Vie Abr 19, 2024
19 abril, 2024

El triunfo electoral de la oposición de derecha en Venezuela

El 6 de diciembre pasado, se produjo una gran derrota electoral del chavismo (PSUV-Gran Polo Patriótico) frente a la oposición de derecha (la MUD- Mesa de Unidad Democrática) que obtuvo casi 2/3 de los votos y un peso parlamentario similar en la Asamblea Nacional, dejando al PSUV en clara minoría.

La explicación de la mayoría de la izquierda latinoamericana que apoyó o defendió al chavismo es que hay un “giro reaccionario” o de “derechización política de la sociedad venezolana”. Un proceso que se da en un marco latinoamericano, también expresado por el triunfo de Mauricio Macri en Argentina y el posible proceso de impeachment contra Dilma Rousseff, en el Brasil. Según este análisis, hay un cambio en la “relación de fuerzas”, una ofensiva del imperialismo y las burguesías tradicionales de derecha, y un retroceso de las masas. Hasta corrientes opositoras al chavismo y al kirchnerismo (como la Fracción Trotskista – FT, encabezada por el PTS argentino e integrada por la LTS venezolana) comienzan a hablar de “la crisis de los ‘gobiernos progresistas’” y la “derechización de los procesos”.

No coincidimos con esta visión. Consideramos que realiza un análisis impresionista y superficial que lleva a conclusiones equivocadas en su interpretación de la realidad (la relación de fuerzas en el continente) y de los procesos que se están dando en la conciencia y en la percepción política de las masas.

Es superficial porque sólo toma en cuenta un aspecto superestructural (los resultados electorales o un procedimiento en un parlamento muy desprestigiado como el brasileño) sin considerar los procesos más profundos de la lucha de clases. E incluso en el terreno electoral, simplifica al extremo las complejas contradicciones que se dan en la conciencia de las masas.

En Venezuela, durante más de 15 años, el chavismo fue la dirección indiscutida de los trabajadores y las masas venezolanas. Junto con esto, la mayoría de la izquierda internacional, miles de luchadores y millones de trabajadores, en todo el mundo, apoyaron y simpatizaron con este proceso. Se conformó así un “movimiento chavista” internacional (aunque nunca tuvo unidad organizativa formal) que llegó a ser una de las principales corrientes de la izquierda mundial del siglo XXI. La LIT-CI se ubicó siempre en una oposición de izquierda y de clase al chavismo, lo que no impidió que llamase a la lucha en defensa de su gobierno cuando intentó ser derrocado a través del golpe y el lockout patronal, en 2002-2003.

Ahora, con mucha pena y poca gloria, el chavismo vive una profundísima decadencia. Lo mismo sucede con el gobierno de Dilma y el PT en el Brasil, que literalmente “se cae pedazos”, y con el kirchnerismo en Argentina, cuyo candidato Daniel Scioli (aunque con un desgaste menor que el del chavismo) acaba de perder las elecciones contra la derecha.

La realidad permite ahora hacer un balance claro sobre estos procesos y sobre las diferentes posiciones de la izquierda frente a ellos. No se trata solo de “cerrar cuentas” con lo que ya son, en gran medida, experiencias fracasadas sino, fundamentalmente, de extraer conclusiones para el presente y para el futuro.

Sobre la “relación de fuerzas”

Vamos a realizar un breve repaso de lo ocurrido en Venezuela y en el continente durante las últimas décadas.

El punto de partida es el Caracazo de 1989, un estallido insurreccional en la capital venezolana contra el “paquetazo” económico aplicado por el entonces presidente Carlos Andrés Pérez (CAP), que enfrentó una durísima represión, con miles de muertos. El Caracazo dejó en una situación agónica el régimen político de Punto Fijo (que había garantizado décadas de estabilidad en el país). La renuncia de CAP y la elección de Rafal Caldera no lograron cerrar la crisis. Por otro lado, se había abierto otra peligrosísima grieta en el Estado burgués al fracturarse las FF.AA. frente a la represión en el Caracazo.

La combinación de estos dos elementos (un gran ascenso de las masas, hartas de la situación existente, y una profundísima crisis política de la burguesía, de su régimen y de su Estado) da como resultado lo que Lenin denominaba “situación revolucionaria”, como marco de todo el proceso posterior. Años después, varios países latinoamericanos vivirían situaciones parecidas con los procesos revolucionarios que derribaron gobiernos: en 2000, en Ecuador (contra Jamil Mahuad); en 2001, en Argentina (contra Fernando De la Rúa); en 2003, en Bolivia (contra Gonzalo Sánchez de Lozada).

El surgimiento del chavismo y su triunfo electoral, en 1999, reflejó una profunda contradicción. Por un lado, era una expresión distorsionada del ascenso revolucionario y, por ello, se vio obligado a “vestir de rojo” y de antiimperialista su discurso, tomó algunas medidas nacionalistas tibias y parciales, y dio algunas concesiones a las masas (las Misiones). Por el otro, era burgués hasta la médula y su objetivo central era frenar la revolución y salvar al capitalismo y al Estado burgués (esencialmente cerrar la fractura de las FF.AA.).

De modo adicional, digamos que el chavismo expresó también la aspiración de esa segunda línea de la oficialidad militar (de origen pequeñoburgués o plebeyo) de llegar al gobierno para apropiarse de una parte de la renta petrolera y así poder transformarse en lo que hoy es conocido como “boliburguesía”.

Las masas latinoamericanas estaban a la ofensiva y, por el contrario, las burguesías nacionales y el imperialismo estaban a la defensiva y, en respuesta a estos procesos revolucionarios a escala continental, aceptaron (y en muchos casos impulsaron) gobiernos de frente popular (de alianza de clases) o populistas: Hugo Chávez, en Venezuela; Rafael Correa, en Ecuador; Néstor Kirchner, en Argentina y Evo Morales, en Bolivia. En Brasil, no llegó a estallar un proceso revolucionario pero, de modo preventivo, llegaron al gobierno Lula y el PT.

La situación revolucionaria se profundizó

Durante los primeros años, el imperialismo y la burguesía tradicional atacaron al gobierno chavista y se jugaron a derrocarlo, en 2002-2003, a través del golpe y el lockout patronal petrolero-industrial. En abril de 2002, el aparato chavista fue derrotado sin lucha y el propio Chávez fue preso. Pero las masas de Caracas y otras ciudades realizaron de modo espontáneo un “contragolpe” (y organizaron miles de “comités bolivarianos” para ello) que derrotó a los golpistas y los obligó a huir. Frente al lockout, los trabajadores petroleros e industriales tomaron PDVSA y otras empresas por la fuerza, las pusieron a funcionar y construyeron organismos de poder obrero.

La situación revolucionaria se había profundizado: la derecha había sido derrotada en la lucha y estaba totalmente a la defensiva. Pero, en lugar de aprovechar esta situación totalmente favorable (sumado a su amplia mayoría parlamentaria), el chavismo hizo lo opuesto.

En primer lugar, perdonó a la inmensa mayoría de los golpistas y pasó a hacer grandes negocios con los empresarios que habían apoyado el golpe (como Cisneros y el grupo Polar-Mendoza). En segundo lugar, frenó la movilización y la organización independiente de las masas: los “comités bolivarianos” fueron transformados en “unidades electorales” bajo el control del aparato chavista, y los organismos de doble poder de PDVSA fueron desmontados y se nombró a directores y gerentes “desde arriba”. Cuando fue necesario, reprimió las luchas que escapaban a su control, como la de los trabajadores de Sanitarios Maracay o de la Mitsubishi de Barcelona.

El imperialismo y la derecha cambiaron su política: ya no se trataba de derrocar el gobierno de Chávez sino de hacer buenos negocios y, a la vez, apostar a su desgaste y a un triunfo electoral futuro. Gracias a la política chavista, sobrevivieron, se fortalecieron, y así pudieron esperar el momento propicio.

En un sentido profundo, el chavismo, el lulismo y el kirchnerismo fueron “exitosos”: lograron salvar el Estado burgués y al capitalismo (el chavismo, además, cerró la fractura de las fuerzas armadas). Sin embargo, al mismo tiempo, sembraron las bases de su propia crisis y su decadencia.

Los años de “oro”

Durante varios años, el chavismo tuvo a favor la situación económica mundial y los altos precios del petróleo (la fase expansiva de 2002-2007), y la extensión por algunos años para Latinoamérica, gracias a la demanda de China. Este le dio un amplio margen de maniobra para distribuir negocios a los otros sectores burgueses, crear su propia boliburguesía y dar algunas concesiones a las masas. Fueron sus “años de oro”.

Pero tampoco aprovechó esta situación favorable para impulsar un verdadero desarrollo independiente del país. Por el contrario, acentuó el modelo semicolonial rentista petrolero parasitario. Es cierto que construyó un nuevo régimen político, diferente del de Punto Fijo, pero lo hizo sin salirse del marco del Estado burgués y del capitalismo semicolonial. Acá se aplica con todo su rigor una premisa cada vez más actual: quien no rompe con el imperialismo y con el capital financiero acaba, más temprano que tarde, siendo su instrumento.

También el kircherismo y el PT vivieron su “momentos de gloria” en esos años: pudieron otorgar algunas concesiones y transmitieron la sensación de que “estaban mejorando sus países”.

El “voto castigo” y la conciencia de las masas

A partir de 2012 y de la caída de los precios del petróleo, la “bonanza” llegó a su fin y el chavismo comenzó a aplicar planes de ajuste cada vez más duros y a atacar las concesiones dadas en salud y educación públicas, las condiciones laborales y contractuales, y el empleo. La inflación venezolana es la más alta del mundo y el desabastecimiento obliga a las masas a hacer interminables colas para conseguir los productos más imprescindibles. Ese es el marco objetivo del profundo desgaste de su peso entre los trabajadores y las masas. La muerte de Chávez aceleró el proceso, pero este ya se había iniciado antes.

Lo mismo ocurrió en Argentina y en Brasil (aunque las crisis de las economías no alcancen la profundidad de la venezolana), esos gobiernos se transformaron cada vez más en “ajustadores”. Es decir, comenzaron a aplicar el programa pleno de la derecha neoliberal y, en muchos casos, a llevar sus representantes al gobierno (como es el caso de los ministros de Hacienda, Joaquim Levi, y de Agricultura, Kátia Abreu, en el Brasil). Allí también comenzó un profundo desgaste y la ruptura de sectores de los trabajadores y las masas.

Durante varios años, los trabajadores y las masas vieron al chavismo, al lulismo y al kirchnerismo como “sus gobiernos”. Pero en la medida en que aplicaban cada vez más ajustes, se tornaban más represivos y no resolvían ningún problema, comenzaron a romper con él. Una ruptura que se ve acentuada porque, al tratarse de sectores burgueses “en formación” (como la boliburguesía), los niveles de corrupción estatal son mucho más visibles que en gobiernos burgueses “normales” (donde las cosas se dan generalmente “entre bastidores”).

Esto le permite a la derecha camuflar su discurso: No dice “voy a hacer un ajuste feroz y a dar aún más palos” sino, “somos democráticos”, “representamos el cambio” y “precisamos gente honesta, eficiente y capaz”.

De esta forma, al electorado más tradicional y propio de esta derecha (que podemos estimar entre un 25 y un 30% en Venezuela y Argentina, un poco más en Brasil), se le suman muchos trabajadores que expresan (a través del “voto castigo” a que lleva la trampa de las elecciones burguesas) su bronca y su frustración con las promesas incumplidas de transformación de la sociedad que hizo el chavismo y su fea realidad actual. Muchos de ellos, realizan un razonamiento equivocado: la bronca los llevó a la conclusión de que “cualquiera es mejor que el chavismo” y a la utilización del “voto castigo”. En el caso del Brasil, a ver con simpatía cualquier mecanismo (incluido el impeachment) para “sacar a Dilma”.

Veamos en Venezuela el ejemplo del Petare, una de las regiones obreras y populares más pobres de Caracas. Sus pobladores se jugaron la vida en el Caracazo y, en 2002, enfrentaron el golpe y defendieron al gobierno de Chávez. Allí, el chavismo ganaba por amplísima mayoría. En las últimas elecciones, la MUD sacó 2 votos por cada 1 del PSUV. ¿Esos combativos pobladores se volvieron ahora reaccionarios y fueron ganados ideológicamente por la derecha? No es así: claramente es un “voto castigo”.

En última instancia, es el propio gobierno chavista el principal responsable del actual ascenso y del triunfo electoral de la derecha (desde su carácter altamente minoritario de 1999). En primer lugar, como ya vimos, por no haberle dado el golpe de KO cuando las condiciones lo permitían y haberla dejado sobrevivir y fortalecerse. En segundo lugar, por haber frustrado las expectativas populares de cambio que decía representar (el supuesto socialismo del siglo XXI). En tercer lugar, porque ahora había pasado a ser un gobierno “ajustador”. Y, en cuarto lugar, porque, al presentarse como la “izquierda” y “lo popular” contra “la derecha”, contribuyó a crear la falsa polarización electoral en la que solo hay dos alternativas (burguesas). A rasgos generales, lo mismo podemos de la derrota electoral del kirchnerismo en la Argentina y del desgaste del PT en el Brasil.

La definición de que “hay un giro a la derecha de la situación” tiene el objetivo de evitar (o demorar) la ruptura con esos gobiernos. Por un lado, para decirle a las masas que no luchen contra los ajustes que aplican porque “se le hace el juego a la derecha”. Por el otro, en procesos electorales, para ganar el voto ya que “hay que defender lo conquistado” y “los que pueden venir son mucho peores que nosotros”. Y si hay derrota electoral, sirve para “lavarse las manos” y descargar la responsabilidad en las masas que no supieron distinguir lo bueno de lo malo.

Las corrientes de izquierda que apoyaron y defendieron políticamente al chavismo (incluso con críticas), como Marea Socialista y otras, también fueron responsables y cómplices de esta situación. Primero porque lo “embellecieron” (sin decir la verdad a las masas sobre su carácter de clase y sus objetivos) y así ayudaron a frenar el avance del proceso revolucionario y también se hicieron cómplices en el terreno electoral. Por otro lado, le abrieron así el camino electoral a la derecha.

De este modo (transformadas en el “ala izquierda” del chavismo) son responsables de no haber ayudado a construir en estos años una alternativa de izquierda y de clase a la crisis de estos gobiernos (y a la del capitalismo en general) que ganase al menos una parte de la ruptura con ellos.

Lo mismo vale para las corrientes que aún defienden abiertamente el gobierno del PT en el Brasil. E incluso para los que lo hacen de modo vergonzante (como el MTST y el PSOL) porque “hay un giro reaccionario” y “no nos da lo mismo que venga la derecha”.

La acción y la conciencia de las masas venezolanas han pasado por procesos altamente contradictorios en estos años. Primero hicieron el Caracazo y derrotaron a CAP y el régimen de Punto Fijo. Después creyeron equivocadamente que el chavismo y sus gobiernos serían las herramientas del cambio a que aspiraban. En ese marco, enfrentaron y derrotaron a la patronal y al imperialismo en las calles, en 2002-2003. Más recientemente, comenzaron a luchar contra los ajustes y el acelerado deterioro de su nivel de vida y a romper con el chavismo. Procesos similares se dieron en Argentina y Brasil.

Esta ruptura es un gran avance en su conciencia. Pero no es un avance linear sino altamente contradictorio, porque frente a la falsa polarización un sector se detiene “a defender lo conquistado” y otro se confunde con que “cualquiera es mejor que el chavismo” y apoya electoralmente a la derecha.

Pero esa ruptura de los trabajadores y las masas con el chavismo es el proceso más importante que se está dando en la conciencia de las masas venezolanas, porque sin él no habría posibilidad de construir una fuerte alternativa obrera, revolucionaria y socialista a la crisis del capitalismo. Esta ruptura política es el proceso que los revolucionarios esperamos durante años.

Por supuesto, le corresponde a la izquierda ir construyendo esta alternativa. En primer lugar, no hay que llorar una derrota electoral que no es de los trabajadores sino de un sector burgués. Esencialmente, hay que construir esa alternativa en las luchas y en la organización de las masas. Esa es la tarea más urgente.

No coincidimos con los análisis de que este resultado electoral cambia la “relación de fuerzas” de la lucha de clases en Venezuela. Ni con que el triunfo de Macri lo haga en Argentina. A simple vista, el hecho de que los representantes de la burguesía tradicional hayan obtenido un triunfo electoral de tanta amplitud en Venezuela, y el acceso al gobierno en Argentina, representaría un “fortalecimiento de la derecha” (y de la burguesía y el imperialismo) y una perspectiva de retroceso de los trabajadores y las masas.

Pero esto es solo la apariencia y no el contenido profundo de la realidad. El chavismo logró controlar y “congelar” el proceso revolucionario abierto con el Caracazo y profundizado en 2002-2003. Logró desmoralizar a un sector de la clase obrera y el pueblo. Pero no lo derrotó en la lucha de clases: la clase obrera y las masas continuaron peleando todos estos años. Tampoco lo hace ahora este triunfo electoral de la derecha que, en gran medida, expresa de modo distorsionado la bronca de las masas. El proceso en su conjunto sigue estando bajo la etapa iniciada con el Caracazo.

La situación venezolana, después de estas elecciones, se encamina hacia una profunda crisis política, con un gobierno claramente minoritario y una asamblea legislativa con amplia mayoría de la oposición de derecha tradicional. ¿La burguesía venezolana utilizará la táctica del “limón exprimido” y obligará al débil gobierno de Maduro a ser su herramienta hasta el fin de su mandato? O, por el contrario, ¿exigirá su renuncia anticipada y el llamado a nuevas elecciones presidenciales (que seguramente ganará) para retomar de modo directo el control del Estado?

Cualquiera sea la alternativa que se dé en la realidad, se dará en el marco de aplicar y profundizar un ajuste feroz contra los trabajadores y las masas, sin los mecanismos atenuantes ni compensadores de años anteriores.

En Argentina, la situación sigue bajo la etapa abierta con el Argentinazo de 2001, con un nuevo gobierno que, por el contexto económico internacional y su impacto nacional, y el hecho de que los trabajadores y las masas no lo ven como “su gobierno”, será más débil que el del kirchnerismo.

En el Brasil, donde el ascenso del PT al gobierno fue “preventivo”, la combinación entre la profundísima crisis de “los de arriba” y la bronca cada vez mayor de “los de abajo” abre la posibilidad de un fuerte ascenso de masas en la perspectiva de derribar al gobierno de Dilma y el PT por la vía de la acción revolucionaria de las masas.

Lo central, para nosotros, es que los trabajadores y las masas no han sido derrotados en la lucha y están con sus fuerzas intactas para responder a los ataques. Cabe a los revolucionarios impulsar esas luchas y construirse como alternativa en ellas (y también en las elecciones) con un programa real de superación del capitalismo y de organización independiente de toda variante patronal.

Secretariado Internacional de la LIT-CI

San Pablo, 18/12/2015

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