Sáb Abr 20, 2024
20 abril, 2024

Dos salidas opuestas para enfrentar la catástrofe

La pandemia de coronavirus es una catástrofe mundial de proporciones imprevisibles. No es solo por la terrible pérdida de vidas o por el colapso de los sistemas de salud alrededor del mundo, sino también por la depresión económica mundial que seguirá en razón de la paralización de buena parte de la economía.

Por: Bernardo Cerdeira

La frase “el mundo no será más el mismo después de esta pandemia” ya es un lugar común. Pero la realidad va mucho más allá: esta catástrofe es un momento de crisis y ruptura comparable a las guerras mundiales del siglo XX. El mundo que conocemos está cayéndose a pedazos.

¿Qué trae eso de nuevo para la clase trabajadora mundial? ¿Qué lecciones deben sacar los trabajadores de este proceso?

El capitalismo es responsable por la pandemia, pero es incapaz de acabar con ella

Primero, es preciso entender por qué se dio este desastre. Esta no es una catástrofe natural como un terremoto o la erupción de un volcán. El virus fue transmitido a los seres humanos porque el sistema capitalista invade y destruye todos los ambientes naturales de forma predatoria. La producción de alimentos transgénicos y la cría de ganado, cerdos y aves en escala industrial agreden el medio ambiente. La minería sin control, la extracción de petróleo por métodos agresivos como el fracking, la contaminación de los océanos y de los ríos, y el calentamiento global, todo eso crea las condiciones para el surgimiento de innumerables enfermedades.

La única cosa que interesa a las empresas privadas es la ganancia individual de sus propietarios y accionistas, no importa a qué costos sociales o ambientales. El interés social colectivo de la humanidad, incluso el planeta en que vivimos, no tienen la menor importancia para la clase de los propietarios privados de los medios de producción, o sea, la burguesía mundial.

Un único organismo económico

El virus se propagó con una velocidad espantosa porque la producción y la distribución de mercaderías está cada vez más socializada y mundial. Las cadenas de producción, los medios de transporte y la circulación de personas interconectan el mundo entero en horas. La economía es socializada en nivel mundial.

Ese extraordinario desarrollo de las fuerzas productivas, que debería ser un bien, trae una contradicción: el mundo continúa dividido en Estados nacionales que son una traba para las fuerzas productivas. Las decisiones políticas son de los gobiernos de cada país que, por ejemplo, nunca se coordinaron para combatir la epidemia. El gobierno de China intentó esconder la epidemia y después encubrir su verdadero alcance. Trump, Boris Johnson (Reino Unido), el gobierno italiano, el español, y los líderes del mundo entero, no querían parar la economía, importándose poco con las vidas perdidas. Después, tuvieron que rendirse a las circunstancias, pero a costa de la generalización de la pandemia y de centenas de millares de muertos.

Esa contradicción adquiere un carácter criminal con la competencia entre los países más avanzados y la explotación de los países pobres por los países ricos. Las guerras comerciales que ya existían antes (EEUU y China, por ejemplo) ganaron un nuevo carácter, mucho más siniestro, como la disputa entre diferentes países por máscaras, respiradores y otros equipamientos esenciales para enfrentar la pandemia. Las empresas fabricantes de esos equipos promueven un “remate de la muerte”, duplicando o triplicando el precio de esos productos para ver quién da más.

Aumento de la pobreza y desigualdad

Además, la incesante acción de la burguesía para intentar mantener su tasa de ganancia en un mundo en que la decadencia económica del capitalismo empuja hacia abajo esos márgenes, ha llevado al aumento creciente de las políticas de eliminación de derechos laborales, precarización del trabajo y cortes de los gastos públicos en salud y beneficios sociales.

Esas políticas sistemáticas aumentaron la pobreza, la desigualdad social y la vulnerabilidad de los trabajadores y de las camadas más pobres. De la misma forma, debilitaron los sistemas públicos de salud. Así, cuando se dio la pandemia, a pesar de los varios alertas de científicos y de pandemias anteriores, la burguesía fue incapaz de proteger la vida de los trabajadores y del pueblo pobre del mundo.

La burguesía es incapaz de defender a la humanidad

Hay recursos y conocimiento científico en el mundo más que suficientes para acabar con la pandemia y la crisis económica. El desarrollo de las fuerzas productivas en la actualidad (incluso dentro del capitalismo) podría garantizar la vida, la salud, el empleo y la renta de la población con tranquilidad. El Estado podría recaudar y administrar los fondos públicos, que deberían garantizar los servicios públicos esenciales. Pero la burguesía se mostró incapaz de evitar la pandemia y de defender la vida y la salud de la humanidad.

Dos enemigos: el enemigo de la humanidad no es solo el virus, es la burguesía mundial

En todo el mundo, los gobernantes, los medios de comunicación y los empresarios repiten el mantra: “el enemigo es uno solo: el virus”. No obstante, la práctica ha mostrado que para los trabajadores y el pueblo pobre hay un enemigo mucho más terrible: la burguesía mundial.

Ataques

En todo el mundo, la burguesía se ha volcado ferozmente contra la clase trabajadora para defender su parte de la renta nacional y hacer que los trabajadores paguen por la crisis con sus vidas. La primera medida de esa guerra social fue el despido de millones de trabajadores. Solo en los Estados Unidos fueron 22 millones en un mes.

El desempleo en masa será una de las consecuencias más terribles para la clase trabajadora mundial. No solo eso. En todos los países, en mayor o menor medida, la burguesía aprovechó la crisis para quitar derechos, ya pensando en la situación de depresión posterior a la pandemia.

Parásitos

La burguesía mundial es cada vez más una clase totalmente parasitaria, que no cumple ninguna función social útil. Su único objetivo es sobrevivir, mantener su riqueza, sus privilegios y su dominio de clase. Los supuestos gestos de “solidaridad” y contribuciones de empresarios no pasan de limosnas de “caridad” para intentar encubrir sus crímenes, y muestran bien la mezquindad de esta clase de parásitos.

¿Un nuevo Plan Marshall? Salvar el capitalismo significa prolongar el sufrimiento de la humanidad

La pandemia ni siquiera fue controlada y aún amenaza a continentes enteros, como el África, las Américas del Sur y Central y el subcontinente indiano. No obstante, diversos dirigentes de los países imperialistas ya tienen prisa por relajar las medidas de aislamiento social y retomar de a poco el funcionamiento normal de la economía.

Otros hablan de organizar planes de estímulo estatal para la economía mundial semejantes al New Deal de los Estados Unidos, puesto en práctica después de la crisis de 1929 y durante la Gran Depresión; o el Plan Marshall, implementado en los países de Europa destruidos por la Segunda Guerra Mundial; o incluso los planes de auxilio a los bancos y las empresas durante la crisis de 2008.

Ilusionar al pueblo

Los gobernantes burgueses se aprovechan de la angustia de la población para ilusionar al pueblo. La mayoría de las personas, obviamente, quiere volver los más rápido posible a lo “normal”. O sea, tener de nuevo sus empleos, su fuente de renta aunque precaria; no sufrir más la inseguridad de quedar enfermo o de ver a sus padres o parientes ancianos morir; volver a tener seguridad de poder alimentar a su familia al día siguiente; volver a tener convivencia social y familiar; no angustiarse con la cuarentena. Todos quieren eso.

El problema es que volver a lo “normal” puede llevar años. No hay una vacuna contra el virus y es probable que no la haya por el próximo año y medio. Mientras tanto, el virus dará vueltas por el mundo. ¿Quién irá a la playa, a un “show”, a un estadio de fútbol o hará turismo con tranquilidad? La economía puede demorar años para volver a crecer y retomar el nivel en que estaba. La continuidad de la catástrofe está anunciada. Millones van a morir de hambre y de enfermedades causadas por la desnutrición y por las pésimas condiciones de vida.

Nuevas catástrofes

Los planes de estímulo estatal de la economía del tipo del New Deal o del Plan Marshall son los preferidos de algunos sectores burgueses y de los partidos reformistas y oportunistas del mundo entero, pero no solucionan nada, porque tienen como objetivo mantener y desarrollar el capitalismo, nuevamente.

El sistema que llevó a este desastre continuará funcionando y, por lo tanto, posibles recuperaciones serán sucedidas por nuevas y más profundas crisis. Esta es la lógica de un sistema basado en la propiedad privada de los medios de producción, de la ganancia, de las fuerzas incontrolables del mercado, de los Estados nacionales y del imperialismo, de un puñado de países ricos sobre la mayoría del mundo. Esos planes preparan nuevas calamidades, guerras, y crisis económicas.

La salida: solo la revolución socialista impedirá la barbarie

El capitalismo llevó una vez más a la humanidad a la barbarie. Tan próximo como solo una guerra mundial puede llevarla. Pero esta catástrofe plantea una nueva oportunidad para que la humanidad barra de una vez este sistema en descomposición, de la misma forma que la Primera Guerra Mundial abrió camino para la Revolución Rusa de 1917.

Que esa primera experiencia se haya degenerado no es motivo para que la humidad no haga un nuevo y renovado esfuerzo. Una nueva revolución socialista para destruir el capitalismo es una cuestión de sobrevivencia, antes de que este sistema y la burguesía mundial destruyan el género humano por guerras, enfermedades y hambre.

Reformistas de todo tipo, desde los socialdemócratas a los estalinistas, dicen que la revolución socialista no es posible porque la burguesía imperialista es muy fuerte y la clase obrera no está preparada. Según ellos, no hay correlación de fuerzas para una revolución. Por eso, quieren continuar gobernando con el sector burgués supuestamente progresista, para intentar humanizar el capitalismo. Pero eso significa mantener el capitalismo y preparar nuevos desastres. Más de un siglo de gobiernos reformistas con la burguesía solo llevaron a los mismos planes neoliberales y a la corrupción.

El capitalismo ya mostró todas sus contradicciones, males, fracasos y debilidades con la pandemia. Los partidos reformistas podrían con facilidad convocar a las masas a tomar su destino en sus manos. Pero, en verdad, los partidos y las direcciones reformistas han sido un apoyo fundamental de la burguesía para que el capitalismo continúe existiendo.

Tarde o temprano, la pandemia y la depresión económica traerán revueltas e insurgencias sociales. El problema es que esas revueltas tendrán que ser dirigidas contra este sistema para superarlo, o se perderán. Una revolución exige un sujeto social, y la clase trabajadora es la única clase revolucionaria.

Para que el proletariado cumpla ese papel, es necesario que sus elementos más conscientes, es decir, su vanguardia, se libren de la influencia nefasta de décadas de ilusiones reformistas y oportunistas, y sean educados de nuevo con un programa y una ideología socialistas. Esa es la tarea fundamental que está planteada para los socialistas revolucionarios en todo el mundo. Para eso, es preciso construir una dirección revolucionaria, es decir, un partido revolucionario mundial.

Artículo publicado en www.pstu.org.br, 22/4/2020.

Traducción: Natalia Estrada.

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