En los últimos años se están revelando con toda su fuerza destructiva las contradicciones de un sistema económico basado en la búsqueda desenfrenada de ganancia.
Por: Alberto Madoglio
Una pesadilla de tres años
El cambio climático es ya una realidad de la que nadie puede dudar y los desastres provocados por esta situación son cada vez más frecuentes, con enormes costos económicos y pérdidas de vidas humanas. El aumento de las temperaturas, las sequías, las precipitaciones repentinas y muy violentas, los incendios y las inundaciones ya no son fenómenos «naturales» excepcionales, sino, lamentablemente, la norma.Según un estudio de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, en 2020 más de treinta millones de personas se vieron desplazadas, obligadas a abandonar sus hogares debido a eventos atmosféricos causados por el cambio climático. Una cifra que seguramente habrá que actualizar al alza si pensamos en lo ocurrido en el año que acaba de terminar, 2022. Nos referimos en particular al aluvión que asoló Pakistán el pasado mes de agosto, y que afectó a casi todo el territorio de ese Estado, cerca de un tercio de la población, ochenta millones de habitantes.
En marzo de 2020, la pandemia de Covid-19, que en un principio se catalogó como una gripe normal, provocó, y sigue provocando, una catástrofe que recuerda a muchas plagas de siglos pasados. Los cientos de millones de infectados a nivel mundial, los millones de muertos, los recuperados que portarán secuelas de la enfermedad de por vida, no han sido víctimas de un agente patógeno particularmente insidioso que era imposible de prevenir. La destrucción del ecosistema natural ha permitido que el virus entre en contacto con los humanos y se propague rápidamente a los cuatro rincones del globo. Al mismo tiempo, el progresivo desmantelamiento de los sistemas públicos de salud en todos los países, tanto en los imperialistas como en los dependientes y explotados, provocado por años de austeridad antiobrera, impuesta por todos los gobiernos para salvar las gaancias de las empresas, han llevado a la sanidad al borde del colapso.
La escasez de camas de cuidados intensivos en los hospitales, la ausencia de equipos de protección personal en las primeras semanas, tuvo efectos nefastos en los primeros tiempos de la pandemia. El resto lo hizo la dilación con la que cada gobierno impuso límites a los contactos sociales (y, cuando finalmente se decidió, lo hizo de forma totalmente insuficiente) para permitir a las empresas seguir produciendo incluso en la fase más aguda de la crisis sanitaria, en la que además de las deficiencias mencionadas aún no se disponía de una vacuna eficaz.
Y por si todo esto fuera poco, el 24 de febrero de 2022 la guerra volvió a lamer las fronteras de Europa de forma contundente. La brutal agresión de Rusia a Ucrania es otro fruto de un sistema en putrefacción. Quienes a principios de la década de 1990, tras la caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS, habían vaticinado el nacimiento de una época basada en la paz y la prosperidad, han sido desmentidos con los hechos. La guerra iniciada por Putin es el intento de Moscú de reafirmar y fortalecer su papel como potencia global que se había reducido enormemente en las últimas décadas. Y salir de una profunda crisis económica que atenaza al inmenso país desde hace largo tiempo. La primera reacción de las llamadas potencias democráticas occidentales fue aceptar el hecho consumado, convencido como Putin de que Kiev caería en cuestión de días, si no horas. El traslado de las embajadas a Lviv, ciudad cercana a la frontera occidental, y el ofrecimiento de organizar la huida y el exilio de Zelensky fueron prueba de ello. Solo la heroica resistencia del pueblo ucraniano lo ha obligado a cambiar de actitud, si bien su intención real, no demasiado oculta, es llegar a un compromiso con el déspota del Kremlin, reconociéndole algunas conquistas territoriales y el papel de garante de los intereses del imperialismo, un papel que jugó brillantemente en la represión de los levantamientos en Bielorrusia y Kazajstán.
El círculo vicioso de la recesión y la austeridad antiobrera
Estos hechos no son resultado, reiteramos, de eventos naturales o de la repentina locura de un dictador preso de delirios de omnipotencia. Son el producto inevitable de un sistema económico que, especialmente desde la crisis económica de 2007/2008, no ha sido capaz de encontrar una forma «pacífica» y «ordenada» de superar lo que ahora muchos llamamos la Larga Depresión.
Estamos en realidad en presencia de un verdadero círculo vicioso del que no podemos ver el final. La crisis económica produce cataclismos del tipo que hemos tratado de esbozar brevemente. Estos, a su vez, contribuyen a profundizar la crisis y crean las condiciones para nuevos desastres. La confirmación de todo ello se encuentra en la lectura de las previsiones sobre la coyuntura económica internacional para 2023. Según el Fondo Monetario Internacional, en el año que acaba de comenzar, un tercio de las economías del planeta, la mitad en la Unión Europea, se enfrentará a un nueva, enésima, recesión.
Las dos economías más grandes, EE.UU. y China, tal vez puedan evitar un escenario similar, pero en el mejor de los casos se beneficiarán de un crecimiento económico limitado, que no les permitirá dormir tranquilos. Todo esto ya está causando un deterioro en las condiciones de vida de cientos de millones de familias proletarias en todo el mundo.
El crecimiento exponencial de la tasa de inflación, que alcanza niveles no vistos desde hacía casi cuarenta años, está erosionando rápidamente el poder adquisitivo de los salarios e ingresos. Las respuestas puestas en marcha por las autoridades financieras internacionales, lejos de resolver el problema, corren el riesgo de hacerlo aún más explosivo. El aumento de las tasas de interés decidido por los principales bancos centrales, la FED, el BCE, el Banco de Inglaterra, empujará a la quiebra a un gran número de empresas en los países imperialistas. Para las economías de los países dependientes, el aumento de las tasas de interés significa la imposibilidad de pagar la deuda externa, provocando el colapso de las finanzas públicas.
Esto implicará despidos, recortes al estado de bienestar (o a lo poco que queda), la imposición de nuevas políticas de austeridad antiobrera. Los patrones y los gobiernos se preparan una vez más para hacer que los trabajadores paguen el costo de la crisis que ellos mismos provocaron.
Las luchas que inflaman el globo indican la salida
En este marco, las tensiones entre Estados se agudizarán más en lugar de disminuir. Ya se habla de un nuevo conflicto que podría tener como protagonistas a Serbia y Kosovo, lo que pondría aún más en riesgo el equilibrio en el Viejo Continente.
Taiwán podría convertirse, antes de lo que uno imagina, en el terreno en el que Estados Unidos y China podrían competir directamente, el primero para confirmar su dominio global, el segundo para contrarrestarlo y expulsarlos del trono de Superpotencia. Si eso ocurriera, las masacres en Ucrania parecerían, en comparación, escaramuzas entre niños.
Sin embargo, existe la posibilidad de otro escenario. Millones de trabajadores en todo el mundo, jóvenes, mujeres, desocupados, no son espectadores silenciosos, o peor, víctimas de la situación creada por un sistema basado en la explotación de la mayoría de la población en beneficio de unas pocas decenas de súper multimillonarios.
En Gran Bretaña, después de décadas de recortes al estado de bienestar impuestos por el gobierno, ya sea liderado por los conservadores o por los laboristas, los trabajadores comenzaron a movilizarse desde el verano pasado con una fuerza, una capilaridad y una intensidad que no veíamos hacía décadas. El proletariado está de hecho imponiendo un bloqueo general del país que las amenazas del gobierno conservador de Sunak no pueden detener.
El verano pasado en una pequeña isla del océano Índico, Sri Lanka, asistimos a una auténtica insurrección contra la corrupción de la clase política local que se enriquece descaradamente mientras la mayoría de la población vive en condiciones miserables.
En Irán, desde hace más de tres meses, la población sale todos los días a las calles para exigir el fin del régimen reaccionario de los ayatolás. Las protestas, que comenzaron tras el brutal asesinato perpetrado por la policía moral contra una joven, Masha Amini, culpable únicamente de no haberse cubierto adecuadamente el cabello, se han convertido en una movilización revolucionaria solo superada por la que derrocó al régimen proimperialistas del Sha a finales de la década de 1970. Como se recuerda en varios artículos aparecidos en el sitio web de la Liga Internacional de los Trabajadores-Cuarta Internacional (www.litci.org), el proletariado iraní tiene una larga tradición de luchas que periódicamente recuperan fuerza y que la represión del gobierno, ya sea del Sha o del clero chiita, lucha por contener.
En China, donde reside la clase obrera más numerosa del globo, el régimen dictatorial del Partido Comunista, que más allá del nombre ha devuelto al país al sistema capitalista durante décadas y que permite que las multinacionales y la burguesía autóctona exploten a los trabajadores del modo más brutal, ha tenido que hacer frente a protestas masivas como no se producían desde los acontecimientos de la plaza de Tiananmen en junio de 1989. Las concesiones que el régimen se ha visto obligado a hacer a los manifestantes han puesto de manifiesto sus debilidades de fondo y no se puede excluir que, en lugar de devolver la calma, puedan dar impulso a nuevas protestas. Y, en estos días, con las movilizaciones en el Perú, vuelven las barricadas también en América Latina.
En Ucrania, los trabajadores, además de tener que defenderse de las agresiones y la violencia del ejército ruso, también deben estar atentos a las maniobras del gobierno de Zelensky que, mientras apela a la población para defender la patria, promulga leyes antiobreras, a favor de los oligarcas y de futuras inversiones de capital internacional para permitirles, una vez terminado el conflicto, saquear el país.
Si por el momento estas luchas no han conducido a una victoria revolucionaria, si en ninguno de estos casos la burguesía ha sido expropiada, es por la ausencia de una dirección coherentemente revolucionaria.
Mientras luchan, los trabajadores, los jóvenes, las mujeres, no deben cuidarse solo del adversario de clase, de los enemigos manifiestos. Tienen que cuidarse las espaldas de los falsos aliados, de los que trabajan por su derrota. Entre estos, se destacan sobre todo las direcciones burocráticas políticas y sindicales de las organizaciones tradicionales del movimiento obrero.
El caso más llamativo es el del Reino Unido que hoy representa uno de los puntos más avanzados de la lucha de clases a nivel internacional. Allí, los líderes sindicales están conspirando para evitar que la lucha de millones de trabajadores se extienda y se radicalice aún más. Al mismo tiempo, los dirigentes del Partido Laborista imponen a sus miembros participar y apoyar las huelgas.
Un comportamiento que en Italia conocemos desde tiempos inmemoriales, con la acción de los burócratas de la CGIL que desde la FCA de Pomigliano hasta la GKN pasando por la ex Alitalia, han jugado un papel central y protagónico en la derrota de los trabajadores.
El PDAC y la LIT-Cuarta Internacional, por el contrario, intervienen en las luchas y en las movilizaciones impulsando un programa revolucionario y clasista. Tratando de explicar que cualquier demanda inmediata, como la escala móvil de salarios para combatir la inflación, la de reducción de horas de trabajo para vencer el desempleo, el precio tope de los precios de la energía y de los productos de primera necesidad, no puede encontrar satisfacción si no es con la destrucción del Estado capitalista y de sus organismos políticos.
Una economía planificada, una democracia basada en consejos (los «soviets»), es la única solución concreta a los desastres causados por el capitalismo.
Artículo publicado en www.partitodialternativacomunista.org, 2/2/2023.-
Traducción: Natalia Estrada.