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28 marzo, 2024

¡Nadie es ilegal!

Hacia finales de 2015, según las Naciones Unidas, 244 millones de personas estaban viviendo fuera de sus países de origen, siendo que 20 millones de ellas eran refugiados por persecución política, conflictos armados, opresión o cuestiones humanitarias, etc. Un número que ciertamente está distante de la realidad, dada la ilegalidad y clandestinidad que caracterizan a los procesos migratorios.

Por: Wilson Honório da Silva – Secretaría Nacional de Formación del PSTU

Este es el mayor número de personas desplazadas de sus hogares desde la Segunda Guerra Mundial. La relación de esto con la profundización de la crisis capitalista es evidente: en 2000, eran 173 millones; en 2005, 191 millones; en 2010, 222 millones.

Todavía según la ONU, 48% de los inmigrantes son mujeres y, cuanto más pobre es la región, más jóvenes son ellas. Del total, 65% (157 millones de personas) salieron de los países que la ONU clasifica como de rendimiento medio o en desarrollo, y la mayoría (175 millones) tiene origen en regiones de mayoría no blanca: Asia (104 millones), América Latina y el Caribe (37 millones) y África (34 millones).

Xenofobia mata

Siempre que hablamos de esta situación viene a nuestra mente una frase del psiquiatra y militante marxista Franz Fanon en Los condenados de la Tierra (1961): “El racismo burgués occidental con relación al negro y al árabe es un racismo de desprecio; es un racismo que minimiza (…) es un racismo de defensa, un racismo basado en el miedo”.

Motivados por la ganancia que caracteriza al capitalismo desde siempre y por la necesidad de oprimir más para explotar más, la burguesía y sus representantes en los gobiernos de todo el mundo han actuado exactamente de esta forma con relación a los inmigrantes. Tratan con hipocresía y desprecio el hecho de que solamente en este año ya hayan sido registradas 3.930 muertes o desapariciones de inmigrantes en el mar Mediterráneo (en 2015 fueron 3.777).

Minimizan su responsabilidad por esta catástrofe, culpando a los propios inmigrantes por sus acciones desesperadas en busca de sobrevivencia. Y aún estimulan la xenofobia (la desconfianza, miedo o antipatía por extranjeros) para dividir a los trabajadores y la juventud, que acaban disputando los mismos empleos y servicios en lugar de unirse contra el enemigo común.

El resultado no podría ser otro. Aquellos y aquellas que sobreviven a la travesía de los mares en Europa y a los “coyotes” que atraviesan a hombres y mujeres a peso de oro y en situaciones degradantes y peligrosas por las fronteras de América Latina, de África y de Asia, enfrentan la miseria, el desempleo, el subempleo, y la violencia en los países hacia los que migran.

La ilegalidad y la hipocresía del capital

En el inicio de esta semana, la prensa burguesa celebró el desmonte del campamento de refugiados instalado en Calais, en el norte de Francia, que era conocido como “La Selva” en función de sus condiciones extremadamente deshumanas. El desmonte no fue acompañado de ninguna alternativa para los refugiados y, por eso, desde entonces, miles de personas vagan por la región.

La respuesta del presidente François Hollande y de la prefecta de París, Anne Hidalgo, ambos del viejo y reformista Partido Socialista, sirve de ejemplo: el día 31 de octubre, un batallón de choque fue usado para dispersar a 2.500 hombres, mujeres y niños que dormían a la intemperie en los alrededores de París. Una postura no muy diferente de la de los nuevos reformistas como Syriza, que gobierna Grecia y no solo mantiene los campos de detención de deportados abiertos, como también una cerca de alambre de 11 kilómetros protegiendo sus fronteras.

También vale recordar que el primer presidente negro de los EEUU es quien más deportó inmigrantes en la historia del país. En sus primeros seis años de gobierno, Obama expulsó a más inmigrantes que George Bush en ocho años. Fueron 2,4 millones entre 2009 y 2014. La previsión es que, hasta finales de 2016, otros 3,2 millones sean deportados.

El aumento de la crisis y de las restricciones impuestas por los países imperialistas también ha provocado el aumento de la inmigración para y en América Latina. En el Brasil, haitianos y africanos son los ejemplos más visibles de esta situación.

En todos los rincones del mundo, una hipocresía criminal ronda esta historia. Cuando precisan de mano de obra barata y menos calificada, las restricciones a la inmigración se relajan. Ahora, con el aumento de la crisis, al mismo tiempo que se cierran las fronteras, aquellos que consiguen entrar en los países son sometidos al subempleo, al trabajo análogo a la esclavitud, y a toda forma de violencia. En todos los casos, la burguesía sale ganando.

Por eso, también precisamos “aquilombar”[1] el mundo. Es preciso construir una sociedad sin fronteras físicas o socioeconómicas. Un mundo donde la miseria, la súper explotación, la opresión y la violencia contra los pueblos sean las consideradas ilegales. Y no las personas.

[1] Aquilombar es un término que hace referencia a los “quilombos”, nombre que recibían los refugios donde se escondían los esclavos fugitivos, que habían huido de sus amos [N. de T.].

Traducción: Natalia Estrada.

Artículo del suplemento especial Raça e Classe [Raza y Clase]. “Aquilombar para reparar”, publicado en Opinião Socialista n.° 528, 2 de noviembre de 2016.-

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