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20 abril, 2024

Cilinha, nuestro actuar

Va a cumplirse pronto un año del Seminario Internacional que hicimos sobre la cuestión del feminismo, la revolución permanente y la organización de los sectores oprimidos de la clase obrera. Fue ahí cuando vi a Cilinha por la última vez.

Por: Blanca Missé

Me acuerdo, en esa ocasión, de su pelo corto caoba, de su tremenda energía desbordante, del modo increíble en el que logró no solo defender sino actuar sus posiciones políticas en los debates. Me acuerdo pues de su maravilloso teatro de camaradería y generosidad en medio de esa tremenda batalla nuclear de células que mellaba a diario su salud. Me acuerdo de que a pesar de esa guerra sucia del agente mutante, discreto y letal que conocemos como “cáncer”, ella quiso venir, quiso luchar, quiso compartir y reír. Y lo hizo sin pretensiones ni heroísmo histriónico. ¡Ay Cilinha, tú sí que has sido y sigues siendo nuestro actuar!

Yo me sentí ya en ese momento tremendamente afortunada de haber podido estar ahí con ella, como espectadora y participante de ese hermoso teatro clandestino nuestro, de nuestro juego serio, de nuestra elaboración práctica, de nuestra búsqueda compartida de una teoría y programa más claros para poder luchar contra el machismo y por la liberación de las mujeres trabajadoras.

Gran parte de nuestra labor política es un actuar. Militar requiere ciertamente ciencia o teoría o como se lo quiera llamar, pero también apela a un arte teatral particular, para no solo convencer en el mundo de las ideas, sino también afectar, movilizar, motivar, simpatizar, para establecer lazos y echar raíces en nuestros compañeros y compañeras de la clase trabajadora que no solo sean de palabra, pero donde la palabra también signifique el cuerpo, se llene de presencia, y se traduzca en la acción. Es crear un lazo político, a través de muchos, interminables, incansables ensayos y funciones que solemos llamar reuniones, mesas, marchas, piquetes, tomas, charlas, pintadas, etc.

Y existen desde luego muchos debates en nuestra tradición política sobre la utilidad del arte de actuar y representar para nuestra tarea política, sobre cómo el arte puede ser útil para esta, y sobre si el arte nos permite vislumbrar un mundo más allá de la mera utilidad, de la relación instrumental medio-fin; sobre si nuestro actuar revolucionario puede ser no sólo eficaz, transformador, sino también vislumbrador de un mundo socialista donde la necesidad y la determinación muda de nuestra materia orgánica dolorida, cansada, enferma, hambrienta y sedienta, no sea el único motor de nuestra actividad física y mental. Un actuar que indique pues nuestro deseo profundo y desmedido de libertad. Porque toda libertad es desmedida, fuera de lugar, como lo es hoy la catalana, la puertorriqueña o la palestina. Y en ese sentido digo, ay Cilinha, tú sí que fuiste y eres nuestro actuar.

¿Pero cuando uno tiene un cáncer terminal, que le devora el cuerpo y el alma, qué sentido tiene actuar? ¿Cuándo la vida se te acaba cada día cómo imaginar donde acaba la persona y empieza el personaje de teatro? Ay Cilinha, ¿cómo hiciste entonces, en aquel seminario nuestro, para actuar?

Diderot, un filósofo francés materialista e “ilustrado” que me acompaña casi tanto como Marx, tiene un libro sobre el arte de actuar, La paradoja del comediante, donde explica que el buen actor no es necesariamente aquel que siente lo que actúa cuando lo actúa, que “vive” su personaje en el escenario, sino aquel que lo piensa, lo entiende y lo reproduce con la mejor exactitud. Es aquel que actúa de cabeza y no de corazón, dice en un momento Diderot, porque conoce bien sus gestos, su cuerpo, los signos y sus interpretaciones, y porque tiene un gran control técnico de su arte físico de actuar. Es el proletario que trabaja con su cuerpo, el boxeador del escenario. Y generalmente, yo he estado hasta ahora bastante de acuerdo con Diderot, y con su primo lejano Brecht. Pero el actuar de Cilinha, nuestro actuar, va más allá.

Si volvemos al seminario de hace un año, mi último ensayo con Cilinha, me quedo con la experiencia de ese particular actuar de mi camarada que excede la dicotomía entre cabeza y corazón: en el medio de la guerra celular desesperada y de trincheras que la habitaban, Cilinha le puso el cuerpo y el alma para protegernos de la enfermedad que la corroía, para no compartirnos el dolor, el cansancio y la náusea, sino el placer, la pasión y las ganas de comerse el mundo y de militar.

No nos transmitió lo que sentía o experimentaba en ese momento. Actuó en el sentido Diderotiano, echando mano de una tremenda fuerza mental, cierto. Pero también fue más allá. Nos regaló lo que sabía que quería darnos, no por pudor o vergüenza de su enfermedad, no por sacrificio (terrible palabra nuestra) u obligación moral, sino por convicción, por elección, esa convicción que da cierta felicidad porque es libre y compartida. Ejercicio frente a la máxima determinación impuesta por el enemigo, su gesto de máxima libertad: el actuar según su convicción, esa convicción que anima e impone rigor al actuar de todos nosotros los revolucionarios, la convicción de que queremos actuar, y que queremos hacerlo bien, de que nos hace bien actuar, de que nuestra obra tiene valor, de que nuestro actuar es el correcto, de que nuestro actuar va a impactar, de que vamos a ser un exitazo, de que se van a vender todas las entradas antes del estreno, de que las taquillas ya tienen cola y si no la tienen es que aún no se han enterado, de que el actuar produce una ilusión de revolución que a nosotros mismos nos ilusiona, y por eso mismo seguimos actuando como locos, como troskos bárbaros que somos.

Sí, ese actuar diferenciado que no tienen ni el actor comercial asalariado ni el actor bohemio, ese actuar revolucionario que hace que detrás del automatismo, el reflejo y la repetición de nuestras acciones diarias para el cambio, se vislumbre nuestro inmenso deseo colectivo de actuar y de cambiar, nuestro deseo de actores preparando la gran función, nuestras ganas de hacer todo lo posible para que estén ahí, todos y todas, listos, concentrados, motivados el día del estreno; nuestro deseo de sabernos lo mejor posible el papel que nos tocará a cada uno, dentro y fuera del escenario, y de saber que el equipo está comprometido y listo para empezar. Ese actuar nuestro, ese actuar de Cilinha, que hace que algunos del público se nos acerquen y nos pregunten “¿Dónde y cómo me puedo que apuntar?”.

Ah. Sí. Pero me acuerdo también que Cilinha no acabó ese seminario. El equipo enemigo marcó otro desastroso gol, y Cilinha se fue una tarde en un auto chiquito por un sendero sinuoso, y a mí se me paró de golpe mi actuar, como se te para el corazón, como se te cae el alma al suelo o se te queda la mente en blanco. Supe en ese preciso momento que esa pequeña gran función estaba por acabar, y que no volvería a ver a mi camarada. Y me fui al monte a llorar. Y luego sentí y pensé, Ay Cilinha, nuestro actuar, sentí su actuar en mí, sentí sus ganas de volver a ensayar, y me puse de nuevo a leer, discutir, escribir, luchar, organizar, a actuar para despedir como nosotros hacemos a nuestra gran actriz. Adiós Cilinha, nuestro actuar. Adiós Cilinha: y que el actuar nuestro sea un homenaje al tuyo, al que nos dejaste, al deseo, a las ganas y la generosidad compartidas, y que las actuemos con y en muchos otros más.

B. M., Oakland. 1 de octubre de 2015.

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