Mar Abr 16, 2024
16 abril, 2024

Keynes, la civilización y el largo plazo

La economía keynesiana domina la izquierda en el movimiento sindical. Keynes es el héroe económico de aquellos que quieren cambiar el mundo; que quieren acabar con la pobreza, la desigualdad y las pérdidas continuas de salarios y empleos en crisis recurrentes. No obstante, quien lee los posteos en mi blog sabe que el análisis económico keynesiano es falla, empíricamente dudosa, y sus prescripciones políticas para corregir los errores del capitalismo probaron estar equivocadas.

Por: Michael Roberts

En los Estados Unidos, los grandes gurús de oposición a las teorías neoliberales de la Escuela de Economía de Chicago y a las políticas económicas de los Republicanos son los keynesianos Paul Krugman, Larry Summers y Joseph Stiglitz, o Dean Baker y James Galbraith, un poco más radicales. En el Reino Unido, los líderes izquierdistas del Partido Laborista en torno de Jeremy Corbyn y John McDonnell, autoproclamados socialistas, se basan en economistas keynesianos como Martin Wolf, Ann Pettifor o Simon Wren Lewis para sus ideas de política y análisis. Ellos los traen para sus consejos consultivos y sus seminarios. En el continente europeo, los amigos de Thomas Piketty son los preferidos.

Esos estudiantes de posgrado y profesores involucrados en el Rethinking Economics, una tentativa internacional de cambiar la enseñanza y las ideas alejándose de la teoría neoclásica, son liderados por autores keynesianos como James Kwak o poskeynesianos como Steve Keen o Victoria Chick y Frances Coppola. Kwak, por ejemplo, tiene un nuevo libro llamado Economism, que argumenta que la falla de la economía en el capitalismo es la creciente desigualdad, y el fracaso de la corriente económica dominante es no reconocer eso. Nuevamente, la idea de que la desigualdad es el enemigo, no el capitalismo como tal, exhala de los keynesianos y poskeynesianos como Stiglitz, Kwak, Piketty o Stockhammer, y domina los medios y el movimiento sindical. Eso no es para negar la importancia negativa de la creciente desigualdad, sino para mostrar que no se toma en cuenta la visión marxista sobre este tema.

En realidad, cuando los medios quieren ser osados y radicales, la publicidad es concentrada en nuevos libros de autores keynesianos o poskeynesianos, pero no de marxistas. Por ejemplo, Ann Pettifor, del Prime Economics, escribió un nuevo libro, The Production of Money, en el cual ella nos dice que “el dinero no es nada más que una promesa de pago” y que, como “estamos creando dinero el tiempo todo al hacer esas promesas”, el dinero es infinito y no limitado en su producción, de modo que la sociedad puede imprimir tanto cuanto quisiere para invertir en sus opciones sociales sin cualesquiera consecuencias económicas perjudiciales. Y, a través del efecto multiplicador keynesiano, los rendimientos y los empleos se pueden expandir. Y “no hace diferencia dónde el gobierno invierte su dinero, desde que cree empleos”. La única cuestión es mantener el costo del dinero y las tasas de interés tan bajas cuanto sea posible, para garantizar la expansión del dinero (¿o sería crédito?) e impulsar la economía capitalista. Así, no hay necesidad de ningún cambio del modo de producción capitalista; basta asumir el control de la máquina de hacer dinero para garantizar su flujo infinito, y todo va bien.

Irónicamente, al mismo tiempo, el líder poskeynesiano Steve Keen se prepara para lanzar un nuevo libro defendiendo el control de la deuda o del crédito como forma de evitar crisis. Haga su elección: más crédito o menos crédito. De cualquier manera, los keynesianos conducen la narrativa económica con un análisis que considera que solo el sector financiero es la fuerza causal de la crisis del capitalismo.

Entonces, ¿por qué las ideas keynesianas continúan dominando? Geoff Mann da una explicación perspicaz. Mann es director del Centro de Economía Política Global de la Universidad Simon Fraser, Canadá. En un nuevo libro, titulado In the Long Run We are all Dead (En el largo plazo todos estaremos muertos), Mann considera que no es que la economía keynesiana sea vista como correcta. Existen “poderosas críticas de la izquierda a la economía keynesiana, de las cuales podemos extraer lecciones, como los trabajos de Paul Mattick, Geoff Pilling y Michael Roberts” (p. 218), pero las ideas keynesianas dominan el movimiento sindical y a aquellos que se oponen a lo que Mann llama “capitalismo liberal” (lo que yo llamaría capitalismo) por motivos políticos.

Keynes domina porque ofrece un tercera vía entre la revolución socialista y la barbarie, o sea, el fin de la civilización como nosotros (en verdad, los burgueses como Keynes) la conocemos. En las décadas de 1920 y 1930, Keynes temía que el “mundo civilizado” enfrentase la revolución marxista o la dictadura fascista. Pero el socialismo como una alternativa al capitalismo de la Gran Depresión podría muy bien destruir la “civilización”, resultando en el “barbarismo” –el fin de un mundo mejor, el colapso de la tecnología y del Estado de Derecho, más guerras, etc.–. Entonces, él quería ofrecer la esperanza de que, por medio de un modesto arreglo del “capitalismo liberal”, fuese posible hacer funcionar el capitalismo sin la necesidad de la revolución socialista. No habría necesidad de ir para donde los ángeles de la “civilización” temen pisar. Esa era la narrativa keynesiana.

Eso atrajo (y todavía atrae) a los dirigentes del movimiento sindical y a ‘liberales’ en busca de cambios. La revolución era arriesgada y todos podíamos sufrir con ella. Mann: “La izquierda quiere democracia sin populismo, quiere políticas transformadoras sin los riesgos de la transformación; quiere revolución sin revolucionarios” (p. 21).

Ese miedo de la revolución, según Mann, fue exhibido por primera vez luego de la Revolución Francesa. Esa gran experiencia de la democracia burguesa se transformó en Robespièrre y en el terror; la democracia se transformó en dictadura y barbarismo, o así dice el mito burgués. La economía keynesiana ofreció una manera de salir de la depresión de los años ’30, o de la Gran Depresión de ahora, sin socialismo. Es la tercera vía entre el estatus quo de mercados voraces, austeridad, desigualdad, pobreza y crisis y la alternativa de revolución social que puede llevar a Stalin, Mao, Castro, Pol Pot y Kim Jong-Un. Es una “tercera vía” tan atrayente que Mann confiesa que también lo atrae, como una alternativa al riesgo de que la revolución va a dar errada (vea su último capítulo, donde Marx es retratado como el Dr. Jekyll de la Esperanza y Keynes como el Sr. Hyde del Miedo).

Como dice Mann, Keynes calculó que si los especialistas civilizados (como él mismo) lidiasen con los problemas de corto plazo de la crisis económica y de la depresión, entonces el desastre de largo plazo de pérdida de la civilización podría ser evitado. La famosa cita del título del libro de Mann –“en el largo plazo todos estaremos muertos”– fue sobre la necesidad de actuar sobre la Gran Depresión con la intervención del gobierno y no esperar que el mercado se autorregulase a lo largo del tiempo, como los economistas y políticos neoclásicos (Keynes los llamaba “clásicos”) pensaban. Pues, “este largo plazo es una guía engañosa para los asuntos actuales. En el largo plazo todos estaremos muertos. Los economistas se dan una tarea muy fácil e inútil si en épocas tempestuosas ellos solo pueden decirnos que, cuando la tempestad pase, el océano estará calmo de nuevo” (Keynes). Es necesario actuar sobre el problema de corto plazo para que este no se torne un problema de largo plazo. Este es el significado extra de la cita sobre el largo plazo: lidiar con depresión y crisis económicas ahora, o la propia civilización estará bajo la amenaza de la revolución en el largo plazo.

A Keynes le gustaba considerar el papel de los economistas como dentistas que corregían un problema técnico del dolor de diente de la economía (“Si los economistas consiguiesen considerarse personas humildes y competentes del nivel de los dentistas, eso sería espléndido”). Y los keynesianos modernos comparan su papel con el de plomeros, arreglando los derrames de la tubería de acumulación y crecimiento. Pero el verdadero método de economía política no es el de un plomero o un dentista para resolver problemas de corto plazo. Es el de un científico social revolucionario (Marx), cambiándola en el largo plazo. Lo que el análisis marxista del modo de producción capitalista revela es que no hay “tercera vía”, como Keynes y sus seguidores quieren. El capitalismo no puede acabar con la desigualdad, la pobreza, la guerra, y ofrecer un mundo de abundancia para el bien común a nivel global, o incluso evitar la catástrofe del desastre ambiental, a largo plazo.

Como todos los intelectuales burgueses, Keynes era un idealista. Él sabía que las ideas solo vencerían si se conformasen con los deseos de la elite gobernante. Según él, “el individualismo y el laissez-faire no podrían, a pesar de sus raíces profundas en las filosofías políticas y morales del final del siglo XVIII e inicio del siglo XIX, asegurar su dominio duradero sobre la conducta de los asuntos públicos, si no estuviesen de acuerdo con las necesidades y deseos del mundo empresarial vigente… Esos muchos elementos contribuyeron para la parcialidad intelectual actual, la estructura mental, la ortodoxia del día”. Incluso así, él todavía creía que un hombre inteligente como él, con ideas vigorosas, podría cambiar la sociedad, aunque fuese contra los intereses de aquellos que la controlan.

El error de esa idea quedó claro para él en sus tentativas de convencer al gobierno Roosevelt de adoptar sus ideas sobre el fin de la Gran Depresión y que la elite política implementara sus ideas para un nuevo orden mundial luego de la Segunda Guerra Mundial. Él quería crear instituciones “civilizadas” para garantizar la paz y la prosperidad globalmente, a través de la gestión internacional de economías, monedas y dinero. Pero esas ideas, de un orden mundial para controlar los excesos del capitalismo de laissez-faire desenfrenado, fueron transformadas en instituciones como el FMI, el Banco Mundial y el Consejo de la ONU, usados para promover las políticas del imperialismo, lideradas por los Estados Unidos. En lugar de un mundo de líderes “civilizados” resolviendo los problemas del mundo, surgió una terrible águila sobre el mundo, imponiendo su voluntad. Los intereses materiales deciden políticas, no los economistas inteligentes.

De hecho, Keynes, el gran idealista de la civilización, se tornó un pragmático en las reuniones de Bretton Woods en la posguerra, representando no a las masas del mundo y ni siquiera un orden mundial democrático, sino los estrechos intereses nacionales del imperialismo británico contra el dominio americano. Keynes dijo al parlamento británico que el acuerdo de Bretton Woods no era “una afirmación del poder americano, sino un compromiso razonable entre dos grandes naciones con los mismos objetivos, para restaurar una economía mundial liberal”. Las demás naciones fueron ignoradas, es claro.

Para evitar la situación en la que, en el largo plazo, estaremos todos muertos, Keynes calculó que el corto plazo debe resolverse. Pero el corto plazo no puede ser arreglado para evitar el largo plazo. Otorgue pleno empleo y todo estará bien, pensó. No obstante, en 2017, estamos cerca del “pleno empleo” en los Estados Unidos, el Reino Unido, Alemania y el Japón, y no todo está bien. Los salarios reales están estancados, la productividad parada, y la desigualdad en aumento. Hay una Larga Depresión ahora y sin un fin aparente del “estancamiento secular”. Naturalmente, los keynesianos dicen que eso ocurre porque las políticas keynesianas no fueron implementadas. Pero ellas no lo fueron (por lo menos no los gastos fiscales) porque las ideas no triunfaron sobre los intereses materiales dominantes, al contrario de lo que Keynes pensaba.

Keynes pensaba de cabeza para abajo, de la misma manera que Hegel. Hegel consideraba que el conflicto de las ideas llevaba al conflicto en la historia, cuando es lo opuesto. Y la historia es la historia de la lucha de clases.

De cualquier manera, las prescripciones económicas de Keynes están basadas en falacias. La larga depresión continúa, no porque hay mucho capital restringiendo el retorno (“eficiencia marginal”) del capital en relación con la tasa de interés sobre el dinero. No hay mucha inversión (las tasas de inversión de las empresas son bajas) y las tasas de interés están cerca de cero o incluso son negativas. La larga depresión es el resultado de una “lucratividad” demasiado baja y, por lo tanto, no hay inversiones suficientes, impidiendo así el aumento de la productividad. Bajos salarios reales y baja productividad con el costo del “pleno empleo”, contrariamente a todas las ideas de la economía keynesiana. El exceso de inversiones no causó la caída de las ganancias, fue la baja “lucratividad” la que causó la reducción de las inversiones.

Mann argumenta que la economía keynesiana domina la izquierda, a pesar de sus falacias y fracasos, porque expresa el miedo que muchos dirigentes del movimiento sindical tienen de las masas y de la revolución. En su nuevo libro, James Kwak cita a Keynes: “Para la mayor parte, yo creo que el capitalismo, si fuera sabiamente administrado, probablemente es más eficiente para alcanzar fines económicos que cualquier sistema alternativo a la vista, pero en sí mismo él es extremadamente censurable. Nuestro problema es elaborar una organización social que sea lo más eficiente posible sin ofender nuestras nociones de un modo de vida satisfactorio”, Kwak comenta: “Ese continúa siendo nuestro desafío hoy. Si no podemos resolverlo, la elección de 2016 (Trump) puede ser un preanuncio de que vendrán cosas peores”. En otras palabras, si no podemos administrar el capitalismo, las cosas serán aún peores.

Por detrás del miedo de la revolución está el preconcepto burgués de que dar el poder a las “masas” significa el fin de la cultura, del progreso científico y del comportamiento civilizado. Sin embargo, fue la lucha de los trabajadores en los últimos 200 años (y antes) la que obtuvo todas las conquistas de la civilización de la cual el burgués está tan orgulloso. A pesar de Robespièrre y la revolución “devorar a sus propios hijos” (un término utilizado por el defensor de la aristocracia Mallet du Pan y adoptado por el burgués conservador británico, Edmunnd Burke), la Revolución Francesa posibilitó la expansión de la ciencia y de la tecnología en Europa. El feudalismo, la superstición religiosa y la inquisición acabaron, y se introdujeron las leyes napoleónicas. Si la revolución no hubiese ocurrido, Francia habría sufrido más generaciones de desperdicio feudal y decadencia.

En este mes de marzo, el inicio de la Revolución Rusa cumple cien años y nosotros podemos considerar su ”contra-historia”. Si la Revolución Rusa no hubiese ocurrido, podría haber habido alguna industrialización en Rusia, pero esta se habría vuelto un Estado cliente del capital británico, francés y alemán, y muchos millones más habrían muerto en una guerra mundial inútil y desastrosa, de la cual Rusia continuaría participando. La educación de las masas y el desarrollo de la ciencia y de la tecnología habrían sido impedidos, como lo fueron en China, donde el imperialismo continuó en el poder por más de una generación. Si la Revolución China no hubiese ocurrido en 1949, China habría permanecido un “Estado quebrado”, cliente de los comerciantes, controlado por el Japón y por las potencias imperialistas, y devastado por los señores de la guerra chinos, con una extrema pobreza y atraso.

Keynes era un intelectual burgués por excelencia. Su defensa de la “civilización” significaba para él la sociedad burguesa. Como él dijo: “la guerra de clases me encontrará del lado de la burguesía educada”. No había ninguna manera de apoyar el socialismo, mucho menos el cambio revolucionario, porque este “prefiere el barro a los peces, exalta al proletariado grosero por encima de la burguesía y de los intelectuales que, sean cuales fueren sus fallas, representan la calidad de vida y seguramente cargan las simientes de todo el avance humano (?)”.

De hecho, económicamente, en sus últimos años, eligió mucho el laissez-faire ‘liberal’ que sus seguidores condenan ahora. En 1944 escribió a Friedrich Hayek, el líder “neoliberal” de su tiempo y mentor ideológico del thatcherismo, loando su libro The Road to Serfdom, donde argumenta que la planificación económica lleva inevitablemente al totalitarismo: “Moralmente y filosóficamente, me encuentro de acuerdo con prácticamente todo su libro; y no solo de acuerdo sino un acuerdo profundamente emocionado”.

Y Keynes escribió en su último artículo publicado: “Me siento emocionado, no por primera vez, al recordar a los economistas contemporáneos que la enseñanza clásica incorporaba algunas verdades permanentes de gran importancia… Hay, en estas cuestiones, profundas corrientes en funcionamiento, fuerzas naturales, se las puede llamar, o incluso de mano invisible, que operan para mantener el equilibrio. Si no fuese así, no podríamos haber conseguido salirnos tan bien como nos salimos en muchas décadas pasadas”.

Así, la economía clásica y un océano calmo retornan. Cuando la tempestad (de crisis y depresión) pase y el océano esté nuevamente calmo, la sociedad burguesa podrá dar un suspiro de alivio. Keynes, el radical, se transformó en Keynes, el conservador, luego del fin de la Gran Depresión [de 1929]. ¿Los radicales keynesianos se tornarán también los conservadores de la corriente económica dominante cuando la Gran Depresión actual termine?

Nosotros realmente estaremos muertos si no acabamos con el modo de producción capitalista. Y eso exigirá una transformación revolucionaria. Pequeños arreglos de las supuestas fallas del capitalismo “liberal” no van a “salvar” la civilización… a largo plazo.

Título original: Keynes, civilisation and the long run.

Fuente: https://thenextrecession.wordpress.com/2017/03/27/keynes-civilisation-and-the-long-run/

Traducción del inglés: Marcos Margarido.

Traducción del português: Natalia Estrada.

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