Vie Mar 29, 2024
29 marzo, 2024

Capitalismo: “economía de guerra” constante contra los pobres y trabajadores

Inaccesibilidad a los testes en masa rápidos para verificación sobre contaminación con Covid-19; carencia de materiales de protección como máscaras y viseras y el alto costo para adquirirlas; falta de ventiladores mecánicos suficientes para uso en pacientes con dificultades respiratorias en los hospitales; déficit de profesionales de la salud y de camas; aumento de la pobreza, el hambre y el desempleo. Todo eso evidencia cómo la lógica anárquica del sistema capitalista no atiende las reales necesidades de la humanidad. La reconversión industrial que realmente interesa a la población es una urgencia más allá de los tiempos de pandemia.

Por: Daniel Gajoni

Con el discurso de la necesidad de implantar una “economía de guerra” contra la pandemia de coronavirus, los gobiernos del mundo entero inyectaron pesadas sumas del dinero público en el sector privado, de bancos a grandes empresas. Además, dispensaron el cobro de impuestos al empresariado e incentivaron el lay-off supuestamente para salvar empleos, pero sin garantías de que esto ocurra.

Toda esa intervención estatal en la economía ocurrió sin que hubiese ocurrido una necesaria reconversión de la industria para que fábricas pasasen a producir, con buena calidad y a bajo precio, materiales de extrema y urgente necesidad para que la población se proteja o se recupere de la enfermedad, como ventiladores mecánicos. Ninguna medida fue tomada tampoco para que los alimentos tuviesen reducción o congelamiento de precio.

Los planes de “reindustrialización” capitalista

Toda guerra exige un plan, una estrategia. En Portugal, no satisfecha con la suma de recursos públicos destinados a los grandes empresarios en la pandemia, la Asociación Empresarial de Portugal (AEP) anunció que presentará al gobierno un plan de “reindustrialización” en el país. El financiamiento del proyecto, según el sitio Jornal Económico, de diez mil millones de euros, debería ser garantizado por el Presupuesto Público, para que las empresas lo gastaran como quisieran, al definir lo que es esencial para ser producido para el mercado. Además de producir lo que más les conviene en términos de lucratividad, las empresas pagarían los préstamos con tratamiento privilegiado, al mejor estilo de negocio entre padre e hijo.

De la lectura del proyecto “Estrategia de Crecimiento” entregado por la AEP al gobierno portugués aún en noviembre del año pasado, o sea, antes de la pandemia, se ve que el empresariado exigirá no solamente más recursos públicos para mantener niveles de lucratividad. Ellos reivindican aún una mayor reducción de impuestos y el aumento de legislación que permita profundizar la flexibilización de las relaciones de trabajo.

La promesa del empresariado, en el documento “Estrategia de Crecimiento” y en los discursos públicos, es siempre en el mismo tono de chantaje: si no hubiere más flexibilización de derechos laborales, las industrias están libres para automatizar “todo lo que fuere posible”, con consecuencia directa en el aumento del desempleo. Como si lo de costumbre no fuese exactamente que el gobierno y los empresarios ajusten un “mix” de flexibilización y automatización que resultan en baja de salarios, aumento de la jornada, y despidos en masa. O sea, con la disculpa de recuperar la economía, los ricos planean acciones para atacar los derechos de los trabajadores. Además, incluso en tiempos normales, la economía administrada por los gobiernos a favor de los patrones es una verdadera guerra contra los trabajadores. En situaciones límite, de grandes crisis, la guerra es “declarada”, sin maquillaje, y la clase trabajadora es usada como carne de cañón.

Es así que funciona la planificación de la economía en el capitalismo. En momentos de normalidad o no, los recursos públicos y las leyes deben siempre estar prioritariamente a disposición de la “libre iniciativa” y del “libre mercado”, o sea, para garantizar el enriquecimiento de un puñado de empresarios. Incluso si esto representa la disminución de inversiones en servicios públicos, como el Sistema Nacional de Salud (SNS), cada vez más precarizado; incluso si aumentan las filas en los bancos de alimentos; aunque millares sean desalojados de las viviendas.

El nuevo producto rápidamente se vuelve obsoleto

En la sociedad en que vivimos, de tipo capitalista, las grandes empresas definen cuáles son los productos y servicios más necesarios a la población. Aliadas a un poderoso sistema de propaganda, las corporaciones buscan inducir necesidades, comportamientos y patrones de consumo de productos que puedan garantizar el máximo de lucros para las empresas, aunque de poca durabilidad o vida útil.

La industria de electrónicos, a título de ilustración, a través de la “obsolescencia programada” lanza productos en el mercado que en poco tiempo serán considerados por la propia marca de tecnología superada o limitada, provocando a los consumidores a hacer constantes cambios de aparatos. Eso se produce por el alto precio de las piezas de reposición en caso de alguna simple avería, pero también por una apelación propagandística que nos es inculcada para no sentirnos desplazados en el mundo de las nuevas tecnologías.

Por ejemplo, con el lanzamiento de un nuevo modelo de celular que prometa más calidad y mejores recursos de audio, imagen, almacenamiento y rapidez en el procesamiento de datos, uso de aplicaciones y navegación en la internet, somos prácticamente tensionados por la industria a comprar otro producto a partir de una necesidad creada a propósito por la estrategia de la “obsolescencia programada”.

Reconversión de la industria y planificación de la economía

Los ricos no paran de elaborar planes y estrategias supuestamente esenciales para el país. El proyecto de “reindustrialización” de Portugal, presentado por los grandes empresarios, basado en la exención de impuestos, en el financiamiento público, y en el ataque a los derechos laborales, no atiende los intereses de la clase trabajadora portuguesa.

Obviamente, esta estrategia de producción capitalista se configura también como altamente dañina al ambiente, toda vez que desde la recolección de materia prima hasta el empaquetado del producto, que ya sale de fábrica con corto tiempo de vida útil predefinido, hay todo un gasto de energía, emisión de gases, y descarte de sustancias tóxicas en terraplenes sanitarios.

Contra este y otros proyectos que mantienen la anarquía de producción capitalista volcada al lucro en detrimento de las reales necesidades para una vida digna de todos en sociedad, es más que necesario defender una alternativa de hecho socialista: la de la planificación de la economía, con la estatización de los sectores estratégicos y la reconversión de la industria para producción de aquello que realmente es más importante para el pueblo pobre y trabajador; con reducción de la jornada sin reducción de salarios, para que todos puedan tener derecho a trabajar; y con la efectivización de todos los contratos que hoy son precarios.

Solo una revolución socialista en nivel mundial podrá salvar a las personas y el planeta de la catástrofe ambiental que se aproxima cada vez más, con más y más pandemias y agotamiento de recursos naturales.

Artículo publicado en https://emluta./net

Traducción: Natalia Estrada.

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