en cantidad media de arroz, aceite, azúcar, etc. para consumo propio y de sus familiares. Pero esa alternativa se agotó rápido, dada la inflación del bolívar, que corroyó la economía de esas personas, y la instauración del impuesto “generoso” para productos que salen del estado, asociada a la sobrevalorización en los supermercados locales. El detalle es que las personas de Roraima siempre se valieran de los productos mucho más baratos de Venezuela. El turismo comercial era una práctica común en el estado.
La fase más intensa del flujo de refugiados del hambre comenzó en 2017. Actualmente, datos oficiales apuntan 40 mil venezolanos solo en la capital, sin contar los clandestinos. La explotación sexual de mujeres y niñas ya dominaba las calles. Era como una feria al aire libre, en que los encuentros sexuales tenían el precio establecido a partir de 20,00 reales. La epidemia de sarampión, asociada a la desnutrición, se expande y ya mató niños. La población venezolana adelgazó, aproximadamente, 11 kg en un año. Algunos, mucho más que el promedio. Mientras tanto, el presidente Nicolás Maduro exhibe el mismo sobrepeso.
En poco tiempo, todas las diferencias entre los venezolanos se disolvieron masivamente. Médicos, jueces, músicos, ingenieros, abogados, indígenas, analfabetos, semi-analfabetos, prostitutas: ahora todos son venezolanos, que disputan una plaza de trabajo, aunque sea informal, un parabrisas para limpiar, una moneda por lo menos.
Intervención a regañadientes del Estado y la creación de refugios
El Gobierno Federal, estadual y municipal ignoró su responsabilidad de crear políticas públicas para intervenir en la condición de miseria extrema de los inmigrantes. Políticos, como Romero Jucá, les negaron públicamente la condición de refugiados. Este senador llegó a “exigir” el cierre de la frontera para impedir la entrada de los inmigrantes. Imposibilitados de promover la deportación en masa, debido a asuntos diplomáticos, los órganos oficiales permanecieron inertes, dejando el caos dominar la situación y contribuyendo así para empeorar el hambre, la violencia y la xenofobia.
Únicamente por la presión internacional de los órganos de derechos humanos, con la provocación de la Iglesia Católica, a través de sus pastorales, y del Sindicato de la Construcción Civil y del Mobiliario de Roraima – SINTRACOMO/RR-, comenzaron a improvisarse acciones de apoyo. En el primer ensayo, el SINTRACOMO/RR cedió un espacio físico, la sede del propio sindicato, con capacidad para albergar apenas 250 personas. La Iglesia orientaba sobre el proceso de legalización, visa, entre otros documentos necesarios para que pudiesen utilizar los servicios básicos y para que tuvieran oportunidad de empleo. La gobernadora Suely Campos (PP) ofrecía las comidas. Además, grupos de solidaridad aislados se movilizaban para recaudar y distribuir comida, ropa y productos de higiene. Pero esos refuerzos son mínimos frente a la cantidad de personas en penuria.
Posteriormente, como resultado de las mismas presiones, la gobernadora inauguró el primer refugio oficial, también improvisado. Mientras tanto, la alcaldesa Tereza Surita (MDB) se limitó a hacer comentarios en las redes sociales para decir cuán triste está con la situación de “su” capital.
Otros refugios están siendo improvisados, siempre con capacidad muy inferior al número de necesitados. Además, por la falta de infraestructura, como baños químicos para cientos de personas, esos refugiados conviven en la inmundicia, heces fecales, basura y moscas. Además de la falta de seguridad, niños y mujeres sufren con la exposición a la violencia sexual. La comida, ofrecida por empresas tercerizadas, viene en mal estado, no apta para consumo. Hay una gran proliferación del tráfico de drogas. En esas condiciones, para muchos, las calles son más seguras para sus familias; otros ocupan edificios públicos decadentes y abandonados.
Por su parte, Michel Temer estuvo recientemente en el estado para discutir el problema, anunciando 70 millones de reales para medidas “emergentes”, concentradas en el desplazamiento de “mano de obra” para otros estados. La selección de esa mano de obra privilegia personas solteras y sin hijos, lo que solo corrobora la perversidad del capital en “ver lo que se puede aprovechar”. De todos modos, no hay nada de efectivo todavía, ni siquiera el uso de ese supuesto recurso para asistencia básica.
La xenofobia asola Roraima
Desde las primeras olas de inmigración venezolana, el experto en Economía del Jornal de Roraima, de la Cadena Globo de Televisión, ya decía que la inmigración era un riesgo para el empleo de los brasileños. De ahí para acá, los medios continúan ejerciendo siempre su papel central en la diseminación del prejuicio: venezolano mata, roba, constituye un riesgo para la epidemia de sarampión, aumenta la violencia, el tráfico de drogas, etc.
Ya ha habido actos de linchamiento. El desenlace más trágico fue la golpiza a dos jóvenes venezolanos que, cuando pasaban por la calle, fueron acusados de ser los autores de un robo que acababa de suceder en las cercanías. Fueron golpeados brutalmente por transeúntes. Después de ser rescatados por la policía, uno de ellos falleció en el hospital. Además de que el linchamiento por sí solo ya constituye una barbaridad, los jóvenes eran inocentes.
Diversas manifestaciones xenófobas vienen siendo convocadas en las redes sociales. La primera con gran adhesión ocurrió en el municipio de Mucajaí, que está a 51,5 km de Boa Vista. En ese episodio lamentable, ocurrido el pasado 20 de marzo, cerca de 300 personas, lideradas por un autodenominado pastor, invadieron un refugio en que vivían 50 venezolanos y prendieron fuego a sus escasas pertenencias. En el noticiero, ampliaban la imagen del supuesto pastor, que decía: “no soportamos más la presencia de ellos”.
En Pacaraima, los brasileños también realizaron manifestaciones en “defensa de Brasil”, disfrazados de verde y amarillo, empuñando la bandera y cantando el himno nacional. En Boa Vista se convocó por las redes sociales una manifestación para la expulsión de los venezolanos, en que los xenófobos amenazan con prenderle fuego a las pertenencias, amarrarlos a carros y arrastrarlos por las calles, así como llevar fuegos artificiales para dispersarlos. El local del acto sería la plaza que, coincidentemente, se llama Simón Bolívar, donde están acampados cerca de mil refugiados, lo que refuerza el objetivo de confronto de los manifestantes. El senador Romero Jucá ya hizo su video de apoyo a las manifestaciones en “defensa de nuestro estado” e, hipócritamente, él que ya tuvo más de una denuncia prescrita, pidió rigor en el castigo de venezolanos que “comenten crímenes”.
Es de una hipocresía sin límites, porque la responsabilidad por la destrucción de los empleos en Brasil no es de los venezolanos y sí de gente como Romero Jucá y Maduro, que gobiernan para atender los intereses de los grandes empresarios.
Combate a la xenofobia
Debemos concientizar a la clase trabajadora y pobre de que la salida para la crisis no es descartar a los más vulnerables, como se está proponiendo. Somos todos parias en esta América Latina saqueada por el capital, la burguesía y el imperialismo. En Brasil, ya son más de 12 millones de desempleados y el hambre crece a pasos largos. El mismo proceso global imperialista de dragado, que asola la economía venezolana, hunde también nuestro país con el desvío de recursos públicos, a través del sistema de deuda y de la corrupción política.
Somos todos víctimas. Debemos unir a todos los de abajo, brasileños y venezolanos, para luchar por empleo, en vez de luchar unos contra otros, porque eso solo fortalece a los bandidos como Jucá y otros que se aprovechan de la tragedia que padecen los venezolanos para explotarlos y masacrarlos en territorio brasileño.
Debemos hacer un gran frente entre organizaciones sindicales, movimientos populares, partidos obreros y los sectores de la Iglesia de combate a la xenofobia; discutir el prejuicio en casa, en la escuela, en el trabajo, en la parada de autobús. Además, debemos exigirle al gobierno castigo y prevención para este bando de delincuentes que está atacando a los venezolanos; denunciar a los periodistas, “intelectuales”, políticos, profesionales de la radio que, a través de los medios de comunicación, propagan el odio y la violencia. Estamos delante de una batalla política, ideológica y ética. ¡A nuestros puestos!
Es fundamental que entendamos que la crisis humanitaria no es venezolana, sino de todos los trabajadores y pobres, consumidos y descartados por el capital. ¡Es necesario que rescatemos nuestra esperanza en la lucha por un mundo diferente, en que venezolano, palestino, mujer, LGBT, negro, indígena, sean todos trabajadores! ¡Unidos, los trabajadores, vamos en busca de un mundo más justo para todos! ¡Abajo la xenofobia! ¡Viva el socialismo!
Traducción: Janys