Jue Mar 28, 2024
28 marzo, 2024

140 años del fin de la Guerra Grande: el fin de una revolución

Primero de Marzo de 1870, campamento paraguayo en Cerro Corá. Hasta tan alejado e inhóspito punto de la República habían llegado los restos de todo un pueblo levantado en armas para defender su independencia, soberanía y dignidad.

No eran más de 400 los hombres, mujeres, niños y ancianos que, aún enfermos, heridos y hambrientos, se reportaron “prestos para el combate” en la última revista realizada por el Mariscal Francisco Solano López. Una fuerza de más de 15.000 hombres bien armados, al mando del General brasileño Correa da Cámara, se aproximaba al reducto defendido por los paraguayos. La copa estaba servida, era preciso beberla.

Tras una “batalla” que no duró más de 15 minutos, los últimos defensores del suelo guaraní fueron masacrados. Solano López, conductor inquebrantable de la resistencia paraguaya, inscribía su nombre en la gloriosa historia de la lucha por la independencia total de los pueblos.  Desde los primeros campamentos en Cerro León, la consigna que guió a cada soldado paraguayo había sido la de vencer o morir. Cinco largos años de penurias e insufribles sacrificios habían pasado. Cientos de miles de anónimos héroes dormían el eterno sueño en los campos de batalla de la patria invadida. No iba ser ésta la excepción ni López el que rehúya aquel supremo deber. Decidió pelear hasta el fin, decidió inmolarse con su pueblo, decidió “morir por su patria”. 

Con la muerte del Mariscal terminaba la Guerra de la Triple Alianza y llegaba a su fin la primera revolución radical de América Latina. Esta fue una guerra de conquista y exterminio orquestada y financiada por el naciente imperialismo inglés, que se valió del Imperio del Brasil, la Argentina de Mitre y el Uruguay de Flores para destruir al Paraguay.

El único país que conquistó la independencia absoluta

Richard A. White, analizando el proceso independentista en América, afirmó: “Las revoluciones de la Independencia de América Latina (1810-1826), al romper los lazos imperiales, sólo desprendieron el eslabón político y económico que la sujetaba a España Las nacientes repúblicas latinoamericanas conquistaron su independencia política pero sólo cambiaron su dependencia económica de la nación española por la de aquellas más industrializadas de Europa (…) La condición básica de la vasta mayoría de los americanos permanecía siendo la misma: sólo cambiaron de amos” [1].

La única revolución de independencia que cuestionó este esquema general fue la paraguaya. Iniciada en 1811, fue la única revolución que rompió toda atadura política y económica con el imperio español y las pretensiones centralistas de la Junta de Buenos Aires que, luego de independizarse de España, comenzó a actuar como sub-metrópoli de los intereses británicos en el Río de la Plata.

En el Paraguay se dio, en esos años, un profundo proceso de revolución burguesa. Fundamental papel desempeñó el Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia, que al darse la revolución del 25 de Mayo en 1810 que derrocó al Virrey español en Buenos Aires, defendió en Asunción la tesis revolucionaria de que, caducado el poder español, la soberanía retornaba naturalmente al pueblo paraguayo. El Paraguay, según Francia, al igual que el pueblo argentino, tenía todo el derecho a ser soberano y no depender de una nueva metrópolis, como pretendía erigirse la oligarquía porteña de entonces.

El 24 de julio de 1810, en una “reunión de notables” convocada por el gobernador español Velasco en Paraguay, mientras los representantes de la oligarquía asuncena discutían si debía jurarse lealtad a Carlos IV o Fernando VII, el Dr. Francia hizo su alegato: "Esta Asamblea no perderá su tiempo debatiendo si el cobarde padre o el apocado hijo es rey de España. Los dos han demostrado su débil espíritu y su desleal corazón. Ni el uno ni el otro puede ser ya rey en ninguna parte. Más sea o no rey de España el uno o el otro, ¿qué nos importa a nosotros? Ninguno de ellos es ya rey del Paraguay. El Paraguay no es el patrimonio de España, ni provincia de Buenos Aires. El Paraguay es Independiente y es República”, y continuo argumentando, "la única cuestión que debe discutirse en esta asamblea y decidirse por mayoría de votos es: cómo debemos defender y mantener nuestra independencia contra España, contra Lima, contra Buenos Aires y contra Brasil; cómo debemos fomentar la pública prosperidad y el bienestar de todos los habitantes del Paraguay; en suma, qué forma de gobierno debemos adoptar para el Paraguay. Mis argumentos en favor de mis ideas son éstos: y de las faltriqueras interiores de su casaca sacó dos pistolas pequeñas, diciendo: la una está destinada contra Fernando VII, y la otra contra Buenos Aires" [2].

Por su firme e inflexible declaración de independencia y su constitución en República, política impulsada por inéditos Congresos Populares y mantenida con mano de hierro por el Dr. Francia, el Paraguay sufrió un brutal bloqueo económico y expediciones militares de parte de los porteños.

El “aislamiento” del país, no fue un deseo de Francia sino una imposición externa que buscaba quebrar la independencia paraguaya. Debido al bloqueo económico de Buenos Aires – que se concretaba en la obstrucción a la libre navegación de los ríos y en onerosos impuestos a los productos nacionales-, Rodríguez de Francia se vio obligado a impulsar cambios radicales en la estructura económica paraguaya.

El dictador impulsó, con amplísimo apoyo popular, una reforma agraria sin paralelo en América Latina, confiscando las tierras de los españoles, criollos ricos, porteñistas y el clero católico. Con las tierras confiscadas, el Estado estableció campos comunales, las “Estancias de la Patria”, que producían de manera diversificada los productos agrícolas y el ganado vacuno que el pueblo precisaba. De la antigua economía colonial basada en el monocultivo, el Paraguay comenzó a producir lo que necesitaba e, incluso, a generar excedentes de lo que antes importaba. El Estado monopolizó el comercio exterior, prohibió la salida de metales preciosos y planificó la producción en las tierras comunales en base a las necesidades del pueblo. Bajo la dictadura revolucionaria del Dr. Francia, el “jacobino de América”, comenzó además el primer sistema de educación y red de obras públicas; ésta última financiada con la confiscación en moneda dura de las enormes fortunas de las élites española y criolla comerciante. El nuevo modelo económico empezó a desarrollar una incipiente industria. El comercio interno se estimuló mediante las “Tiendas del Estado”, donde se ofertaba a bajo precio los productos de las Estancia de la Patria y de las pequeñas industrias.

El objetivo de Francia fue el conformar y consolidar una burguesía nacional independiente, constituyendo un fuerte Estado-Nación. Esta estrategia, en ésa época histórica, era progresiva.

No es casual el odio y las calumnias que vomitan, hasta hoy, los ideólogos del liberalismo contra la dictadura francista. Francia liquidó a la oligarquía española y a los criollos latifundistas y comerciantes. Éstos, cuando vieron amenazados sus negocios por la política inflexible del gobierno, abdicaron de la causa independentista y conspiraron para derrocar a Francia y poder así entrar en componendas con la oligarquía porteña, que negaba la independencia del Paraguay por considerarlo una “provincia” más de su confederación.

La continuidad de la política de Francia bajo los López

Los López, Carlos Antonio y Francisco Solano, fueron los continuadores de esta obra. Permanecieron firmes en su defensa de la independencia y en la lucha por el reconocimiento del Paraguay como República soberana.

El control estatal sobre los sectores estratégicos de la economía y sobre el comercio exterior continuó. Mediante esto, el Paraguay tenía una balanza comercial con saldo positivo y una moneda estable, lo que permitía realizar inversiones de capital sin recurrir a empréstitos. No existía deuda externa con ninguna otra nación, todo lo que el Paraguay compraba lo hacía al contado. Tras la caída de Rosas, en 1852, se estableció la libre navegación por el Paraná, con lo cual el comercio paraguayo se potenció enormemente. No obstante, el Estado siguió aplicando medidas proteccionistas.

Las Estancias de la Patria llegaron al número de 65, con lo cual se abastecía el mercado interno y el ejército nacional.

Con el inmenso poder económico que detentaba el Estado a la muerte de Francia, los López se dedicaron a introducir mayores progresos técnicos al país. En lugar de “importar capitales” y endeudarse con el imperio británico como hacían sus vecinos, el gobierno paraguayo contrató técnicos extranjeros y becó en Europa a una serie de jóvenes prometedores.

El país transitaba el camino a la modernidad. Sin un peso de “capital extranjero”, en el Paraguay se inauguró el primer ferrocarril de América latina y se botó el primer buque construido en esta parte del continente, el Yporâ, salido de los astilleros de Asunción. La Fundición de Ybycui trabajaba las 24 horas y fundía una tonelada de hierro por día. Mientras en Brasil y Argentina, convertidos en neo-colonias, se importaba de todo, en el Paraguay se fabricaba desde utensilios domésticos hasta armas e implementos agrícolas. Paraguay era el único país sin deuda externa y prácticamente sin analfabetos. Estaba dotado de un respetable parque industrial, de flota mercante, de telégrafo y astilleros. Tenía los depósitos abarrotados de yerba y tabaco para la exportación, así como de alimentos para el pueblo.

 El Paraguay era, sin dudas, la nación más progresista de América y en donde se estaba conformando una burguesía nacional autónoma. Hasta el propio Cónsul norteamericano, Edward A. Hopkins sentenciaba.: “es la nación más poderosa del nuevo mundo, después de los EE.UU. (…) su pueblo es el más unido, el gobierno es el más rico que el de cualquiera de los Estados de ese continente (…)”.

Mientras los López lo hacían todo mediante el propio esfuerzo de la nación, el presidente argentino, Bartolomé Mitre decía al inaugurar el ferrocarril del Sud: “Démonos cuenta de este triunfo pacífico, busquemos el nervio motor de estos progresos y veamos cual es la fuerza inicial que lo pone en movimiento ¿cuál es la fuerza que impulsa este progreso? ¡Señores, es el capital ingles!” [3]. Este era el problema central. El progreso autónomo paraguayo echaba por tierra todos los postulados sobre el “libre comercio”, la “libre empresa” y el “capital extranjero” que los gobiernos liberales del Plata, alineados detrás de Inglaterra, tanto vociferaban.

Una guerra de extermino al servicio de Inglaterra

Pero no es posible liberar a un pueblo impunemente. En un comercio mundial dominado por el naciente imperialismo inglés, que exportaba el 70 por ciento de su producción y que extraía prácticamente toda la materia prima de los países atrasados a bajísimo costo, el desarrollo independiente del Paraguay era un muy mal ejemplo dentro de la región. No se podía admitir ninguna experiencia, por más lejana y aislada que fuere, que contestara esta estructura de dominación colonial o neo-colonial. El capitalismo comenzaba su fase monopolista, el imperialismo estaba naciendo y ningún desarrollo autónomo en los países coloniales o periféricos podía ser tolerado. El Paraguay estaba evolucionando en forma independiente hacia el capitalismo industrial y para la burguesía monopolista inglesa esto resultaba inaceptable. La división internacional del trabajo, el engranaje de la explotación, debía mantenerse a sangre y fuego.

Esta fue la causa central de la Guerra de la Triple Alianza. El objetivo era destruir la estructura económica y política independiente del Paraguay e incorporarlo al mercado mundial como colonia miserable, como productor de materias primas y consumidor de productos manufacturados provenientes del imperialismo y sus metrópolis [4].

Obviamente, cuando no, la guerra se presentó con el objetivo de “llevar la libertad y la civilización” al Paraguay y de “acabar con la tiranía de López”. Por “libertad”, aclárese, los liberales entendían libertad de explotar al pueblo y los recursos del Paraguay. El agente ingles Hope, expresaba así las verdaderas intenciones: “Yo supongo, si el tráfico se abriera, cerca de un millón y medio de dólares (i.e. pesos) sería el valor de las manufacturas británicas que pudieran introducirse anualmente en Paraguay”. En el mismo sentido, el diario de Mitre, expresaba:La República Argentina está en el Imprescindible deber de formar alianza con Brasil, a fin de derrocar esa abominable dictadura de López y abrir al comercio del mundo esa esplendida y magnífica región que posee además los mas variados y preciosos productos de los trópicos y ríos navegables para exportarlos” [5]. Más claro aún era el representante diplomático de EEUU, Charles Washburn: “Por su torpeza y ceguera junto con otros pecados, el pueblo paraguayo merece el completo exterminio que lo espera. El mundo tendrá justo motivo para congratularse cuando no haya en él una sola persona que hable el endiablado idioma guaraní” [6].

La  guerra se hacía contra el tirano, no contra el pueblo paraguayo, decían los aliados. Puras mentiras. La Guerra de la Triple Alianza fue una guerra de exterminio, un genocidio ejecutado conscientemente. Murió más de la mitad de la población total y casi el cien por ciento de la población masculina adulta. Como el propio Duque de Caxias, comandante brasileño y jefe de las fuerzas aliadas lo expresara al Emperador Pedro II, la guerra era para “convertir en humo y polvo toda la población paraguaya, para matar hasta el feto en el vientre de la madre” [7].

 Lejos de estar “en tres meses en Asunción”, como fanfarroneaba Mitre al inicio de la guerra, cinco largos años le costó a los ejércitos de tres naciones, financiadas y equipadas con el mejor armamento y flota militar de la época, el acabar con la resistencia feroz de un pueblo que luchaba por su revolución, por sus conquistas económicas, sociales y culturales. La prolongación de la guerra, estando el Paraguay completamente bloqueado, se explica solamente por los progresos acumulados de la estructura económica autónoma de la nación, que fabricaba sus propias armas y autoabastecía a sus ejércitos. La muerte del Paraguay soberano estaba sentenciada. Sin embargo, antes de morir, su pueblo iba a dar al mundo una de las más gloriosas y trágicas muestras de heroísmo e inmolación por una causa.

Los verdaderos vencedores

El genocidio estaba consumado. En palabras del General Domingo F. Sarmiento, presidente argentino desde 1868 a 1874, la guerra concluía “por la simple razón, que matamos a todos los paraguayos mayores de diez años” [8].

El Paraguay perdió alrededor de ciento cuarenta mil kilómetros cuadrados de su territorio (mayor que la extensión de Santa Catarina y Río de Janeiro juntos), su industria de base fue destruida y se convirtió, desde entonces, en colonia de colonias.

El único vencedor del mayor conflicto armado en Sudamérica fue el imperio británico. Aniquiló al pueblo que se oponía a su dominación y terminó dominando completamente a las naciones que ayudaron a destruirlo. El Brasil, la Argentina y el Uruguay quedaron con exorbitantes deudas externas y atadas políticamente a los designios del imperialismo ingles, hegemónico en la época. Los ingleses financiaron la guerra con un total de 61,5 millones de libras a través de la banca de Baring y Rothschild.

Tras la derrota, con la colaboración de gobiernos cipayos, se remataron las tierras del Estado paraguayo a capitalistas de Londres, Nueva Cork, Ámsterdam, Buenos Aires o Rio de Janeiro. El campesino paraguayo, por primera vez en décadas, quedó convertido en extranjero en su propia tierra. La fundición de Ybycui fue destruida por las tropas aliadas. El ferrocarril, orgullo del antiguo progreso paraguayo, fue vendido a los ingleses. El Paraguay, que terminó la guerra sin un sólo centavo de deuda externa, contraía ahora empréstitos con la banca británica e hipotecaba sus tierras fiscales.

¡Por la segunda independencia del Paraguay y América Latina!

Desde 1870 hasta nuestros días, la historia del Paraguay es la historia, por un lado, de la dependencia total al imperialismo que garantizan los sucesivos gobiernos títeres y, por otro, el de la resistencia popular contra el saqueo y explotación neo-coloniales.

Frente a la dominación imperialista, a sus designios de recolonizar el Paraguay y toda América Latina, se impone la más resuelta lucha por conquistar la Segunda Independencia.

Hoy, al igual que en la era colonial, todos los recursos naturales y el producto del trabajo de todo el pueblo sirven para el enriquecimiento de las burguesías imperialistas y no para el desarrollo de nuestros países. Hoy, la lucha por la segunda y definitiva independencia significa romper con la dominación económica, política y militar del imperialismo estadounidense, europeo y de cualquier tipo. Implica la expulsión y la confiscación de la propiedad de las empresas transnacionales y la ruptura radical con el FMI, el Banco Mundial, la OMC y toda institución económica y política imperialista.

Esta tarea ya no está en las manos de ninguna burguesía nacional –que actúan como agentes del capital imperialista a cambio de migajas- sino de la clase obrera, el campesinado pobre y todo el pueblo explotado. Ninguna burguesía nacional, en esta época histórica marcada por el imperialismo como fase superior del capitalismo, cumple ni puede cumplir un papel progresivo o independiente de las potencias mundiales. La lucha por la independencia de nuestros países del yugo imperialista, es una lucha que debe librarse –y se libra- en contra de las propias burguesías nacionales y sus gobiernos.

En este sentido, las tareas de la revolución democrático-burguesa en los países coloniales o semi-coloniales (soberanía nacional, reforma agraria, libertades democráticas etc.) pasaron a manos del proletariado y su principal aliado, el campesinado pobre. Estas tareas democrático-burguesas se combinan inmediatamente con las tareas socialistas bajo un proceso de revolución permanente, cuya victoria y consolidación depende de un poder obrero, democrático e internacionalista. En otras palabras, las tareas de liberación nacional, no pueden desligarse de las tareas de liberación social e internacional.

El objetivo de Francia y los López de desarrollar una fuerte burguesía nacional y de colocar sobre sus hombros la defensa de la independencia nacional y de la propia revolución democrático-burguesa correspondió a una época histórica que no existe más. Esa estrategia política de clase, cupo a la época de ascenso del sistema capitalista, cuando éste era progresivo y aún desarrollaba las fuerzas productivas.

Entrado en su fase imperialista, de decadencia y crisis, el capitalismo mundial demostró que no puede ofrecer ya ningún progreso a la humanidad. Ya no desarrolla las fuerzas productivas de la sociedad. No existe ningún avance de la técnica que no genere la destrucción del ser humano y la naturaleza. Sólo la ruptura con el imperialismo y el capitalismo posibilita en nuestros días el desarrollo de las fuerzas productivas.

Por este motivo, pretender que sea la burguesía nacional la que lleve adelante las tareas de la revolución democrática, es decir, la defensa de la soberanía o la reforma agraria, no constituye más que una utopía reaccionaria.

La batalla por la independencia total frente a cualquier dominio expoliador y extranjero se concreta en la lucha por la revolución socialista internacional y la instauración de un gobierno obrero, campesino y popular, bajo el régimen de la dictadura revolucionaria del proletariado.

Esta tarea, en la actual época histórica, está en las manos callosas de la clase trabajadora paraguaya y mundial. Nuestro mejor homenaje al heroísmo sin par del pueblo paraguayo de ayer, inmolado en Cerro Corá, es empuñar con fuerza la bandera roja del socialismo revolucionario, única vía para conquistar la liberación total de los oprimidos de nuestro país y el mundo entero.


[1] White, Richard Alan: La Primera Revolución Radical de América. Ediciones la Republica. Asunción, 1984, Pág. 1. Todos los subrayados son nuestros a menos que se indique lo contrario.

[2] Testimonio de Fray Francisco Javier de Bogarín, en "Historia Colonial del Paraguay y Rio de la Plata" de Cecilio Baez.

[3] www.lagazeta.com.ar

[4] Se debe señalar que, en esos años, debido a la Guerra de Secesión en los EE.UU., Inglaterra dejó de recibir algodón del sur de este país. Esto generó una fuerte crisis, paralización de fábricas y miles de desocupados. La falta de esta materia prima no solamente hacía parar las fábricas de tejidos, sino todo el complejo industrial de transportes. Era preciso, para el imperio británico, conquistar nuevos territorios que provean este insumo. 

[5] La Nación Argentina. 3 de febrero de 1865, citado en www.lagazeta.com.ar

[6] Chiavenato, Julio: Genocidio Americano. La Guerra del Paraguay. Carlos Schauman Editor. Asunción, 1984. Pág. 148

[7] ídem, Pág. 174

[8] ídem, Pág. 78

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