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Negros

Democracia racial: farsa al servicio de las elites

noviembre 28, 2013
Mientras en los Estados Unidos predominó la idea de la supremacía racial “blanca”, en el Brasil la estrategia de dominación estuvo amparada en el mito de la democracia racial.

 
De acuerdo con el mito de la democracia racial, las relaciones raciales en el Brasil siempre fueron amistosas y cordiales. Ese hecho estaría comprobado con el elevado mestizaje de nuestro país, en razón de una supuesta predisposición del colonizador portugués por mantener relaciones sexuales con otros grupos raciales.

Gilberto Freire, en su libro Casa-Grande e Senzala (en español: Los Maestros y los Esclavos), realza esa idea al afirmar que: “Híbrida desde el inicio, la sociedad brasileña es de todas las de América la que se construyó más armoniosamente en cuanto a las relaciones raciales”.

Aunque la mayoría de los trabajadores crea en esa idea, ella no fue concebida por nuestra clase y mucho menos por los negros. La idea del Brasil como “ejemplo” de la mayor democracia racial del mundo nació en el período del pasaje de un esclavismo tardío hacia un capitalismo dependiente (entre 1880 y 1930). En ese contexto, las elites brasileñas tendrían que resolver algunos problemas.

Emblanquecimiento y “progreso”
 
Uno de los “problemas” era qué hacer con el inmenso contingente de negros (ex esclavos), ya que fuimos el país que recibió más africanos en el mundo, aproximadamente siete millones. Otro problema era a quién atribuir la culpa por el subdesarrollo de la nación.

Para resolver el primer problema, la solución sería incentivar la inmigración de trabajadores europeos, lo que igualmente resolvería el segundo de ellos, ya que el “culpable” por nuestro subdesarrollo sería la enorme cantidad de negros. Exprimida por esos dilemas, la elite intelectual brasileña promovió la idea de la superioridad racial blanca, justificando, por otro lado, la exclusión estructural del negro.

El Brasil debería ser blanco para ser desarrollado. Y, para eso, tendría que librarse de la mancha social heredada de casi cuatro siglos de esclavitud: el negro. Y esconder que la causa del subdesarrollo de nuestro país era la dominación imperialista (británica primero, y después estadounidense), pasando esa responsabilidad para el enorme contingente de negros.

Sin embargo, sólo esa justificación no sería suficiente. La superioridad numérica de afro-brasileños y la repercusión mundial de la revuelta negra de 1814, en Haití, en la cual los esclavos diezmaron a sus señores, desaconsejaba la imposición de una legislación separatista en el Brasil, como ocurrió en los Estados Unidos, donde los negros y las negras representan apenas 13% de la población.

Por eso, mientras en los Estados Unidos predominó la idea de la supremacía racial “blanca”, con códigos y leyes segregacionistas bien claras, en el Brasil la estrategia de dominación adoptada fue la de la superioridad racial de cuño más ideológico, amparada en la idea de democracia racial.

Una ideología al servicio de la dominación
 
La idea de democracia racial implica decir que existe igualdad de oportunidades entre los individuos pertenecientes a todas las razas. Si es así, la repuesta para el hecho de que la población negra esté en la base de la pirámide social está en sus propias características (tenidas como “debilidades”) raciales.

Es bueno recordar que la burguesía brasileña, por ser blanca, precisaba también justificarse en tanto grupo racial dominante. El mito de la democracia racial surgía, así, como ideología justificadora de la dominación de clase y de raza en nuestro país.

De ese mito derivaron otros como el de la incapacidad del negro para el trabajo y la tendencia a ser holgazanes, cachaceiros [borrachos, bebedores de cachaça –la más popular bebida alcohólica destilada del Brasil], perezosos, criminales y, en la mejor de las hipótesis, tener una “tendencia” a la emotividad, a la música y al deporte. En relación con la mujer negra, surgió el mito de la mulata, con tendencia a mantener relaciones sexuales extraconyugales.

El blanco sería lo opuesto a todo eso, con tendencia a la honestidad, a la racionalidad, al progreso, a la civilización, y al desarrollo. Todo ese campo de ideas y mitos fue construido para justificar la sustitución del trabajador nacional, el negro, por el trabajador extranjero, blanco europeo, así como para naturalizar la dominación de un grupo racial minoritario sobre la gran masa negra marginalizada.

Como la dominación de clase, combinada con la opresión, se mantuvo, el mito de la democracia racial permanece hasta hoy como escudo ideológico de esa dominación/opresión.

División de los trabajadores en pro del capital
 
Además de preservar el capitalismo y la dominación de clase y de raza, ese mito naturaliza el elevadísimo índice de violencia policial practicada contra la población negra en el Brasil.

La “lógica” perversa que lleva a esta situación parte de la idea de que la exclusión del negro no está en la forma en la que fue estructurado el capitalismo brasileño y sí en su supuesta inferioridad racial. Así, no es la estructura de la sociedad la que debe ser transformada sino, sí, los negros, que deben ser “ajustados” al mundo capitalista. Y ese “ajuste” cabría a las fuerzas policiales.

Por otro lado, la incomprensión de la importancia de la lucha contra el racismo juega aún un papel divisionista dentro del propio proletariado brasileño. El stalinismo no ve que el racismo divide a los trabajadores. Por eso defiende que es la lucha contra el racismo lo que divide a los trabajadores.

Llevados por esa misma idea, la banca del Partido Comunista Brasileño (PCB) votó, en 1951, contra la Ley Afonso Arinos, que pretendía combatir prácticas de discriminación racial. El alegato fue que esa ley dividía al proletariado, ya que el problema en el Brasil era exclusivamente de clase.

El Comité Afro-Brasileño, organizado en 1945 en el interior de la Unión Nacional de Estudiantes (UNE) por los activistas negros Abdias do Nascimento, Agnaldo de Oliveira Camargo y Sebastião Rodrigues Alves, fue disuelto bajo la misma alegación y sus fundadores, expulsados de la entidad. Según Abdias, “el motivo que justificaba nuestra expulsión [es que] ¡éramos racistas!.

El proceso de selección racial al interior del proletariado brasileño y el mito de la democracia racial llevaron a muchas organizaciones clasistas a no ver que es el racismo el que divide a nuestra clase y no la lucha por su eliminación.

La perversa verdad por detrás del mito
 
Los datos divulgados por el propio gobierno demuestran que el mestizaje racial (factor biológico) no democratizó las relaciones entre las razas (factor político y social). Eso, porque la riqueza de nuestro país no fue “mezclada”.

Las tierras no fueron democratizadas, así como el acceso al conocimiento. Ni aun la violencia fue democratizada. En los últimos diez años de gobiernos del PT, los homicidios practicados contra jóvenes blancos disminuyeron 33%, en tanto que entre los jóvenes negros crecieron 23,4%. Los negros, que representan 52% de la población brasileña, aparecen con 67% de los habitantes en favelas [villas de emergencia].

En fin, mezclas entre las razas no es una cualidad inherente al portugués; eso es parte de la historia de la humanidad. Por el contrario, el mestizaje del Brasil colonial fue resultado de la violencia sexual practicada por los europeos contra las mujeres negras, a quienes cabía la función de esclava, objeto sexual y reproductora. Fue todo menos el resultado de relaciones amorosas amistosas. Y antes que todo, fruto de la violación practicada por los europeos en función de la escasez de mujeres blancas en la colonia.

Así, lo que la realidad demuestra es que al contrario de una verdadera democracia racial, lo que se creó en el Brasil fue una escala de selección racial en la cual el blanco aparece como tipo ideal. Cuanto más próximo del blanco, más valorizado sería el individuo. Cuanto más negro, más discriminado y excluido.

Esa idea de jerarquía de valorización racial (teniendo el color de la piel como parámetro) es lo que hace que muchos negros y negras intenten huir de su identidad racial, buscando aproximarse de varias formas al modelo blanco-europeo. Esa es la realidad que debe ser considerada y enfrentada. Ella no es el resultado de una supuesta incapacidad racial del negro sino producto del racismo brasileño.

Un combate de raza y clase
 
La inserción del negro en la sociedad colonial era casi imposible, pues significaba la negación de tal sociedad. Ser libre en el esclavismo era sinónimo de dejar de ser esclavo y, por lo tanto, destruir el propio esclavismo. Eso generaba un enfrentamiento violento de clase contra clase: los propietarios de los esclavos contra los esclavos.

No hay dudas de que la forma más importante de lucha del negro contra el esclavismo fue la fuga y la construcción de los quilombos[1]. Por ser el esclavismo una sociedad inmóvil, sin posibilidad de expansión social, no existía alternativa para el negro, a no ser negarla.

No obstante, la longevidad de la mayoría de esos “quilombos” sólo fue posible como consecuencia del alto nivel de solidaridad que los quilombolas [habitantes de los quilombos] mantenían con diversas camadas sociales que estaban al margen del sistema esclavista. Y la importancia de los quilombolas se traduce en la cantidad de soldados que fue movilizada para destruir el Quilombo de Palmares[2], muy superior al contingente utilizado por Holanda [hoy Países Bajos] para invadir el Nordeste brasileño.

Con la abolición de la esclavitud fueron surgiendo nuevas formas de relaciones sociales y nuevas ideologías de acomodación social. Las ilusiones, o aun la posibilidad de expansión social en el capitalismo, crearon movimientos negros de lucha por inserción y no de negación de este sistema.

Ceder al mito es capitular al sistema
 
Si durante la esclavitud colonial para la inserción del negro era condición la negación del esclavismo, en el capitalismo la “inclusión” del negro pasa a ser sinónimo de afirmación de ese nuevo sistema.
No queremos decir con esto que los negros y sus movimientos tengan que abandonar la lucha por la entrada de esa población en el mercado de trabajo. Pensar así sería un absurdo incorregible, aun cuando hay sectores de la ultra izquierda que defienden esa posición, por ejemplo, poniéndose en contra de las políticas de acciones afirmativas como las cuotas raciales[3]. Por otro lado, en el Brasil ningún grupo social tiene más motivos para luchar por la destrucción del capitalismo que los negros.

La participación de las entidades del movimiento negro en la Secretaría Especial de Promoción de Políticas de la Igualdad Racial (Seppir) refleja las ilusiones de esos sectores sobre la posibilidad de reformar el capitalismo y darle un “rostro” más negro.

A pesar de ser el resultado de las movilizaciones históricas de las entidades negras, esas secretarías funcionan como espacios simbólicos, sin presupuesto, sin estructura y sin autonomía política. Legitiman los ataques de los gobiernos contra la población negra.

Al mismo tiempo, centenas de militantes negros fueron cooptados por esos gobiernos provocando una desmovilización histórica en el movimiento negro brasileño.

Cuando esos movimientos se limitan a “reformar” el capitalismo –o apoyan abiertamente a gobiernos burgueses con la ilusión de crear una clase media o una burguesía negra– lo hacen embriagados por la ideología del blanqueamiento, a través de la cual la burguesía intenta inmovilizar o acomodar a la masa negra para preservar el capitalismo y dividir al proletariado.

La igualdad sólo vendrá con el socialismo
 
Oponerse a luchar por la transformación de la estructura del sistema que dio origen al racismo brasileño significa actuar en los límites de la democracia racial y de la ideología del blanqueamiento.

Para el PSTU, el debate racial y el de clase tienen importancia fundamental en el debate de la estrategia socialista para el Brasil, ya que, en la composición racial de nuestra sociedad, los negros no aparecen como capitalistas. Son la mayoría de la clase obrera.

Un siglo después de la abolición de la esclavitud los negros representaban apenas 0,4% de los empresarios del país. Cuanto más se desarrolla, más desigual se ve la sociedad brasileña desde el punto de vista racial.

Las mayores desigualdades de salarios medios entre negros y blancos están en los municipios con más de 500.000 habitantes. Y la capital en la que esa diferencia se torna aún mayor es precisamente Salvador [Bahía], no por coincidencia la capital más negra del Brasil. El Atlas Racial Brasileño de 2010 muestra, aún, que negros y negras representan 65% de los pobres brasileños, la mitad de la población negra del país.

Esos datos muestran que ni el PSDB [Partido de la Social Democracia Brasileña] ni el PT consiguieron democratizar las relaciones raciales en el Brasil. Por eso, el movimiento negro debe romper con esos gobiernos.

La izquierda socialista, por su parte, precisa entender que la liberación del proletariado brasileño pasa también por una política de combate permanente al racismo. Sin una pauta racial que ponga en movimiento el vasto proletariado negro, la revolución brasileña andará como un automóvil sin motor. Lo mismo cabe para los grupos que creen en la posibilidad de acabar con el racismo sin modificar la estructura de la sociedad que lo creó.

Artículo publicado en Opinión Socialista N.° 472 – noviembre de 2013

[1] Quilombo es una palabra portuguesa de origen africano, de la lengua quimbundu, que en el Brasil designa a los emplazamientos donde vivían los esclavos fugitivos que habían escapado de las plantaciones y minas controladas por esclavistas portugueses.

[2] Quilombo dos Palmares fue uno de los mayores territorios libres de esclavitud que existió en el Brasil entre 1580 y 1710. Estaba integrado por varias aldeas y organizado por esclavos negros fugitivos y sus descendientes, aunque también existió mestizaje con indígenas y minorías blancas. El último de sus líderes fue conocido como Zumbi dos Palmares.

[3] En el Brasil, las cuotas raciales se consideran acciones afirmativas para paliar las desigualdades sociales, económicas y educativas entre las razas, y se aplican a los negros y los indios. En algunas universidades se destina una parte de las plazas vacantes a los denominados “pardos” o “marrones”.

Traducción y notas: Natalia Estrada

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