Sáb Jun 10, 2023
10 junio, 2023

Enero de 2023 no tiene nada que ver con 2013 y 2017

Frente al intento de golpe de la ultraderecha, Bolsonaro comparó las acciones del 8 de enero de 2023 con las manifestaciones de 2013 y 2017. Lo mismo hicieron varios articulistas de la gran prensa y sectores burgueses. Incluso repitiendo un argumento de la propia ultraderecha que, para intentar minimizar su golpismo, dice que la izquierda también ha cometido actos violentos, radicalizados y vandálicos.

Por: Julio Anselmo

Este es un argumento que sirve a los ricos y poderosos, pues trata de generalizar y equiparar métodos radicalizados, posibilitando que sean atacadas también posibles manifestaciones de los trabajadores. Minimizan así la cuestión fundamental del contenido de la manifestación de ultraderecha.

Despreciar el carácter de cada manifestación al analizar el método que esta utiliza no sirve para comprender la manifestación ni el método. De hecho, se pierde el vínculo con la realidad. La resistencia violenta del oprimido contra la acción violenta del opresor es completamente diferente. De esta manera, equiparan revolución y contrarrevolución. Sería como si, guardando las debidas proporciones, en la Segunda Guerra Mundial dijesen que Hitler y los Aliados eran lo mismo porque ambos usaban la violencia.

Los actos radicalizados de 2023, 2013 y 2017 son muy diferentes entre sí. En 2013 y 2017 fueron manifestaciones de estudiantes y trabajadores, con amplio apoyo popular, que luchaban por sus reivindicaciones sociales, políticas y económicas contra los males sociales que asolan al país por siglos. Estas manifestaciones, siempre a lo largo de los siglos, han chocado con las fuerzas de seguridad del Estado, ya que los representantes de la burguesía siempre utilizan la represión y la violencia contra la lucha del pueblo pobre.

25/05/2017- Brasília- DF, Brasil- Manifestação tem tumulto na Esplanada dos Ministérios Foto: Fabio Rodrigues Pozzebom/Agência Brasil

Lo que pasó en enero de 2023 no tiene nada que ver con eso. Fue un pequeño grupo (unos pocos miles) con la connivencia y preparación de las fuerzas de seguridad y militares, instrumentada, organizada y financiada por grupos de empresarios bolsonaristas, cuya única intención era crear las condiciones para un golpe militar en el país, cambiando el resultado de las últimas elecciones para instalar una dictadura (como muestra el documento encontrado en la casa del exministro de Justicia de Bolsonaro, Anderson Torres).

La acción directa de los actos de clase se da como autodefensa ante la represión policial, mientras que, en el acto golpista, la policía los escoltó y abrió los edificios para ellos, y el Ejército los protegió en las puertas de los cuarteles. Incluso, junio de 2013 estalló tras una violenta represión contra los estudiantes en São Paulo.

Evidentemente, el nivel de radicalidad del acto golpista, es decir, hasta dónde estuvieron dispuestos a llegar para implementar su agenda, merece ser considerado y condenado en cualquier análisis mínimamente serio. Lo que está mal es, a partir de ahí, igualar los actos de la clase trabajadora o generalizar en el sentido de dar margen para que la represión actual contra los bolsonaristas se convierta en represión contra las manifestaciones de los trabajadores en el futuro.

Los estudiantes y trabajadores enfrentando a la policía como pueden en una manifestación contra el alza de tarifas no tiene nada que ver con media docena de golpistas en connivencia con la policía tratando de dar un golpe militar. La primera acción es legítima, la segunda es completamente ilegítima. La primera es progresiva, ayuda a los trabajadores y al pueblo a tener más derechos y conquistas, la segunda es reaccionaria y ayuda a los ricos, al Estado y a los poderosos a quitarle derechos al pueblo.

Alguien podría objetar: pero ¿quién define qué acción tiene legitimidad o no? Algunos responderían que es el pueblo. El problema es que el pueblo reúne a muchos sectores diferentes que están desgarrados por intereses antagónicos, por ejemplo, los trabajadores y los multimillonarios en teoría son todos parte del “pueblo”, pero tienen intereses antagónicos y posiciones diferentes en la sociedad.

La burguesía, los multimillonarios, los grandes banqueros y las grandes empresas son explotadores y opresores, tienen un inmenso poder económico, social y político. Controlan todo, incluso la política. Confían en el Estado burgués y su brazo armado. Mientras los trabajadores son permanentemente explotados y oprimidos, con muy pocos derechos que son constantemente amenazados, sufren pésimas condiciones de vida y tienen muy poco poder político para influir en algo.

Por lo tanto, una manifestación violenta, una revuelta, una revolución de los trabajadores en defensa propia para cambiar su situación y luchar para cambiar las bases de la sociedad, tiene legitimidad. Y por eso carece de todo sentido una acción radicalizada de derecha, reaccionaria, que defiende los intereses de la burguesía. La sociedad ya está construida sobre sus intereses, cuando sectores burgueses simpatizan con estas acciones radicalizadas, cuando algunos proponen golpe militar y dictadura, es en nombre de arrancarles aún más el cuero de las espaldas a los trabajadores. Quieren más represión e incluso acabar con las pocas libertades democráticas y derechos sociales que tenemos para aumentar la explotación.

Entonces, es legítima la movilización y autodefensa de los trabajadores, del pueblo pobre y de los pequeños propietarios unidos contra los monopolios capitalistas y su Estado. La revuelta, la rebelión y la lucha por derechos como la de junio de 2013 y la huelga general de 2017 contra la reforma de las pensiones son legítimas, como la gran marcha a Brasilia contra las reformas de Temer. Es legítima, incluso, una revolución contra un sistema y el Estado capitalista que explota y oprime. Mientras que la contrarrevolución no es legítima, que es lo que se expresó en las manifestaciones reaccionarias y golpistas de los bolsonaristas en enero de 2023.

Bolsonaro quiere que el Estado burgués tome la forma de una dictadura militar, donde todo estaría controlado por los militares. Incluso el Legislativo y el Judicial, si existieran, serían una fachada, como muestra el proyecto de Anderson Torres. Y como en la dictadura del 64 al 85, ya no existirían las libertades democráticas: derecho de huelga, de organización, de manifestación, de prensa, de expresión, etc. Solo se podría expresar lo que permitiesen los militares, habría censura y probablemente tortura. Entonces, lo que pasó en Brasilia es gravísimo, un ataque muy violento contra las libertades democráticas y, si no hubiera fallado, los que más habrían perdido serían los trabajadores, porque la dictadura pretende aumentar aún más la explotación y la opresión.

Ahora, otra cosa es que Lula, frente a eso, dijo defender: “la democracia para siempre”. ¿Pero qué democracia? Esta democracia actual que tenemos hoy es burguesa, es una democracia de los ricos, es la forma democrática del Estado burgués, que es corrupto, como la dictadura, y que si bien garantiza las libertades democráticas, no garantiza igualdad y justicia, porque es el orden de un Estado cuyo fin es el mantenimiento de este sistema capitalista de explotación. Es decir, en la práctica una dictadura de la clase capitalista sobre los trabajadores.

Esta democracia burguesa, que defendemos ante un golpe o intento de golpe, y que fue necesario derrocar una dictadura militar para conquistarla, aun cuando se garanticen unas cuantas libertades democráticas a los de abajo, es otra forma del mismo Estado de la burguesía. La democracia burguesa también defiende e impone un sistema de desigualdad, que garantiza la propiedad privada de los medios de producción (grandes fábricas, bancos, grandes empresas y latifundios del agronegocio; gran comercio nacional), sus ganancias y la acumulación de capital. Beneficia a menos de 1% de la sociedad con otros métodos, a través del engaño, pero también siempre combinado con represión y violencia, véanse violencia policial en las favelas [villas de emergencia], represión a manifestaciones de trabajadores y restricción de diversas libertades para los de abajo.

No es casualidad que la democracia burguesa esté en crisis; ella administra y defiende el capitalismo en crisis. La dictadura que defiende Bolsonaro y el intento de golpe es, a su vez, un intento de arrojar los costos de esta crisis capitalista con aún más profundidad y violencia sobre las espaldas de los trabajadores, e incluso de los pequeños propietarios.

Esto demuestra cómo es un engaño apoyarse en sectores burgueses, sea en estas instituciones de la democracia burguesa para enfrentar hasta el final a la ultraderecha, como hace el PT. No está en debate el retroceso que supondría un golpe militar y cómo hay que extirpar el bolsonarismo del Brasil, así como cualquier propuesta de dictadura militar reaccionaria.

Pero, aunque debamos unirnos en la acción contra los intentos de golpe y contra una dictadura con todos los sectores dispuestos a combatirlos, no podemos renunciar a la lucha por revolucionar esta sociedad injusta y desigual. También es necesario cuestionar el carácter de esta democracia de los ricos y el sistema capitalista que es el terreno fértil del que brota el bolsonarismo.

Primero, para combatir a quienes quieren implantar una dictadura en el país es necesario exigir más libertades democráticas, más conquistas para los trabajadores, más avances, incluso en relación con  el régimen político. Habría que acabar con el artículo 142, acabar con la GLO, desmilitarizar la Policía Militar y cambiar por completo las Fuerzas Armadas, empezando por su currículo.

Segundo, la lucha contra el intento de golpe dictatorial de ultraderecha no puede confundirse con la defensa general del régimen democrático burgués como si este fuese pacífico y resolviese los problemas de los trabajadores.

Lo que explica el creciente cuestionamiento del régimen democrático burgués es su propio desgaste. Al no resolver los graves problemas económicos y sociales del país; al mantener y profundizar la desigualdad social, la decadencia y el proceso de recolonización del país, y la pobreza, creó una situación que sentó las bases económicas, sociales y políticas para esta ultraderecha y su salida reaccionaria.

Solo la clase trabajadora movilizada y organizada, con autodefensa, es garantía de un combate hasta el final contra el bolsonarismo. Por otra parte, para acabar con las bases sociales y políticas que generan esta extrema derecha, también es necesario enfrentar el sistema capitalista.

Pero el PT hizo gobiernos capitalistas y sigue defendiendo gobernar el capitalismo brasileño en alianza con la burguesía, dentro de los límites del sistema y de la defensa de la democracia de los ricos. Y, en lugar de debatir esto abiertamente, el PT y sus seguidores alimentan una postura maniqueista, tildando de “ultraderecha” o “fascistas” a todos aquellos que luchan contra el bolsonarismo, pero que también critican la actual democracia burguesa o el gobierno de Lula-Alckmin. , su programa, sus alianzas y su estrategia. Por cierto, basta con oponerse o criticar al gobierno, para que en una postura muy estalinista, utilizada por los dirigentes del PT e incluso también por sectores del PSOL, llamen a socialistas y hasta demócratas de “hacerle el juego a la derecha”.

Esto se demuestra en el debate entre Glenn Greenwald y Chico Pinheiro. A pesar de las discrepancias que tenemos con Glenn, no es posible que todo el que critica la visión del PT sea tildado de ayudante de la ultraderecha cuando es el propio PT el que busca la alianza con la derecha y el consenso con los militares golpistas, como lo demuestra la elección de Múcio para ministro.

Además de estar en la primera línea contra los bolsonaristas y su proyecto de dictadura, no debemos dejar de fortalecer una salida de los trabajadores para el país, la lucha por el poder de los trabajadores y una verdadera democracia, por lo tanto contra el orden capitalista y la democracia de los ricos. Es decir, construir y fortalecer una salida de poder de los trabajadores con una democracia de los trabajadores apoyada en sus organizaciones y organismos. Tenemos que luchar contra los retrocesos en el régimen, pero también contra el poder de los capitalistas independientemente del régimen que defienden.

Eso no se hace confiando en el gobierno Lula-Alckmin, de alianzas con el gran empresariado y banqueros en defensa de la democracia de los ricos y de este Estado burgués. Más bien, apoyándose en sus propias fuerzas, manteniendo la independencia de la clase trabajadora y de sus organizaciones en relación con el gobierno; que una a los trabajadores en defensa de sus reivindicaciones; que, incluso, sea capaz de organizar su autodefensa y llevar la lucha contra la ultraderecha hasta el final. Es necesario construir una oposición de izquierda que defienda un proyecto de la clase trabajadora para el país, contra la desigualdad social y por la soberanía. Un proyecto socialista. Esto es lo que puede allanar el camino para que superemos los riesgos de un golpe de Estado en el futuro.

Artículo publicado en www.pstu.org.br, 22/1/2023.-

Traducción: Natalia Estrada.

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