Vie Mar 29, 2024
29 marzo, 2024

Prólogo al Veredicto de la Historia de Martín Hernández

El libro que el lector o lectora tiene en sus manos [publicado en 2009] es una recopilación de algunos trabajos que Martín Hernández ha venido publicando en los últimos años en la revista Marxismo Vivo, en Conferencias, Seminarios o Foros Sociales como el Porto Alegre.

Han transcurrido ya veinte años desde el fin de la Unión Soviética y algunos más desde que el capitalismo fue restaurado en el “bloque socialista”. Durante estos años la ofensiva ideológica del capitalismo se convirtió en un griterío ensordecedor. Anunciaron la “muerte del socialismo”, la “superioridad del capitalismo” y declararon obsoletos el marxismo y las ideas revolucionarias. Pronosticaron una nueva era de distensión, paz y progreso.

Pero la vida no dejó margen para estos vendedores de crecepelo. Las guerras, las revoluciones y la descomunal crisis económica que hoy sacude los cimientos del sistema ponen las cosas en su sitio…y el debate para millones de trabajadores y jóvenes en el mundo vuelve a ser el mismo ¿qué salida tiene esto?

El capitalismo, en su decadencia, hace asomar cada vez más los síntomas inequívocos de la barbarie. La disyuntiva histórica “socialismo o barbarie” recobra nuevos bríos y exige poner al día el socialismo como salida a la crisis en que está inmersa la humanidad. Hasta los más ardorosos defensores del sistema se ven forzados a hablar de que hay que “refundar el capitalismo”.
Entonces el trabajo de Martín Hernández cobra especial relevancia, porque no se puede hablar de salida socialista sin un balance riguroso de la experiencia “socialista” de casi siete décadas.

Creo imprescindible resaltar el rigor y el criterio marxista con que el autor aborda el problema. Precisamente porque no es éste, por desgracia, el criterio al uso de muchos llamados marxistas.

Las épocas de grandes crisis sociales, cuando se dan en medio de una crisis de dirección revolucionaria, de ausencia de referentes políticos que canalicen las inquietudes y el descontento, generan una sensación de fatalismo e impotencia que lleva a millones de personas a buscar salidas fuera del alcance del ser humano. La mística se apodera de las conciencias y la religión o la fe en cualquiera de sus manifestaciones llena el hueco que deja la ausencia de una salida colectiva y revolucionaria.

Muchos de los llamados marxistas no sólo abrazaron la mística, sino que pusieron sus conocimientos al servicio de propagar entre los trabajadores y la juventud la fe en nuevos salvadores. Solo esto explica su empeño en convencernos de que un Teniente Coronel de las Fuerzas Armadas de un ejército burgués, respetando y apoyándose en esa misma institución -columna vertebral del Estado burgués-, nos conducirá al socialismo del Siglo XXI. Sólo esa ola mística explica que los testarudos hechos de la realidad ni conmuevan a muchos doctos marxistas.

Para quien aborde la lucha por el socialismo desde el prisma de la fe, el presente libro no tiene interés alguno. Sólo le reafirmará en que tan sacrílego autor no merece mejor suerte que el tránsito por el desierto donde llueve fuego reservado a los traidores en el infierno de Dante.

Pero para quien pretenda retomar la batalla desde el socialismo científico, partiendo del primer principio de un marxista: el de la realidad, y sin desconocer décadas de experiencia “socialista”, el libro le será sin duda de interés, más allá de los acuerdos o desacuerdos con los análisis y conclusiones del libro.

El autor, refiriéndose a los acontecimientos del Este europeo, afirma: “Muchos entendieron que las movilizaciones de las masas y la restauración eran parte de un mismo proceso, cosa que no fue así”. Y explica cómo, por el contrario, la oleada de movilizaciones que sacudió la ex URSS y los países del Este a finales de los 80 se enfrentó precisamente a las consecuencias de una restauración capitalista que venía de lejos. No fueron los trabajadores los que “tiraron el agua sucia con el niño dentro”. La clase obrera del Este europeo intentó en sucesivas ocasiones sacudirse el yugo de la burocracia estalinista y retomar el camino socialista, pero su lucha fue ahogada en sangre en Berlín, Hungría, Polonia y Checoslovaquia.

La historia dictó, 50 años más tarde, su veredicto sobre el pronóstico del viejo Trotsky: “Cuanto más tiempo esté la URSS cercada de capitalismo, tanto mas profunda será la degeneración de los tejidos sociales. Un aislamiento indefinido debería traer inevitablemente, no un comunismo nacional, sino la restauración del capitalismo”.

Pero el autor no se detiene aquí, porque el debate no se limita a un estudio retrospectivo, sino que debe servir para entender el presente y preparar el futuro. Y ahí viene la parte sin duda más polémica del trabajo de Martín Hernández: sus conclusiones actuales sobre China y Cuba.

China: ¿ un “estado obrero burocratizado” o una semicolonia del imperialismo?

Hace unos tres años la LITci organizó un seminario internacional sobre la restauración capitalista. Martín Hernández sostuvo en su exposición que en China no sólo se había restaurado el capitalismo sino que, contra la opinión mundial dominante, lejos de estar ante el surgimiento de una nueva gran potencia, la restauración condenaba a este gigante asiático a convertirse en una colonia o semicolonia del imperialismo.

Todos los propagandistas de China han hecho en estos años loas a su crecimiento económico y asociado “reformas” a éxito. Pero basta ver los datos del Gobierno chino para observar cómo el proceso, desde 1978 hasta hoy, ha generado tal desigualdad social que para compararla hay que remitirse a la época colonial anterior a la revolución de 1949.

Millones de trabajadores en el mundo saben que el crecimiento del que se vanaglorian sus gobiernos es para ellos precariedad, pérdida de derechos, desigualdad y miseria. China ha llevado esta norma a los extremos más brutales. Estos años de “reformas” han sido para los trabajadores y campesinos chinos un azote salvaje. Ya en el 2006, antes del estallido de la actual crisis económica, el desempleo urbano chino rondaba los 24 millones de trabajadores. Entre 1998 y el 2006, 28 millones de trabajadores de empresas estatales perdieron su empleo. 100.000 de esas empresas fueron eliminadas por quiebra, fusión o reestructuración. En un sistema como el chino, donde las empresas estatales estaban obligadas a garantizar vivienda, servicios públicos y prestaciones sociales “desde la cuna a la tumba”, los despidos y cierres significaron para millones de trabajadores quedarse de golpe sin empleo, sin vivienda, sin sanidad y sin escuela.

En 1960 la red sanitaria china estaba considerada como una de las más avanzadas del mundo, pese a ser un país gigantesco: el 80% de los campesinos tenía acceso a la red sanitaria financiada a escala local. Según estadísticas oficiales de 2006, únicamente el 22,5% de los habitantes rurales tiene servicio médico y más de la mitad de la población china no tiene acceso a asistencia medica en caso de enfermedad.

La vivienda, como en otros países capitalistas con boom inmobiliario, se ha convertido en un drama social. Las empresas constructoras, de la mano de las autoridades, saquearon el suelo. Burócratas locales, secretarios del Partido y la llamada “pujante clase empresarial” saquearon el suelo, recalificando los terrenos y expropiando a los campesinos y habitantes de los barrios populares. En un país donde los derechos democráticos más básicos no son respetados, se documentaron entre el 2000 y 2006 más de un millón de casos de expolio ilegal del suelo.

Alrededor de 160 millones de personas, huyendo de la miseria del campo, se hacinan alrededor de las grandes ciudades de la costa Este, en busca de trabajo en la construcción, la industria ligera o el textil. Las autoridades los tratan como inmigrantes, a los que se les exige un permiso de residencia (hukou) que se les niega en muchísimos casos, impidiéndoles acceder a los servicios sociales y a la educación de sus hijos. En marzo de 2006 el Gobierno tuvo que adoptar medidas de urgencia porque en las grandes ciudades costeras se habían quedado sin acceso escolar 6,4 millones de niños entre 6 y 14 años.

Viviendo en las más precarias condiciones, estos trabajadores sin derechos conforman las modernas villas miseria del “socialismo de mercado”. Millones de obreros y obreras hacen jornadas sin límite por una remuneración anual media de 1.276 dólares (2006), aunque otras fuentes rebajan estos datos oficiales a 600 dólares/año.

Pese a lo que establece la legislación laboral, sólo disponen de contrato dos de cada 10 trabajadores chinos de la empresa privada. En la construcción, la falta de contrato deja a los trabajadores en la más absoluta indefensión: sin indemnización cuando acaba la relación laboral, sin acceso a los servicios médicos y muchas veces sin los últimos salarios. El desastre es tal que el Gobierno tuvo que aprobar una nueva ley de contratos que entró en vigor en enero del 2008.

En semejantes condiciones la siniestralidad laboral hace estragos. Valga como ejemplo la minería, donde en China hay computadas algo más de 23.000 explotaciones. De ellas 3.200 son propiedad estatal y 22.000 son gestionadas por sociedades privadas. “En los últimos tiempos, alrededor de 7.000 mineros cada año, es decir, el 80% del total mundial, quedaron sepultados bajo tierra en inundaciones u otros accidentes” (Xulio Rios).

Excedería el propósito de un prólogo abundar en datos sobre el deterioro de la educación, la opresión nacional o la situación de la mujer en China. Ponga el lector o lectora todos esos datos a la luz de la actualidad de la crisis económica que sacude el mundo y que ha provocado en China ya más de 20 millones de despidos en los últimos meses y obtendrá la verdadera dimensión del “milagro chino”.

Convertir a China en el “taller del mundo” sólo ha sido posible sobre le expolio de la riquezas, la sobre explotación de los trabajadores y la represión de las protestas a sangre y fuego.

Y de nuevo aquí es donde las tesis de Martín Hernández deben ser sometidas a la prueba de la realidad. “Muchos entendieron que las movilizaciones de las masas y la restauración eran parte de un mismo proceso, cosa que no fue así”. Efectivamente, China ha sido una de las más trágicas demostraciones de cómo las masas, a su manera, enfrentaron las consecuencias de la restauración, sufriendo una masacre para que el capitalismo chino prosiguiera la tropelía.

Este año se cumple el 20 aniversario de los acontecimientos de Tiananmen. En un marco de creciente protesta social a lo largo de toda la década, el año 1989 marcó un salto cualitativo. Las manifestaciones que se venían produciendo confluyeron el 22 de abril en la Plaza de Tiananmen. Más de cien mil trabajadores y estudiantes chinos llenaron esta gran Plaza de Pekín exigiendo, entre otras cosas, que se hicieran públicos los ingresos de los dirigentes del PCC y del Gobierno, al tiempo que solicitaban que se elevaran las dotaciones de becas a los estudiantes y la libertad de expresión, asociación y manifestación.

Unos días antes se había puesto en marcha la Federación Autónoma de Trabajadores de Pekín (Gongzilian) que en apenas unas semanas contaba con más de 20.000 afiliados. También los estudiantes habían constituido sus propias organizaciones como la Asociación Autónoma de Estudiantes. Multitud de grupos se fueron conformando al calor de la protesta social.

Tras varias marchas multitudinarias, el 4 de Mayo los estudiantes, evocando la manifestación estudiantil del 4 de Mayo de 1919 contra el imperialismo japonés, convocaron una gran concentración en la Plaza de Tiananmen. Más de cien mil estudiantes se reunieron desafiando así a las autoridades. Manifestaciones similares se produjeron en otras ciudades como Nankín, Shanghai, Hong Kong o Wuhan.

Desde el 13 de Mayo más de 2000 estudiantes resolvieron instalarse en forma permanente en la Plaza, junto al monumento a los héroes de la revolución y declararse en huelga de hambre. Aquello se convirtió en un peregrinar de miles de personas, centenares de miles en algunos momentos, que iban a manifestar su apoyo.

Las masas chinas, en actitudes heroicas que quedaron grabadas para la historia, impidieron en varias ocasiones la entrada del Ejército en la Plaza, hasta que finalmente en la noche del 4 de junio de 1989 más de 200.000 soldados procedentes de tres regiones militares fueron disolviendo por las calles de Pekín la heroica resistencia que les enfrentaba con barricadas, piedras y cócteles molotov. Tiroteados o aplastados por los tanques cientos de estudiantes y trabajadores de Pekín fueron asesinados. Las autoridades chinas reconocieron oficialmente más de trescientos muertos. Distintos medios de prensa internacional difundieron a cifra de diez mil muertos. Otros estudios más contrastados hablan de entre mil y dos mil muertos y cerca de cinco mil heridos.

Cuba: ¿El último bastión socialista?

Para un sector muy grande de la izquierda mundial, Cuba es hoy el último “bastión del socialismo”. Martín Hernández no comparte esta opinión. Reconoce que “para quien razona de esta forma, el temor por lo que podría suceder con la desaparición de Fidel está ampliamente justificado: el imperialismo norteamericano junto con los ‘gusanos’ se podría aprovechar de la situación para restaurar el capitalismo en la isla”. Pero añade que, si bien “es verdad que están tratando de sacar provecho de la actual situación (…) no es correcto decir que su objetivo sea restaurar el capitalismo por la sencilla razón que en Cuba el capitalismo ya fue restaurado”.

En el último congreso mundial de la LITci se presentó en este debate un texto de José Castillo, un dirigente de la sección argentina de la Unión Internacional de Trabajadores, que polemizaba con la posición de Martín Hernández y sostenía que Cuba sigue siendo un “Estado obrero” aunque “fuertemente burocratizado”. Pero, como la mayor parte de los “defensores de Cuba”, pintaba una realidad que poco tiene que ver con los datos que las propias autoridades cubanas ofrecen.

Por citar algunos ejemplos, según el autor del texto, el problema de la vivienda en Cuba es un tema resuelto ya por la revolución, “Toda familia tiene su vivienda”. Sin embargo, a finales de junio de 2005 se celebró en La Habana El Encuentro Mundial de los Programas de Ciudades Sostenibles. En el mismo, el gobierno cubano presentó un extenso informe donde afirma que casi la mitad de las viviendas en Cuba se encuentran en “regular o mal estado”, a lo que se añade un déficit de más de medio millón de casas. Otros informes elevan ese déficit habitacional a 1,5 millones. Para más desgracia, los huracanes han agravado el problema, dejando un reguero desolador.

El 87% de los cubanos son propietarios de sus casas, si bien la ley no permite vender ni comprar casas, tan solo permutar, y es el Estado quien conserva el monopolio de la compra-venta de viviendas. La falta de inversión en construcción genera una situación muy complicada para miles de cubanos. Las familias crecen o se divorcian y eso genera un auténtico hacinamiento en las viviendas y una búsqueda desesperada de permuta. Esa escasez y las limitaciones legales han hecho aflorar un próspero mercado negro de corredores inmobiliarios que ganan miles de dólares en cada negocio. Así pues, la realidad no sólo parece muy lejos del “toda familia tiene su vivienda”, sino que además éste es uno de los problemas que más descontento genera entre la población.

“Toda familia tiene su vale de racionamiento, recibe mensualmente una caja que contiene lo necesario en alimentos…”. Este es otro de los argumentos José Castillo. Pero las cartillas o vales de racionamiento nunca fueron un modelo de conquista social. Su aplicación corresponde a períodos excepcionales de guerra o crisis profundas. Además, ni el gobierno cubano se anima a decir que el vale “contiene lo necesario en alimentos”. Los productos del vale de racionamiento apenas alcanzan para 10 días, por eso se calcula que los cubanos dedican el 70% de sus ingresos a la alimentación. El problema se agrava porque los productos no racionados llevan un impuesto del gobierno de un 240%.

Eso hace muy complicada la existencia cotidiana, pues el salario medio en Cuba varía entre 10 y 20 dólares mensuales. A finales del 2005, Fidel Castro reprochó a quien daba estas cifras del salario “engañar sobre la realidad cubana” pues ese dato desconoce las otras percepciones sociales no salariales. Sin duda que en parte esto es cierto. Tan cierto como que los cubanos, para comprar buena parte de sus alimentos, ropa y calzado sólo disponen de esos 10 o 20 dólares que mensualmente les pagan las empresas estatales.

Con una dosis de realismo más grande que los “defensores de Cuba”, en el discurso del 26 de julio de 2007, Raúl Castro, entonces Presidente interino, reconoció que “el salario aún es claramente insuficiente para satisfacer todas las necesidades”. Y añadió que esa insuficiencia de los salarios empuja a muchos ciudadanos a cometer “indisciplinas”, un eufemismo para designar el robo de productos, el mercado negro o el estraperlo generalizado para subsistir.

Y es que el poder adquisitivo de los salarios en Cuba era en el 2005 veinte veces menor que el que recibían hasta 1989. Las cosas se agravan ante la presente crisis y, según Raúl Castro, “hay que ir eliminando las gratuidades indebidas y los subsidios excesivos” (27.12.08).

Así, pocas personas pueden vivir de su salario y de ahí la importancia de las remesas de dólares que desde fuera envían los familiares. Los últimos 20 años han marcado una creciente emigración económica en Cuba. Y como ocurre en cualquier país semicolonial, las remesas de los emigrantes se convierten en fuente de sustento de muchísimas familias y en una entrada nada despreciable de divisas al país. Entre el 55 y el 60% de las familias cubanas dependen en una u otra medida de las remesas de sus familiares. Diversas fuentes señalan que el ingreso anual de estas remesas supera los 1.000 millones de dólares, lo que representaría un 25% del total de las divisas que entran. La opacidad de las autoridades y el hecho de que la mayor parte de las remesas entran vía las llamadas “mulas” (gente que entrega el dinero en mano por fuera de los cauces oficiales) hace que seguramente esa cantidad sea claramente superior.

El problema de la alimentación es una de las mejores muestras de la penetración imperialista y de la dependencia creada. La mayoría de los alimentos, incluido el 70% de la libreta de racionamiento, son importados. Cuba gasta un promedio anual de 1.500 millones dólares en importar alimentos y productos agrícolas. En 2008 esa cifra subió a cerca de 2.000 millones de dólares.

Desde que el año 2000 el Congreso norteamericano autorizó la venta de alimentos y productos agrícolas a Cuba, EEUU se ha convertido en el principal abastecedor alimentario. “Las relaciones con la isla son excelentes” declaró C.L. Buth Otter, gobernador de Idaho, uno de los más de 30 Estados norteamericanos que venden productos a Cuba. De ahí que desde 1999 se repitan los viajes a Cuba de gobernadores, senadores, representantes de Estados y “cientos y cientos de ejecutivos norteamericanos que han venido aquí”, como declaraba en 2007 Kirby Jones, fundador de la Asociación Comercial Estados Unidos-Cuba.

A finales de 2003 se celebró en Cuba la 21ª Feria Internacional de La Habana con la participación de empresarios de los cinco continentes y principalmente de EEUU, desde donde se inscribieron 110 empresarios de 19 Estados. No es de extrañar que el corresponsal de la BBC en la Habana afirmara en su crónica “ni Bush en Washington ni el gobierno cubano en La Habana, hablaron del creciente comercio entre los dos países (…) Es como si ambas partes se hubieran puesto de acuerdo para evitar hablar en los discursos de los pasos de avance que se han dado”.

Las relaciones comerciales con EEUU es uno de los muchos datos que muestran que pretender explicar los grandes problemas de Cuba por el Bloqueo es un argumento cada vez menos creíble. El propio canciller cubano, Felipe Pérez Roque decía: “la revolución ha logrado derrotar el plan de aislamiento internacional de Cuba (…) El país tiene hoy relaciones diplomáticas con 178 de los 191 países miembros de la ONU (…) Cuba es uno de los países, sino el que más, en toda América Latina y el Caribe, que tiene una mayor representación diplomática exterior” (23.12.2005).

Finalmente, el texto antes citado apela a la salud y la educación como ejemplo de la continuidad del “Estado obrero” en Cuba. La realidad muestra, sin embargo, que es justamente en estos campos donde mejor se muestra el retroceso de las conquistas sociales que ha impuesto la restauración.

Miles de maestros y maestras cubanas han dejado las aulas ante la miseria de los salarios que cobran. La deserción de maestros es tal que la escasez obligó al Gobierno a utilizar estudiantes universitarios y hasta de enseñanza media para dar clases en primaria y secundaria. Como relata el propio Raúl Castro, “el pasado mes de junio hicimos un llamado a la reincorporación a las aulas de maestros y profesores jubilados o que habían dejado de impartir clases por diversas razones”. De la situación da cuenta que hasta se les ha retrasado la edad de retiro y “nueve mil que han rebasado la edad de jubilación continúan en sus puestos” (Raúl Castro).

En la salud el deterioro muestra otras formas. En 2005 el Gobierno tuvo que poner en marcha la llamada “Operación Dignidad”, ante el pujante mercado negro de medicamentos. “Entre las personas que venden lo medicamentos están los trabajadores de los laboratorios, farmacéuticos, médicos e incluso el personal de limpieza de los Hospitales (…) para ellos es una forma de completar su salarios que van desde los 8 hasta los casi 20 dólares que ganan los médicos (…) ‘Es verdad que los pacientes nos traen cosas, desde los artículos de higiene personal y ropa hasta un puerco. Si no es así, de qué otra forma podemos sobrevivir’, expresó una doctora que tampoco quiso dar su nombre” (citado en El rompecabezas cubano F.R.).

La otra forma de sobrevivir para más de 25.000 médicos y personal sanitario cubano son las misiones en el extranjero, que reciben un salario mínimo pero en dólares, lo que les permite “traer electrodomésticos, comprar automóviles y hasta una casa, todos sueños inalcanzables para quienes trabajan en la Salud Pública dentro de la isla” (Ídem).

El papel de los militares en Cuba

El discurso de Fidel Castro, el 17 de Noviembre del 2005 en el 60 aniversario de su ingreso en la Universidad, tuvo una enorme repercusión. En el mismo, Fidel Castro se refiere en múltiples ocasiones a los “nuevos ricos” en Cuba, “sólo con que obliguen a los nuevos ricos a que paguen el combustible que consumen, podrían al año pagar no menos de cuatro veces lo que cuestan los 600.000 estudiantes universitarios y sus profesores”. “Vamos a poner fin a muchos vicios de este tipo, mucho robo, muchos desvíos y muchas fuentes de suministro de dinero de los nuevos ricos”. Confirmando este diagnóstico, el corresponsal de la BBC, Fernando Ravsberg afirmaba que “la corrupción ha hecho metástasis en todo el aparato productivo del país”. La corrupción y el robo, no son otra cosa que un mecanismo primario de acumulación capitalista. La restauración capitalista en Cuba generó efectivamente nuevos ricos aunque el discurso de Fidel Castro no explica quiénes son esos nuevos ricos y más pareciera dedicado a lo que él mismo llama irónicamente bandiditos.

Se conformó un sector social calculado en unos 150.000 pequeños empresarios que se fueron colando por las grietas del desmantelamiento de la planificación económica y lo que los cubanos llaman el “descojonamiento económico”. Algunos detallan más: “Los “nuevos ricos” (directivos de las empresas estatales o extranjeras, dueños de restaurantes, funcionarios del Gobierno, etc…)”. Se puede añadir a esa lista a los cultivadores del tabaco, un sector que supone una de los más importes de ingresos para Cuba y que esta enteramente en manos privadas.

Pero la institución clave en Cuba, desde la revolución misma han sido los militares. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) dirigen la Seguridad, controlan al PCC y ordenan la economía. Conviene recordar que la revolución cubana no fue dirigida por el PCC. Por el contrario, los insurgentes formaron el ejército regular que más tarde organizó el Partido. Desde la crisis del 89 con la desaparición de la URSS, las FAR cubanas redujeron sus efectivos de 300.000 a los actuales 50.000 militares.

Las FAR concentran bajo su control el llamado Grupo de Administración Empresarial (GAESA), dirigida por un general y que agrupa a los principales sectores estratégicos de la economía cubana como el turismo, la recaudación de remesas, las nuevas tecnologías, el azúcar… Son los militares los que han desarrollado el llamado Sistema de Perfeccionamiento Empresarial y quienes controlaban en 2007 las 322 empresas más grandes del país, responsables del 89% de las exportaciones.

En Cuba no solo fue restaurado el capitalismo sino que los agentes directos de la restauración y nuevos capitalistas tienen nombre y apellidos.

¿Cómo se determina el carácter de clase de un Estado?

El argumento más esgrimido por los defensores de que Cuba sigue siendo un “Estado obrero” es que “la mayoría de los medios de producción están en manos del Estado”. Pero si el carácter de clase del Estado se determinara por la cantidad de empresas estatalizadas, habría que concluir que la Italia de Mussolini y la España de Franco, o países como Austria o Francia tras las II Guerra Mundial, fueron “Estados obreros”. Así, Mussolini creó en 1931 el Istituto Mobiliare y el Instituto para la Reconstrucción Industrial (IRI) controlando el crédito y más tarde adquiriendo acciones en poder de bancos, empresas industriales, agrícolas o inmobiliarias. Tras su triunfo sanguinario, Franco creó en 1941 el Instituto Nacional de Industria (INI), un holding estatal que controlaba las principales industrias del país: siderurgia, construcción naval, electricidad, transporte, petróleo, etc. En Austria, a finales de los 80 todavía 2/3 de las 50 mayores empresas del país eran mayoritariamente públicas.

Martín Hernández retoma el criterio de Lenin y recuerda cómo Trotsky definía en La revolución traicionada el carácter de clase de un Estado: por “las relaciones sociales de producción que el Estado protege y defiende”.

Para definir un Estado como “obrero”, cabe saber si dicho Estado protege y defiende unas relaciones sociales de producción basada en los tres pilares básicos de una economía en dirección al socialismo: 1) todos los grandes medios de producción y los bancos son de propiedad estatal; 2) la cantidad y calidad de lo que se produce se determina no por el mercado sino por un plan económico central, al cual están subordinadas las empresas y 3) el comercio exterior es monopolio del Estado.

El trabajo de Martín Hernández muestra justamente eso: que al igual que sucedió en China desde 1978 y en Rusia desde 1986, en Cuba, desde 1990, el Estado fue articulando todo un entramado jurídico y político de desmantelamiento de esos pilares. Fue disuelta la Junta Central de Planificación. Se generalizaron a todas las ramas más dinámicas de la economía las empresas mixtas entre los militares y nuevos ricos y las multinacionales europeas o canadienses. Y las empresas, tanto las mixtas como las estatales, producen para el mercado y tienen plena libertad para comerciar con el exterior.

Algunas consecuencias de este debate

Lejos del academicismo, el debate sobre Cuba que introduce el trabajo de Martín Hernández tiene importantes consecuencias prácticas. Cuando menos quiero señalar tres.

1º.- Hoy en el mundo va creciendo una izquierda resueltamente anticapitalista, clasista, que, procedente de tradiciones muy diferentes, ha comenzado a agruparse para enfrentarse al sistema, combatir la podredumbre política y moral de los aparatos socialdemócratas y de los restos de los viejos partidos comunistas y volver a levantar con fuerza la bandera del socialismo. Que buena parte de esa izquierda afirme hoy la “defensa de Cuba socialista” se convierte en un lastre para su propio desarrollo y para su misma credibilidad ante los trabajadores y la juventud. Porque no se puede defender la democracia obrera, la independencia de los sindicatos del Estado o denunciar la falsa democracia capitalista y luego mostrar como modelo a un régimen de partido único, donde el Sindicato forma parte del Estado y está prohibido el derecho de huelga, manifestación o asociación.

Mientras el empeño revolucionario mas loable sea intentar que la humanidad progrese material y espiritualmente, tendremos que convenir que mostrar como modelo socialista un país donde cada vez más familias dependen de las remesas de dólares que mandan los que emigraron y se generalizan las carencias mientras una minoría hace fortuna al amparo del Estado en sus negocios con las multinacionales, es como mínimo un “socialismo” por el que no merece la pena mover ni un dedo.

2º.- A los que sostienen que Cuba sigue siendo un “Estado obrero fuertemente burocratizado” y que hay que levantar un programa de la revolución política, es decir una revolución para acabar con el régimen político pero preservando las actuales relaciones sociales de producción, cabe preguntarles: ¿Creen que hoy en Cuba se puede plantear un programa revolucionario que no incorpore en primer línea las demandas anticapitalistas y antiimperialistas, un programa que, como en toda América Latina, combine las tareas de liberación nacional y social?
¿Debe plantearse el NO pago de la Deuda Externa? ¿Hay que exigir la renacionalización bajo control obrero, del petróleo, níquel, tabaco y la llamada industria blanca, el turismo? ¿Hay que echar fuera las multinacionales y expropiar sus bienes?

¿Hay que levantar, en nombre de la planificación económica y la democracia obrera, el ¡fuera los militares y los nuevos ricos de las empresas!? ¿Hay que unir todas esas demandas económicas y sociales a las demandas democráticas?. No estoy diciendo que sean consignas de agitación para mañana. Se trata del programa, de la compresión común de las tareas. ¿Son ésas, entre otras, o no?

Este debate no sólo es apremiante sino que, para nuestra desgracia, otros van llenando ese vacío. Con motivo del 9º Congreso del PCC que se celebrará este año, hay un debate intenso en Cuba incluido el propio PCC. Y en su seno aparecen corrientes que gozan de simpatías por enfrentarse a los sectores más anquilosados del aparato y que se presentan como opositores desde dentro. Y aquí conviene recordar que frente a Stalin se levantó una oposición de izquierda, pero también otra de derechas, la que encabezara Bujarin. Una oposición de derechas que pretendió infructuosamente una alianza con la que dirigía Trotsky y a la que el viejo revolucionario se negó porque la oposición de Bujarin, amparándose en hechos de la realidad, sostenía de fondo un programa de restauración del capitalismo.

Hoy leemos a opositores cubanos de dentro del PCC defender medidas para “salvar el socialismo”: fomento del “cooperativismo”, de “la autogestión empresarial y social organizada en cada entidad productiva”, “la cogestión con privatización”, “los propios trabajadores asociados dueños o usufructuarios colectivos”, “entregar a los trabajadores los medios de producción” y “tierras a los campesinos individuales”, etc Ante esto, es obligado recurrir a la experiencia de la restauración capitalista en Polonia, Yugoslavia y en la propia Rusia y recordar todo el discurso y las medidas “autogestionarias” que fueron claves en el proceso de expolio y privatización que acompañó la restauración capitalista en estos países.

3º.- En un ampliamente difundido documento de aportación al 9º Congreso, que un grupo de militantes del PCC presentó en agosto de 2008 se puede leer: “Cuba vive una continua crisis económica, política y social (…) Mayoritariamente los cubanos están frustrados enajenados y desesperanzados y las nuevas generaciones –desmotivadas- no sienten el mismo compromiso que las anteriores con este “socialismo pobre y sin perspectivas” (…) todo lo cual está conformando una rara especie de “situación revolucionaria” que podría desatarse imprevistamente y cuya evolución pudiera capitalizar el enemigo”. El propio Fidel afirmó en su discurso a los universitarios: “Esta revolución no la pueden destruir ellos, pero si nuestros defectos y nuestras desigualdades”.

Y ahí viene precisamente la incógnita más determinante del proceso, la entrada o no en escena del movimiento obrero y de masas cubano, es decir los ”estallidos sociales” de los que, a buen entendedor, avisan hasta el propio Fidel. Como recuerda Martín Hernández, el movimiento de masas, en forma espontánea y explosiva, irrumpió la ultima vez en 1994, en la conocida crisis de los balseros, que obligó al propio Fidel a ponerse al frente y desplazarse a los barrios habaneros convertidos en revueltas multitudinarias.

Puede ser, o no, que el movimiento de masas cubano irrumpa en la escena política. Pero si lo hace van a estar planteadas dos variables: que se imponga una revolución democrática, es decir se derrote al régimen como en Rusia, o bien sea aplastado como en China. La pregunta es inevitable para nuestros amigos que honestamente siguen viendo en Cuba el “último bastión socialista”. Si ese escenario se da ¿qué van a hacer? ¿apoyar ese movimiento y contribuir con todos los sectores revolucionarios cubanos a disputar la dirección del movimiento a las corrientes capitalistas? ¿o hacer como hizo la mayor parte de la izquierda en los hechos de Tiananmen, frente único con el Gobierno para masacrar a los trabajadores y estudiantes “contrarrevolucionarios”?. Y hay que recordar que los dirigentes cubanos no han dejado de mostrar a China como su referente.

Durante la década del 90 al 2000 se puede afirmar honestamente que los marxistas estuvimos sumidos en una enorme confusión. Sin ocultar nuestras muchas limitaciones, es necesario reconocer que nos ha tocado vivir un acontecimiento inédito en la historia de la humanidad, como ha sido la restauración del capitalismo en países donde había sido expropiado.

Hoy más de 20 años después, cuando seguimos intentado aprender de ese proceso y sacar las conclusiones, la vida nos ha dado con Cuba una segunda oportunidad. Ahora no vale la ignorancia ni apelar a lo inédito, desconociendo lo ocurrido en Rusia o China. Por eso El Veredicto de la Historia, se convierte en un material de lectura obligada.

Sólo me resta para concluir que, más allá de mis sentimientos de amistad y camaradería con el autor, soy un firme convencido de que los trabajos de Martín Hernández sobre la restauración capitalista han sido un arma sin el cual muchos marxistas no hubiéramos salido del túnel de la década del 90 al 2000. El tiempo y los hechos de la vida no hacen más que reafirmarme en esta convicción. Por ello ha sido para mi un gran honor prologar este libro.

Ángel Luís Parras, febrero de 2009.

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