Jue Mar 28, 2024
28 marzo, 2024

En defensa de la militancia revolucionaria

Polémica con Álvaro Bianchi

“Es preciso preparar personas que no dediquen a la revolución solo las noches libres, sino toda la vida (…)”. V. I. Lenin, “Las tareas urgentes de nuestro movimiento” (Iskra n.° 1, diciembre de 1900).

Por: Francesco Ricci

Está siendo muy discutido un artículo de Álvaro Bianchi, titulado “Crítica al militantismo”, publicado en el site brasileño blogjunho.com.br.

En el Facebook existen decenas de posts que lo critican, pero también son muchas las personas que aprecian el artículo, elogiándolo y/o indicándolo como un punto de referencia en lo que dice respecto al problema abordado: la cuestión de la militancia.

El sufrimiento de la militancia… y las alegrías de los pos-activistas

En el artículo, Álvaro Bianchi comienza construyendo un blanco para su polémica: lo que él llama de “militantismo”, que es una forma caricaturesca de la militancia revolucionaria. Habla de “fetichismo de la acción, la creencia de que la actividad permanente y directa conducirá inevitablemente a una victoria decisiva. Del volanteo al piquete, del piquete a la asamblea, de la asamblea a la reunión, para seguir, reiniciar el ciclo”. Habla de militantes que se emocionan solamente “con las vidas ejemplares dedicadas a la causa, con el sacrificio”. De los estúpidos, obstinados y maníacos, impulsados por la fe ciega; de “jefes que piensan y subalternos que ejecutan”.

La caricatura y el desprecio que Bianchi revela por la militancia van al encuentro de un sentido común predominante. La degeneración estalinista y la de la socialdemocracia, la corrupción desenfrenada de los partidos reformistas incorporados al aparato del Estado burgués generaron un gran descrédito en la militancia, por ella y en los partidos en general. Un descrédito del cual intentan aprovecharse las organizaciones populistas y reaccionarias, como el Movimiento de Grillo en Italia, o las organizaciones neorreformistas, como Podemos en el Estado español, que tienen como base no la militancia sino los electores. Todo el neorreformismo posee como característica propia la de ser “anti-partido” o “pos-partido”; elogia la superación de las “tradiciones tercera-internacionalistas”, incluyendo en este término tanto al Komintern revolucionario de Lenin y Trotsky como a su negación burocrática y contrarrevolucionaria.

Hace más de diez años, Imperio, delirante manifiesto de la “biopolítica posmoderna”, que escribieron Toni Negri y Michael Hardt y en el que se inspiran (conscientemente o no) muchos académicos, criticaba al militante “triste, ascético agente de la Tercera Internacional” que “actúa por disciplina” y proponía una nueva militancia, diferente, que “resiste en los contrapoderes y se rebela proyectándose en un proyecto de amor”, inspirándose, en lugar de Lenin, en San Francisco, porque el santo, al contrario del líder bolchevique, oponía “la alegría de ser a la miseria del poder”.

El desprecio por la militancia

No ocurriendo en el vacío sino en el contexto político que describimos arriba, es claro que la crítica de Bianchi al “militantismo”, escondiéndose detrás de la crítica a una caricatura de militancia que no existe, es en realidad una crítica indirecta a aquellos sectores en el mundo que implementan una militancia revolucionaria. Como, por ejemplo, la LIT y sus secciones, y, en el Brasil, el PSTU.

Con el tono de quien dice cosas no conformistas, Álvaro Bianchi no hace otra cosa sino usar todos los clichés en boga hoy en el neorreformismo, en los ambientes académicos que flirtean con el posmodernismo, en los sites y blogs impulsados por ex militantes que procuran librarse de sus pecados de juventud, en los grupos políticos que de alguna manera intentan presentarse como una “nueva” forma de hacer política, en oposición precisamente al “militantismo” (término usado, como vimos, para referirse a la militancia revolucionaria y de partido).

Álvaro Bianchi no dice nada de nuevo ni de controversial: debe reconocérsele, sin embargo, el mérito de haber conseguido, en un pequeño artículo, condensar todos los clichés favoritos del neorreformismo y del centrismo, que pueden ser resumidos en una frase: la antigua militancia (“militantismo”) es una cosa estúpida, pesada, hecha de volanteos frente a las fábricas, de autofinanciamiento que requiere sacrificios con base en “certezas” inútiles, y triste; por el contrario, las nuevas formas de activismo “horizontalista” pueden ser inteligentes y leves, basadas en el elogio permanente de la “duda”, en el escepticismo, en la “desobediencia” y en el rechazo de la disciplina y, sobre todo, pueden garantizar la alegría.

Es comprensible que muchos militantes se irritaran con el artículo de Bianchi: nadie obliga a Bianchi o a otros a militar, pero no se entiende con qué derecho puede ofender a aquellos que militan y a generaciones enteras que sacrificaron tiempo, energía y hasta su propia vida en lo que Bianchi define, con desprecio, de “militantismo”.

El optimismo de la voluntad

Vale la pena detenerse sobre la citación que Bianchi, gramsciano y gramsciólogo, coloca en el inicio de su artículo: “el pesimismo de la razón, el optimismo de la voluntad”, parafraseándola así: “Sin el control continuo del pesimismo del intelecto, el optimismo de la voluntad fácilmente se convierte en puro militantismo”.

La frase que Bianchi está parafraseando es ampliamente atribuida a Gramsci, que por su parte la atribuía a Romain Rolland. Como fue demostrado posteriormente por algunos filólogos, sin embargo, el escritor francés la había recuperado de Jacob Burckhardt, maestro y amigo del filósofo nihilista Nietzsche. En todo caso, sea quien fuere el autor de esas palabras, Gramsci las usó en un sentido diferente, tanto de Romain Rolland como de Bianchi.

Bianchi enfatiza el “pesimismo” de la inteligencia, que alimenta su escepticismo sobre la posibilidad de cambiar el mundo y, así, su deprecio sutil por aquellos que practican el “militantismo” y se empeñan “ciegamente” (y totalmente), convencidos de que el mundo puede ser cambiado. En lugar de eso, Gramsci usó la frase en sentido exactamente opuesto: la racionalidad demuestra cómo es difícil cambiar el mundo, pero la historia (como enseñó Marx) no es el producto de “fuerzas ciegas” y sí es hecha por los hombres (aunque en circunstancias que no se eligen), que pueden, con la “praxis revolucionaria”, alterarla. Es interesante notar que Gramsci usa esta frase por primera vez en 1920 (después va a retomarla varias veces: en los Cuadernos, en sus Cartas) y, en un artículo en Ordine Novo de aquel mismo año, la utiliza justamente para elogiar a la militancia y “los esfuerzos y sacrificios que son exigidos a quien, voluntariamente, asumió un puesto de militante en las filas de la clase obrera”.

Hay en Gramsci, en mi opinión, muchos desvíos centristas que explican por qué los intelectuales reformistas y centristas procuran muchas veces en él una referencia. No es, sin embargo, el tema de este artículo e intenté demostrar eso de una forma más fundamentada en otro [1]. Pero, sea cual fuera el juicio sobre Gramsci, es cierto que él, así como Trotsky, había aprendido el materialismo estudiando los textos de Labriola, no tenía una concepción determinista en el sentido estricto del materialismo: comprendía aquella dialéctica entre objeto y sujeto, entre circunstancias y acción revolucionaria del hombre que puede cambiar el mundo. Es aquella “praxis revolucionaria” que, de acuerdo con Marx y Lenin, se expresa en la organización, en el partido de la clase obrera y, por lo tanto, para retomar nuevamente las palabras de Gramsci, en la militancia “en las filas de la clase obrera”. Gramsci (como escribe en una carta desde la cárcel, de diciembre de 1929, a su hermano Carlo) ve en ese lema una “superación de aquellos estados de ánimo vulgares y triviales que llamamos pesimismo y optimismo”. Para Gramsci, la participación activa, esto es, la militancia organizada en un partido revolucionario, puede cambiar el mundo, al contrario de lo que creen aquellos intelectuales tradicionales, no “orgánicos” a la clase obrera, por los cuales expresaba su más profundo desprecio.

Por lo tanto, Gramsci utiliza la citación usada por Bianchi, pero lo hace para exaltar la militancia revolucionaria. Si, entonces, Bianchi quiere atacar la militancia (fingiendo atacar el “militantismo”), debería buscar otros modelos de referencia. Con todos sus límites, con sus desvíos centristas, Gramsci fue toda su vida un militante de partido y murió en la prisión fascista exactamente por eso: si se hubiese limitado a ser un académico y un escéptico, escribiendo en alguna revista (o blog, como diríamos hoy), Mussolini no lo habría identificado como un peligroso enemigo a ser eliminado.

Un diccionario de clichés

Sería injusto, no obstante, simplemente reducir el artículo de Bianchi a una celebración banal del escepticismo pequeñoburgués. Es verdad: el artículo de Bianchi exhala escepticismo y reúne, metódicamente, contra la militancia un verdadero catálogo de clichés pequeñoburgueses, de modo que es casi un “diccionario de clichés”, como lo habría concebido (tal vez con más sentido del humor) el romancista Gustave Flaubert.

No sabemos lo que Bianchi quiso decir con este artículo: lo más probable es que se trate de un escrito extemporáneo, incluso que haya sido hecho con el objetivo de “reinventar la izquierda y reorganizarla”, una vez que este no es apenas el título de otro reciente artículo del autor, sino también el propósito del blog en el que escriben él, Henrique Carneiro, Ruy Braga y otros intelectuales con las mismas posiciones.

En todo caso, este artículo trae implicaciones importantes, políticas, que aunque hayan sido introducidas por Bianchi inconscientemente, fueron inmediatamente absorbidas por algunos de sus admiradores involucrados en política. Para indicar esas implicaciones, debemos primero dar un paso de cien años para atrás.

Nuevas teorías… de cien años atrás

Una característica típica del reformismo y del centrismo de todos los tiempos ha sido siempre la de presentar periódicamente como “nuevas” teorías que son, en realidad, muy antiguas. Eso porque, siendo el reformismo una práctica muy antigua en el movimiento obrero, es difícil para sus teóricos de hoy producir algo nuevo, que no repita lo que se ha dicho y hecho. Pero, la pretensión de ser originales es muchas veces debido al hecho de que estos teóricos “pos” (posmarxistas, posbolcheviques, postrotskistas, etc.) normalmente viven en la ignorancia de los debates y de la experiencia práctica que el movimiento obrero ha producido en casi dos siglos de vida. La ignorancia no es una virtud para los revolucionarios, recordaba Marx. Pero, podríamos agregar, es ciertamente una virtud para los reformistas y centristas: porque la teoría revolucionaria es un adversario implacable de su política oportunista. Entonces, para ellos, es mejor cultivar la ignorancia. Eso, muchas veces, ocurre también con los académicos.

En este caso, también se adiciona otro elemento: la arrogancia de aquellos que creen hablar, desde lo alto de su cátedra, para militantes ignorantes, para obreros brutos. Por eso, cuando escriben sus artículos y presentan sus “nuevas” teorías, este tipo de intelectuales ni siquiera se preocupan en profundizar, estudiar los debates anteriores.

Por ejemplo, en el caso que estamos discutiendo, las teorías de Bianchi contra el “militantismo” ya fueron escritas y repetidas en la socialdemocracia rusa a inicios del siglo XX. No solo eso: fue el tema del enfrentamiento y de la ruptura del ala revolucionaria (Lenin y los bolcheviques) con el ala oportunista (Martov y los mencheviques). Una buena parte del libro de Lenin titulado Un paso adelante, dos pasos atrás (1904) está dedicado a polemizar contra aquellos que criticaban a los bolcheviques por una supuesta “disciplina de cuartel”, por la “militancia ciega”, porque los militantes habían sido privados de su libertad individual y reducidos a “ruedas y rueditas” de un engranaje [2].

Álvaro Bianchi no inventa nada nuevo cuando habla de militantes privados de “imaginación creativa”, idiotas para los cuales “pensar es una actividad contrarrevolucionaria”, sectarios que quieren “destruir” a los adversarios, partidos que gustarían de “sustituir a la vanguardia y a las masas”, y así sigue. Y también cuando propone, en el lugar de todo eso, “nuevas prácticas emancipadoras” está caminando por caminos que otros recorrieron mucho antes que él.

El “nuevo” Iskra, o sea, el Iskra con el cual Lenin rompió y que de noviembre de 1903 a octubre de 1905 se tornó el órgano de los mencheviques, publicó una serie de artículos justamente para polemizar contra la concepción “rígida” y “militante” que Lenin y los bolcheviques defendían.

Como se entenderá a continuación, no se trataba de un debate sobre cuestiones puramente “organizativas” o sobre el Estatuto (aun cuando hubiese nacido a partir de la definición de militante en el Estatuto): era un debate estratégico, porque la definición de partido centralizado de militantes, basado en una “disciplina férrea” (o sea, el modelo de partido y de militancia contra el cual escribe Álvaro Bianchi), implicaba la relación entre el partido y la clase. En la concepción de los mencheviques, debía ser un partido de toda la clase, que no distinguía activistas y militantes (no “militantista”, diría Bianchi). En la concepción de los bolcheviques, no obstante, debía ser un partido de vanguardia, al mismo tiempo separado e integrado en la clase.

Por su parte, la relación entre el partido y la clase trabajadora también definía la relación con la burguesía y su Estado. Por eso, la verdadera conclusión de este debate sobre la “militancia” será en 1917, cuando los mencheviques formarán parte de un gobierno burgués que será derrocado por la Revolución de Octubre. O sea, el arañazo de los mencheviques en 1903, introducido con el debate sobre la “militancia”, se transformará en gangrena en 1917.

Si Álvaro Bianchi –y sus admiradores– se dieran el tiempo y la paciencia para profundizar en el estudio, descubrirían que todos los argumentos contra el “militantismo” ya fueron expresados hace más de cien años atrás. Con la única diferencia de que, tal vez, el nivel de la polémica fuese un poco más elevado: incluso porque fue conducida por cabezas como las de Axelrod y Plejanov, que fueron capaces de ofrecer artículos al oportunismo, espero no ser ofensivo, más brillantes que el de Álvaro Bianchi [3].

Hasta ahora los filósofos se preocuparon en interpretar el mundo…

Como entendemos, la verdadera puesta en juego cuando se discute la militancia es la finalidad para la cual se construyó (o se recusa a construir) un verdadero partido revolucionario: es la cuestión del poder de la clase obrera y la de la revolución que es necesaria para llegar al poder, y que es imposible de hacer sin un partido de militantes, o con un sustituto de un partido de tipo bolchevique. No estamos, así, discutiendo interpretaciones del mundo: si se tratase apenas de eso, como ya señaló el Marx de las Tesis de Feuerbach, los filósofos serían suficientes. Pero se trata de cambiar el mundo con una revolución obrera y socialista: y esta es una cuestión que pueden enfrentar con seriedad apenas los militantes revolucionarios, los tribunos del pueblo, los obreros con sus manos callosas. A los académicos, a los escépticos que desprecian la militancia disciplinada en un partido centralizado, dejamos de buen grado su academia, sus blogs, sus clichés pequeñoburgueses y –si eso puede darles alegría, así como nos asegura el posmoderno Toni Negri– hasta incluso los pajaritos de San Francisco.

Notas:

[1] El análisis de las posiciones políticas de Gramsci y de su centrismo en relación con el debate contra el estalinismo puede ser leída en mi artículo “Gramsci traicionado”, publicado en el site de la LIT-CI: http://litci.org/es/especiales/opinion/gramsci-traicionado/.

[2] Para una profundización sobre este asunto, me permito remitir a un artículo mío: “Democracia sin centralismo no tiene nada que ver con el bolchevismo”, publicado en el blog Convergencia y en el site de la LIT-CI: http://litci.org/es/especiales/opinion/democracia-sin-centralismo-no-tiene-nada-que-ver-con-el-bolchevismo/.

[3] En italiano hay una buena recopilación de los principales textos de la polémica iniciada en el Iskra y que continuó en el “nuevo” Iskra. Está en el libro editado por Giorgio Migliardi: Lenin e i menscevichi. L’Iskra (1900-1905) [Lenin y los mencheviques. El Iskra (1900-1905)].

Traducción del italiano: Alberto Alviero.

Traducción del portugués: Natalia Estrada.

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