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28 marzo, 2024

Egipto, Ucrania, Siria, Libia: al final, ¿qué es una revolución?

Para los marxistas, una teoría es una guía para la acción, para la intervención en los movimientos en que se hace presente la clase trabajadora y sus aliados, teniendo en cuenta su unidad, movilización y la permanente disputa de sus conciencias en el sentido de una revolución social.

Por: Gustavo Machado, para Teoria & Revolução

En el extremo opuesto, los sectarios y académicos toman la teoría con fines puramente sociológicos, o sea, encuadrar los diversos procesos sociales en este o aquel concepto dado de antemano para, a partir de ahí, desde su tribuna profesoral, juzgarlos como justos o injustos, correctos o equivocados, progresivos o regresivos, revolucionarios o no revolucionarios, conforme se ajusten más o menos a sus esquemas prefabricados. Es de esta menta que se desenvuelve el “saber” académico, esta fábrica de conceptos y métodos, cuya manía es clasificar y encuadrar los fenómenos a sus diversos arquetipos conceptuales dados apriorísticamente. En lugar de adecuar el concepto a la realidad, expurgan de esta los aspectos indeseables, y adecuan la realidad al concepto.

Los individuos y organizaciones sectarias se comportan de manera análoga. Antes de considerar una dada elaboración como una orientación para la intervención en la realidad, dan la espalda a esta cuando no se conforma con sus dogmas. Así, unos y otros, colocándose como sabios, contemplan desde arriba los diversos acontecimientos históricos, sin mayor consideración por la conciencia de la multitud que sigue su curso, y prosiguen con sus discursos sin preocuparse si estos serán seguidos.

No parece casual que diversos académicos y sectarios tengan posiciones coincidentes con relación a los recientes procesos revolucionarios mundo afuera, como aquellos del mundo árabe, Ucrania y Siria. Insatisfechos con los rumbos de estos procesos, con las banderas más inmediatas de sus agentes, con la no coincidencia en relación con los procesos revolucionarios del pasado, solucionan la cuestión con la mera invocación de una frase: no es una revolución. Como pretendemos demostrar, no evalúan el proceso por su naturaleza social sino por los resultados políticos.

Ora, un proceso revolucionario no es dado por un criterio teórico, sino que es mera constatación de que las masas se juegan por la vía insurreccional, se juegan por la vía de la acción y de las movilizaciones directas contra el poder constituido. En suma, lo que caracteriza una revolución es el hecho de que las masas, antes inertes, se ponen en movimiento. Pero las cosas no están dadas de antemano, un proceso revolucionario puede terminar con el solo derrumbe de un gobierno o de un régimen manteniendo intacta la forma de dominación capitalista. De ahí viene la necesidad de una dirección revolucionaria para disputar las conciencias y los rumbos del proceso.

Evidentemente, en ausencia de una alternativa revolucionaria y cuando las masas están apegadas a ilusiones e ideologías diversas, nada impide que un proceso revolucionario termine en una contrarrevolución o culmine con dirigentes bonapartistas o reformistas que aparezcan y se hagan reconocer como los salvadores de la patria. Ora, juzgar una revolución por la presencia o no de una dirección revolucionaria es hacer un análisis puramente subjetivo de la realidad, es decir, apoyamos un movimiento de masas desde que gustemos de sus direcciones.

Esta cuestión fue desarrollada de manera lúcida y transparente en diversas obras de León Trotsky. En su libro Historia de la Revolución Rusa, dirá que “la característica más indudable de una revolución es la irrupción directa de las masas en los eventos históricos” y la “historia de una revolución es para nosotros, antes que todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el dominio de decisión de su propio destino” (TROTSKY, 2007, p. 9). Ora, ¿no es esto lo que pasa o lo que pasó recientemente en Egipto, Ucrania, Libia, Siria?

Pero muchos pretendidos marxistas no están satisfechos porque en los casos en cuestión las masas no defienden el programa de la revolución socialista, porque las direcciones más expresivas son por veces reaccionarias, porque no se constituyeron sóviets como en la Revolución Rusa de 1917.

Pero, enseguida después, Trotsky dirá que “las masas entran en la revolución no con un plan preparado de reconstrucción social, sino con un agudo sentimiento de que no pueden soportar más el viejo régimen” (TROTSKY, 2007, p. 10). Como se ve, la multitud no se juega en la vía revolucionaria por elección o por concepciones ideológicas de cualquier tipo sino cuando no les es más posible tolerar las condiciones de vida dadas anteriormente.

La mera presencia de la contrarrevolución en estos procesos es la evidencia contundente de que existe una revolución en curso, al final, solamente allí donde existe un proceso revolucionario puede existir una contrarrevolución. Pensar una contrarrevolución que se desarrolle en un escenario no revolucionario es como pensar en un automóvil circulando en contramano por un campo abierto en que no existe una dirección autorizada para el flujo de vehículos. En suma, un absurdo en los términos. Como decía Marx en sus artículos sobre las revoluciones de 1848: “el terreno contrarrevolucionario es revolucionario” (MARX, 2010, p. 318).

En su libro ¿Adónde va Francia?, Trotsky dirá que “en todos los períodos revolucionarios de la historia es posible encontrar dos etapas sucesivas, estrechamente ligadas una a la otra: primero, hay un movimiento ‘espontáneo’ de las masas, que toma al adversario de sorpresa y arranca de él serias concesiones, o por lo menos promesas; después de eso, las clases dominantes, sintiendo amenazadas las bases de su dominación, preparan la revancha. Las masas semivictoriosas manifiestan impaciencia. Los jefes tradicionales de ‘izquierda’, tomados de sorpresa por el movimiento, de la misma forma que los adversarios, esperan salvar la situación con la ayuda de la elocuencia conciliadora y, al fin de cuentas, pierden su influencia. Las masas entran en la nueva lucha casi sin dirección, sin programa claro y sin comprensión de las dificultades próximas” (TROTSKY, 1994, p. 157).

Ora, la confusión en la mente de las masas cuando se da un levantamiento es una regla sin excepción en toda la historia contemporánea. Es deber de las organizaciones revolucionarias intervenir y disputar su programa en medio del proceso, posibilitar que las masas extraigan las conclusiones correctas de las experiencias en curso, jamás dar la espalda al movimiento por no gustar de sus banderas más inmediatas, por no gustar de las conquistas hasta entonces adquiridas, por no gustar de sus direcciones tradicionales.

El ejemplo francés comentado por Trotsky en el caso arriba citado, es ejemplar. El revolucionario ruso no deposita ninguna expectativa en las direcciones del proletariado en cuestión (PCF y SFIO), sabe que si una nueva dirección no fuese forjada en el curso de los eventos difícilmente el proceso francés irá a desembocar en una revolución social victoriosa, pero tan luego se desencadenó a mediados de 1936 una huelga general contra el Frente Popular, proclamará: “la revolución francesa comenzó (…) las palabras ‘revolución francesa’ pueden parecer exageradas. ¡Pero no! No es exageración. Es precisamente así que nace la revolución. En general, no pueden hacerla de otra manera. La revolución comenzó” (TROTSKY, 1994, p. 147). Sabemos lo que decía el partido comunista a esta altura del campeonato: la situación no es revolucionaria.

Como se ve, Trotsky no hace un análisis subjetivo del proceso. Una revolución es un proceso objetivo y no depende de consideraciones teóricas de cualquier tipo; una teoría que sirva meramente para clasificar a posteriori este o aquel levantamiento como una revolución no sirve absolutamente para nada. Con esto, bajo ninguna hipótesis queremos reducir el papel de la elaboración teórica en un proceso revolucionario, tampoco de los procesos históricos precedentes. Pero esta teorización debe servir de orientación para las acciones futuras, debe servir para nortear la comprensión e intervención en los procesos que se desarrollan en el presente. Como dirá Marx: “la teoría también se hace fuerza material cuando se apodera de las masas” (MARX, 2010, p. 151).

Pero como nada es absolutamente nuevo en la historia, sabemos que Francia poseía también sus sectas y portavoces sectarios. En el mismo libro, Trotsky comenta que “en Francia hay muchos señores […] que viven en grupos y sectas, cambiando entre cuatro paredes sus impresiones sobre los acontecimientos y pensando que no llegó el momento de su esclarecida participación. ‘Aún es muy temprano’. Y cuando La Rocque [fascismo] llegue, dirán ‘Ahora es muy tarde’. Los argumentadores estériles de este tipo son numerosos […] Sería el mayor de los crímenes perder un solo minuto, aunque sea, con ese público. ¡Que los muertos entierren sus muertos!” (TROTSKY, 1994, p. 144).

En este sentido, lo que diferenció la Revolución Rusa de las demás revoluciones abortadas fue el hecho de que existía el bolchevismo. La revolución de febrero, que derribó al zarismo, ¡colocó en su lugar a un Príncipe! El príncipe Lvov, juntamente con los liberales kadetes, elevados a los principales ministerios. La primera medida de este gobierno provisorio fue la negociación con los aliados y la mantención de Rusia en la guerra imperialista. Por eso, el marxista argentino Nahuel Moreno, correctamente sostiene que la mayoría de las revoluciones del siglo XX fueron revoluciones del tipo febrero y no revoluciones del tipo octubre, o más precisamente, revoluciones políticas y no revoluciones sociales.

Esta constatación no relativiza la noción de revolución ni está revisando la teoría de la revolución permanente de Trotsky, como sugieren algunas organizaciones, sino haciendo una constatación histórica evidente e incuestionable: la enorme mayoría de los procesos revolucionarios del siglo XX no se elevaron hasta la destrucción del capitalismo y de su forma jurídica, la propiedad privada, sino que terminaron en la mera sustitución de los gobiernos y de las formas de gobierno. Cuando mucho, no fueron más allá de reivindicaciones democráticas y nacionales.

Comprender estos aspectos de la historia de las revoluciones del siglo XX es fundamental. Pues ellos explicitan que una revolución social no es algo automático y mecánico, antes, depende de nuestra intervención consciente en el flujo de los acontecimientos. Por eso, cuando Trotsky dice que “las revoluciones son imposibles hasta que se hacen inevitables” no insinúa que el socialismo es inevitable, que el capitalismo terminará necesariamente en la revolución socialista mundial. Si así fuese, no precisaríamos de cualquier tipo de actuación consciente u organización, sería suficiente ir para casa, hacer nuestras ruegos, y aguardar el día del juicio final.

El proceso revolucionario producido objetivamente por los males y por las contradicciones objetivas inexorablemente alimentadas día a día por el capital es lo inevitable. Cabe a los individuos y organizaciones conscientes de la necesidad de una revolución social intervenir en medio del proceso para que este no termine en la mera sustitución de los agentes gubernamentales, para que este no termine en la mera sustitución de un régimen político sino en la toma del poder por la clase trabajadora, en la supresión de la propiedad privada y del capital.

Así, el papel de los marxistas no consiste en evaluar externamente los procesos y juzgarlos conforme sus expectativas o una armazón conceptual dada de antemano, sino intervenir y disputar el rumbo de los procesos revolucionarios contra todos aquellos que quieren detenerlo, sea con discursos conciliadores, sea con concesiones parciales, sea con represión. Es precisamente la ausencia de un gran número de individuos organizados –con conciencia de la necesidad de una revolución social– en los procesos revolucionarios actualmente en curso lo que afirma y reafirma el diagnóstico realizado por Trotsky hace más de 70 años: “la crisis de la humanidad se reduce a la crisis de su dirección revolucionaria” (TROTSKY, 1979, p. 74). Estas palabras no sirven para alimentar el ego, no sirven para tranquilizar la conciencia de aquellos poco dispuestos a abandonar prioridades centradas en su vida privada.

El futuro de la humanidad depende de la superación de la crisis de la dirección revolucionaria, esto es, que podamos abandonar toda pasividad y construir alternativas influyentes, no para sustituir la acción de las masas trabajadoras sino para convencerlas de no detener el proceso revolucionario con las ilusiones producidas por conquistas parciales o transformaciones de naturaleza meramente política. Una alternativa revolucionaria con capacidad de disputar y vencer a aquellas que intentan detener la revolución con promesas, reformas y señuelos de todo tipo. Esta es la tarea y el gran desafío planteado para los marxistas en nuestra época histórica.

Referencias

TROTSKY, L. A história da Revolução Russa. São Paulo: Editora Sundermann, 2007.

________. Aonde vai a França? São Paulo: Desafio, 1994.

LÊNIN, V; TROTSKY, L. A questão do programa. São Paulo, SP. Editora Kairós, 1979.

MARX, K. A burguesia e a contrarrevolução, in: Nova Gazeta Renana. São Paulo: Educ, 2010.

________.  Crítica da Filosofia do Direito de Hegel . 2.ed., revista, São Paulo: Boitempo, 2010.

Todas las traducciones al español son nuestras.

Traducción: Natalia Estrada.

Artículo tomado de la revista Teoria & Revolução, del 14 de mayo de 2017.-

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